El caso es que ayer veía una película de aquellas que se hacían en Hollywood recién acabada la última guerra mundial. Trataba ni más ni menos que del viejo tema de los tibios. Un gracioso hace un chiste de mal gusto sobre judíos y los que están alrededor, ciudadanos en apariencia ejemplares, callan... luego otorgan. Tengan en cuenta que, para más inri, en aquel momento de la película de marras todavía impregnaba el aire el hedor de los seis millones de judíos que acababan de achicharrar.
Sin embargo, como decía, hay asuntos en los que todavía no he aprendido a ser pasota y ese es el de los tibios so capa de tolerancia. ¿Qué majos son los vascos, verdad? Sí, pero a mí la mayoría de los que he conocido, como dice la biblia, me hacen vomitar. También los he conocido valientes, pero la mayoría me dan ganas de vomitar con sólo pensar en ellos. Por no hablar de muchos de los catalanes que dicen sentirse españoles cuando están entre españoles y catalanes cuando están entre catalanes. Y, claro, en los ambientes revueltos callan como putas. Les he sufrido lo indecible.
Les he señalado dos casos de tibios que por notorios, por el daño que han hecho, no merecen ya muchos más comentarios. Pero qué me dicen de esa tibieza generalizada en multitud de ordenes de la vida que es la principal encargada de emponzoñarlo todo. Sobre todo la propia vida.
La tibieza so capa de prudencia. La tibieza so capa de tolerancia. En realidad, siempre, la tibieza como expresión de cobardía. Y falta de luces sin duda.
Decir lo que te parece justo. Hacer lo que te parece apropiado. Y caiga quien caiga. Esa es la cuestión. Lo demás, besar el culo a la propia pequeñez.
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