miércoles, 1 de mayo de 2013

La familia, el poder y la maldad



Es imposible imaginarse un matrimonio entre Livia y Ricardo III. O de éste con Lady Macbeth. Porque es que cualquier mediano observador de la realidad sabe de sobra que maldad más maldad no es doble maldad sino que, por algún extraño capricho de los dioses, es maldad al cuadrado, o sea, una bomba con la espoleta encendida. No puede durar. Los malvados en comandita se potencian de tal modo que, a corto plazo, obtienen grandes beneficios con resultado de desorientación y caída por el despeñadero. Es todo tan obvio que a qué molestarse en hacer literatura con ello. Se nos caería de las manos. 

Pero no conviene dejarse engañar por el bueno, Cesar Augusto, que se casa con la malvada, Livia. Es lo del policía bueno, policía malo. O Felipe González y Alfonso Guerra. Una especie de división social del trabajo. El uno haciendo la vista gorda a las maldades, o necesario trabajo sucio, del otro porque le vienen de perillas. Es una fórmula que tarda más en desgastarse que la de malo y malo porque da el pego a los tontos que somos la mayoría.  

El caso es que, como ya les tengo dicho, ando viendo la serie televisiva "Yo Claudio" y, bueno, en algo hay que pensar. Una especie de "El Padrino" que de lejos les viene el garbanzo al pico a los italianos. Digo a los italianos porque han sido precisamente ellos los que más arte se han dado para mirarse en el espejo en esa omnipresente faceta de la vida humana que es el ejercicio del poder dentro de la familia. Sí, los italianos han tenido esa delicadeza y por tal les tenemos que estar muy agradecidos. Porque no hay lugar en el mundo donde las familias no tengan su jerarquía de cabroncetes, estando por lo general su grado de cabroncetería en relación directamente proporcional con el poder que proporcionan las riquezas materiales o, ya puestos, la fuerza bruta. Sobre todo si han sido adquiridas, las unas y la otra, de mala manera, cosa, por cierto, no del todo infrecuente.

La familia en su sentido más amplio. Es decir, cualquier agrupamiento humano con la finalidad de facilitarse la vida los unos a los otros. Muchas veces so capa de facilitársela a terceros, que ya se sabe lo que ir de buenos une. Une y enriquece, aunque no precisamente el espíritu.

En fin, familia (partido), poder, desconfianza, paranoia, injusticia, aislamiento y... perro. Por cierto, ¿vivía Hitler al ritmo de las deyecciones de su beloved perro? ¿Se encargaba él mismo de recoger las caquitas o confiaba a algún fámulo tan sublime tarea? De tan importantes cuestiones nada cuentan los libros de historia y eso no está bien. Somos muchos los que queremos saber todo lo relacionado con los perros. Incluso de los perros de Hitler. 


2 comentarios:

  1. Creo que te conté que tuve una compañera canadiense que opinaba que lo de la maldad de Hitler había que revisarlo de alguna manera, porque era imposible que una persona que trataba tan bien a sus perros fuera tan villano como nos lo presentaba la historia. Me imagino que se trata de agarrarse a un clavo ardiendo para entender la realidad: si renunciamos a esas pequeñas seguridades, a esos elementos de certeza mágica que todos más o menos tenemos ¿qué nos queda?

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  2. Es curioso, porque los judíos que mataban les llamaban perros judíos. Y los vascos llamaban txakurras a los policías españoles lo cual daba todo el derecho a matarlos sin el menor remordimiento. Por cierto que hoy he visto que algunas asociaciones de intelectuales de izquierda han pedido una pensión vitalicia para un perro que ha sido maltratado por su dueño al que por cierto está a punto de caerle un año de prisión. En fin, que no hay quien se aclare con esto de los perros. Si por mi fuera, ya sabes, todos ellos a la paella del domingo.

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