Y hablando de historia antigua, como no puede ser de otra manera, se pasa por Oriente Medio, Grecia, las religiones, y se llega a Roma. Roma, Italia, los viajes. Siempre, en cualquiera de las reuniones que he estado a lo largo de mi ya larga vida se acaba hablando de viajes. Lo tengo comprobado, es cuando el ambiente empieza a decaer. Entonces es como aquella canción de Mecano que hablaba de Hawai, Bombay. La pura nostalgia de lo que fue un sueño. Cualquier cosa menos un viaje con su comercio y tal.
Italia, siempre Italia, quién no se dio una vuelta por allí para confirmar tópicos. Yo, sorprendentemente, también. De los pocos sitios más allá de nuestras fronteras en los que he estado. Una semana o así con medio kilo de mariguana en la bandolera. Florencia: turistas estresados por las calles y australianos bebiendo en el camping. Venecia fue otra cosa. Conservo de aquel día el recuerdo de una de las sensaciones más turbadoras de mi vida. Si no supiese que segundas partes nunca fueron buenas hubiese vuelto muchas veces allí para repetir. Era de vuelta al camping después de un día tedioso. Dejabas el vaporeto justo a la puerta del parking, tomabas el ascensor y subías a la décima planta. Aunque pareciese increíble, allí estaba el 127. Montamos, arrancamos y buscamos la salida. Entonces empezó lo sorprendente, la bajada. Era un círculo perfecto que nunca se acababa. No hacía falta mover el volante y notabas como si te estuviesen centrifugando. Que toda la sangre se acumulaba en el lado del cuerpo más alejado del centro de aquel circulo infernal. Yo qué sé lo que duró aquello y la excitación que me produjo. Quise volver a subir para repetir la jugada pero no me dejaron. Luego lo de llegar al camping y todo lo demás ni pajolero recuerdo. ¡Jo!, pero mereció la pena.
Desde luego que a muchos les podrá parecer una historia irrelevante, pero no para mí, vive dios, que me resulta de todo punto imposible intuir a que sea debido que se conserve tan nítido el recuerdo de una tontería semejante.
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