viernes, 24 de mayo de 2013

El sedentario accidental



A mí me gustaría tener esa capacidad que tiene el común de los mortales de enterarse de un montón de cosas interesantes cuando pasa cuatro o cuarenta días a miles de kilómetros de su casa. Pero los dioses no han querido concederme ese don y por eso las pocas veces que lo intente sufrí la descorazonadora frustración de comprobar que después de tanto esfuerzo traía en la bandolera exactamente los mismos tópicos que me había llevado para allá. Ya digo, descorazonador, porque, ahora, cuando ya viejo y derrotado, me sería de mucho servicio poder echar mano de ese don para aliviar los desvelos de la autoestima. 

Desde luego que no es cuestión baladí, porque, entre otras cosas, les puedo asegurar que esta carencia suele traer aparejados no pocos sinsabores en todo lo que a actividad social se refiere. Porque no hay reunión en el mundo de clase media, e incluso de más baja, que se precie de un cierto glamour, en la que por fas o por nefas no se acabe haciendo con el núcleo del interés colectivo la cuestión turística. Si uno la tiene larga, a la anécdota viajera me refiero, el otro tres veces y media más. Y así es que, los que padecemos esta carencia damos en sentirnos muchas veces, no digo ya como pulpos en garajes sino como mismísimos apestados. Y si alguna vez, por distracción, o porque aunque poco quieres ser algo, se te ocurre opinar algo sobre alguna cosa que has visto en un reportaje televisivo a propósito de un país cualquiera, prepárate para la andanada porque, a buen seguro, todos los concurrentes a la reunión habrán estado en el país mentado, ¿en cuál no?, y pueden hablar de primera mano, y lo que tu has visto en la tele, il va de soi, es una burda manipulación. 

Es complicado, ya digo, ser renuente al consumo turístico. Una patología amarga, sin duda, que los amigos toleran de mala gana. Yo, la verdad, quisiera curarme, pero hasta el presente nunca he encontrado remedio que sea mejor que la enfermedad. Los efectos secundarios de cualquier intento han sido siempre devastadores, sobre todo para el cerebro. La sensación de estar haciendo el canelo me sumía en la más profunda de las depresiones. En fin, quizá con la edad se me vayan amortiguando los síntomas y pueda hacer mis pinitos aunque sólo sea en un desesperado intento de integración social. 

No me lo toméis a mal.

2 comentarios:

  1. Uf. Qué te voy a contar que tú no sepas. El otro día me di cuenta de que hacía casi seis meses que ni iba a Tokio, ni siquiera a curiosear por las librerías de viejo de Kanda, y había temporadas que lo hacía cada semana. Solo pensar en tomar el tren una hora me da una pereza enorme. De ir al otro lado del mundo, digamos a España, para qué te voy a contar. Tengo un compañero que dice que el lugar del mundo en el que es más feliz es en el avión. Es doctor en psicología. Para qué decirte más.

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    1. La verdad es que si no hay un motivo que lo justifique un poco más allá del simple intento de matar la ansiedad con ello a mi no me mueve de donde estoy ni mi novia con todas las manzanas del mundo. Yo, esté donde esté, lo que necesito son mis cosas, el ordenador, la guitarra, el kindle, el astra, la bicicleta y para de contar. Con eso y silencio estoy en la gloria. Las librerías, las bibliotecas públicas y demás me parecen cosas para nostálgicos de un mundo revolu. Pero, en fin, comprendo que cada uno se las apañe como mejor pueda y, desde luego, lo del turisteo goza de un prestigio terapéutico a prueba de bomba.

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