domingo, 5 de mayo de 2013

El pentágono







Las fotos no tienen la calidad que desearía, qué le vamos a hacer, tengo un móvil anticuado que no da para más.  Para el caso es lo mismo. Se ve perfectamente lo que les quiero enseñar.

En Amanecer de Campos nos han tratado con la misma amabilidad de siempre. Aunque Carmen se pasó con la cena y apenas pude dormir. Por la mañana le comento sobre la revista que algún cliente dejó en recepción, una de esas que se llevan mucho ahora, de las de "take a walk on the slow side". Hay en ella un reportaje sobre Bahaus en Telaviv y unas viñetas exotérico-filosóficas entre las que destaca una con un perrazo tirándose a una señora por procedimiento conocido como dog style como no podía ser de otra manera. Se lo enseño y me dice que "sin comentarios". Seguro que piensa en la peregrina que tiene alojada que se hace acompañar por un perrazo como el del dibujo. En fin, cosas del camino de donde nada sale. Como en Las Vegas. 

Nos tiramos a la carretera. El aire puro de la mañana y esas cosas que se dicen. Avanzamos en dirección contraria a los peregrinos que parece van en procesión. Es un poco tostón porque todos saludan y uno considera apropiado corresponder. A partir de Frómista ya sólo nos topamos con los que van en bicicleta, todos más o menos de nuestra edad y poco numerosos. Cruzamos Boadilla del Camino en cuya placita está Maria' birthplace house. "Esa ventana de la derecha era mi habitación. Mira como le da el sol", me dice. 

Camino de Castrogeriz todo es limpio, rutilante y a la vez sereno. El verde de los trigales, el azul del cielo, la carretera 
que se se pierde en el horizonte infinito. El espíritu lo agradece. El largo pedalear por delante da para mucho pensar en nada. Al llegar a Castrillo de Matajudíos tuerces a la derecha y al poco llegas a Castrogeriz.

Castrogeriz está en la falda de un montículo muy apropiado para que en su cima haya un castillo. O un castro o lo que sea que se use para defenderse de los que vienen por la llanura con aviesas intenciones. Es un gran pueblo renacido al calor del Camino. Tiramos por lo que antaño fue Calle mayor y hoy de los Peregrinos. Las casas que no son albergues son segundas viviendas o están destartaladas. Gente en la calle no hay y eso que el día invita. Nos topamos con la iglesia, una gran fábrica sobre cuyo muro del oeste hay un rosetón adornado por una estrella de cinco puntas. Rápidamente pienso que me gustaría ver los dibujos que el sol del atardecer de otoño que se cuela por ese rosetón hace en el interior del templo. Es que eso del pentágono tiene mucha miga. Nada como él para explicarnos lo que es la proporción áurea. Quizá por eso los americanos escogieron esa figura para construir el cuartel general de sus fuerzas armadas. Sentido de la proporción obliga. 

Sentados al sol, tomamos un café y un pincho en la Plaza Mayor. Continuamos camino, Melgar de Fernamental, Osorno. Es la hora de comer. Recalamos en el restaurante Los Olmos. La espaciosidad del local, el mobiliario, la decoración y el cortinaje de las ventanas, así como la monstruosa orondosidad de la clientela hace pensar que estamos en un lugar cualquiera de la campiña centroeuropea. Sólo la tortura de la televisión emitiendo a toda pastilla las hazañas de Fernando Alonso por esos mundos de Dios da el toque decisivo que te cerciora de que no nos hemos movido de donde estábamos. 

Nos vamos a la estación a tomar el tren. No tarda en llegar. Vamos solos en el vagón. A que extrañarse que le vayan a suprimir. Son las cosas del progreso hacia atrás. La chusma ya se sabe, luego se lamentará.    

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