jueves, 16 de mayo de 2013

Las bellas fases



Me envía Pedro misiva con la siguiente frase de Ciorán: "Pensar es dejar de venerar, es revelarse contra el misterio y proclamar su quiebra". 

Bueno, sí, suena bonito, qué duda cabe. De hecho, todos solemos practicar ese deporte con fruición. El solo inconveniente que le veo yo es que la casi totalidad del pensar que dedicamos a lo que se venera es para lo que veneran los otros. Lo que venero yo, ni me lo toques. 

Así es y es evidente que no nos solemos equivocar, porque no hay que ser un lince para darse cuenta de que la mayoría de las cosas veneradas por los demás son, por así decirlo, como todas esas medicinas que se suelen recetar que, en el mejor de los casos, no sirven para nada y, las más de las veces, suelen producir unos efectos secundarios del todo indeseables. Sí, se veneran cosas, actividades, que cualquiera que las contemple desde la distancia no tarda en concluir que son verdaderas majaderías, pero, ¡ay!, no perdamos de vista que sus devotos están enganchados a esa medicina que, por su efecto psicológico, o lo que sea, les ayuda a estabilizar su vida por más que se la esté degradando. Es, en definitiva, aquel "killing mi softly"  que tan seductoramente cantara Roberta Flack. A ver quién va a ser capaz de sustraerse a eso por más que desde afuera nos desgañitemos proclamando su trampa. La verdad, no sé si merecerá la pena molestarse. 

El quid de la cuestión, por tanto, como ya habrán intuido, es pararse a pensar en lo que venero yo. Hacer ese ejercicio de valentía puede resultar desgarrador. Porque vamos a ver, ¿acaso no son todas estas cosas que tengo y todas esas otras que hago, el producto de una meditada elección? Además, el entorno que comparto me confirma que estoy acertando plenamente. Sólo los idiotas o los resentidos podrían estar en desacuerdo. Así que, buena gana de ponerse ahora a cuestionar el misterio de la transustanciación de mis aficiones en autoestima. Con fuego no se juega so pena de quemarse. ¿Merecerá la pena?

Ardua cuestión. 

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