lunes, 27 de mayo de 2013

El tocomocho



De vez en cuando se producen noticias interesantes. Una vez les conté lo contento que me había puesto el que unos guardias municipales le hubiesen roto la cara a una señora que se negaba a recoger los excrementos de su perro. Ella negaba que fuesen de su chucho, pero no coló. Por cierto, recogerá Aznar con su propia mano las caquitas, o mejor cacotas, de sus perros. Me gustaría saber al respecto. Pero bueno, a lo que iba es a los hechos interesantes, lamentables o no, que ese es otro cantar, que muy de vez en cuando ocupan la cabecera de los informativos. Y hoy hay uno. Se trata de un payo, curiosamente policía municipal, que le ha asestado unas puñaladas al empleado de banca que le vendió la moto de las que se ha dado en conocer como "preferentes".

 Las "preferentes". No es el "tocomocho", pero casi. Usted, como es un buen cliente (ya saben lo que sube el ego que a uno le digan que es un buen cliente, sobre todo si se lo dicen en la sucursal bancaria), le vamos a ofrecer un producto con una rentabilidad tres veces superior a lo que ofrece el mercado. Sólo para los buenos clientes, es decir, unos pocos. El club de los elegidos. ¿Quién se va a resistir a una tentación que te pone en la cresta de la ola de listura? Bueno, como en todos los timos. No existirían si, de salida, el timado no se creyese más listo que el timador. No tiene mucho más secreto la cuestión. 

Pero lo curioso para mi de este caso es la figura del apuñalado, el, digamos, timador por delegación. ¿Es creíble que esos amables, mientras eres buen cliente, empleados de banca no supiesen al ofrecer las preferentes que estaban dando gato por liebre? Por aquellos últimos años del boom, cuando se vendieron las preferentes, cualquier interesado en las cosas de la economía sabía  que los bancos estaban pillados. Y no había día en el que los medios especializados no advirtiesen de lo peligroso que era adquirir productos bancarios de alta rentabilidad. Yo, francamente, creo que los empleados que vendían las preferentes, salvo los muy tontos, sabían lo que estaban haciendo, es decir, cumpliendo ordenes de arriba a sabiendas de que eran injustas. O sea, lo mismo que hacen los sicarios de los capos o los pretorianos de los dictadores. La justificación injustificable de todos ellos: muchos pequeños males a cambio de un posible gran bien. 

Vamos a ver, yo no es que me alegre, como en el caso de la señora que rompieron la cara por lo de la caca del perro, de que hayan apuñalado al empleado de banca. Al fin y al cabo el apuñalador es un cretino incapaz de reconocer que su codicia le llevó a meter la pata y lo único que le pasa ahora es que está pagando tributo a su mala cabeza. Pero sí me parece interesante que los "mandaos" empiecen a tener miedo. Sí no hubiese mandaos no habría preferentes, de la misma manera que sin sicarios no habría capos ni dictadores sin pretorianos. 

Mandaos, sicarios, pretorianos, perrunos de todas las clases y todos los oficios... andan por todos los lados, generalmente camuflados de hermanitas de la caridad. Convendría desenmascararlos y no digo apuñalarlos, pero sí unos cuantos coups de pied dans le derriére... por decirlo educadamente.  

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