De los tres aspectos de la ley que más han trascendido a la opinión pública, dos de ellos, las sucesivas evaluaciones y el desarrollo de la formación profesional, no creo que merezcan comentario porque hasta el más tonto de la clase tiene que estar de acuerdo con ello so pena de llevarse un coscorrón. Pero es el otro aspecto, la religión, el que como siempre que sale a la luz levanta ampollas entre los que son más creyentes que el Papa, pero a la inversa. Merece la pena, creo, echar un vistazo a ésta crujiente paradoja.
La religión, su omnipresencia desde que el ser humano adquiere conciencia de sí, sus diferentes formas de decir siempre lo mismo, su papel primordial en el ordenamiento de las convivencias para bien y para mal, hay que ser muy cenutrio para negar todas esa obviedades. Por no hablar, claro, de todo el arsenal de referencias simbólicas que de las religiones se derivan y sin cuyo conocimiento difícilmente se puede entender de qué estamos hablando cuando se habla de cualquier cosa un poco más allá del simple tengo hambre, dame pan.
Por eso me parecen unos perfectos cretinos esos padres que se oponen a que sus hijos vayan a clase de religión. Por muy malos que sean los profesores que imparten la disciplina, los niños que a ella acuden, luego, de mayores, podrán entender un poco más cuando van al museo del Prado o escuchan la opera Nabuco. Esos padres, sin duda, padecen la tara patogneumónica de los doctrinarios, es decir, creer que lo suyo es razón y lo de los otros doctrina.
En fin, para qué seguir. El cretinismo imperante se reparte por barrios y, como decía el otro, en el mío a calderadas. Como si la cuestión no fuese el exigir que los profesores estén bien preparados, enseñen lo que enseñen.
Si alguien debería ser humilde con respecto a las reformas educativas, ese debería ser el PSOE y todos sus adláteres: no sé muy bien cómo saldrá la reforma de Wert, pero difícilmente puede ser más nefasta de lo que fue la de ellos. Por un lado, la rendición a los nacionalistas, que ha convertido el sistema educativo en diecitantas taifas en las que el catetismo reina en lo más alto. Luego, el desprestigio del personal docente, su desmoralización e impotencia. Cuando hablo con un compañero mío de estudios, de esos que llevan dos décadas y media enseñando, se me ponen los pelos de punta y pienso en la suerte que tuve de haber dejado ese negocio: si no lo hubiera hecho ahora estaría en el manicomio o criando malvas.
ResponderEliminarPor cierto: yo fui de la primera tanda que estudió ética en lugar de religión -me costó creo que la única pelotera que he tenido en la vida con mi padre. Ya por aquellos años los curas mayormente enseñaban historia de la religión, la religión como fenómeno cultural y cosas por el estilo. Aunque entre col y col metieran lechuga, me da la impresión de que se andaban con mucho cuidado de obligar a los chavales a rezar y cosas por el estilo. Me imagino que en estos años la asignatura de religión será eso, exposición de lo que es el hecho cultural y la influencia que ha tenido en la historia de Europa. Además la enseñan profesionales: mucho más de lo que se puede decir de otras asignaturas: cuando al profesor de Historia le faltan horas para rellenar su horario, se le encasqueta la Lengua española, el latín (si es que todavía lo hay) o el inglés. Por lo que yo sé, en Religión no pasa eso.
Leo que llaman a la Religión "asignatura confesional". ¿Cómo llamarán al catalán, al gallego o al vasco?
ResponderEliminarEs algo de lo que hablo basándome en meras impresiones,pero por lo que suelo comentar con diversos enseñantes, siempre de la pública, podría colegir que toda su enseñanza es confesional. Como comentaba el otro día, muchos enseñantes piensan que "enseñanza pública por decencia". Su confesionalismo les impide comprender que lo adecuado sería "enseñanza de calidad por necesidad".
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