miércoles, 21 de octubre de 2015

Es que me afecta

Se supone que al parque vas a pasear bajo los árboles, a escuchar el canto de los pájaros y la música del viento que acaricia las hojas. Pues no, la realidad es que quieras o no quieras estás condenado a sufrir el tormento del dixie que tocan las bandas de los hombres del río. No has perdido todavía la percepción de una cuando ya estás escuchando la que hay cien pasos más allá.  Y si ya no puedes más y te largas del parque para ir a sentarte en una terraza de cualquier boulevard, date por jodido porque no pasarán ni cinco minutos antes de se acerque otro hombre del río a machacarte con su acordeón o saxo lo que estés conversando con cualquiera. Es una verdadera plaga. 

Cuando me veo sometido a tales tormentos, siempre recuerdo a Manolo Berrocal, el músico más completo de todos los que he tenido la dicha de tratar. Si a alguien se le ocurría poner música en donde él estaba no tardaba ni dos minutos en rogar que apagasen el aparato en cuestión. Es que me afecta, decía. Y no es que fuese un hombre especialmente sensible, pero sí era una persona notablemente inteligente. Y por eso tenía una concepción bastante exacta de lo que supone el hecho musical. Algo absolutamente personal, íntimamente ligado a los estados de ánimo. Nada nuevo por otra parte, que ya pudimos ver en la Catedral de León, cuando lo de Las Edades del Hombre, un códice renacentista en el que se explicaban estas cosas. Si quieres desfilar no pongas a Ray Conniff porque el cuerpo te pedirá de inmediato tumbarte en el primer prado que se te ofrezca a la vista. Es por las terceras menores que impulsan la sentimentalidad de cariz melancólico. 

Sea como sea, lo de los hombres del río es un fenómeno curioso que, en cierto sentido, a nosotros los españoles no tiene por qué cogernos desprevenidos. Aquí tenemos algo parecido de lo que debemos alegrarnos porque, aparte su impresionante talla cultural, es una importante fuente de divisas para la nación. Pero ésta es una historia, la del flamenco, que dejo para otra ocasión. Ahora estoy con lo de los hombres del río. Gente de etnia gitana que vive en el delta del Danubio dedicada ya sea al negocio chamarilero ya sea a la música. ¿Les suena, no? El caso es que lo de la música lo tienen muy jerarquizado. Sin acudir a los conservatorios, por supuesto, van aprendiendo de los mayores y pasando las sucesivas pruebas hasta ser autorizados por el patriarca de turno a formar parte de una banda o tocar por su cuenta. Lo que por nada del mundo permiten es que un bandarra con escasas facultades se vaya por ahí a desprestigiar al conjunto. Tienen pundonor de casta y desde luego que se lo trabajan. Son magníficos músicos por lo general aunque, por lo que sea, carecen de personalidad propia y se dedican a imitar a las bandas de dixie americanas que, por cierto, también surgieron en un delta de río, en este caso el Mississippi. Aunque, también, hay que reconocer que a veces se les nota su proximidad a la música magiar, pero eso se ve que no les reporta beneficios y acaban siempre en plan New Orleans que es lo que mola al personal. 

Y en esas estamos. Esa gente es tan ciudadana europea como usted y como yo y por eso van a donde les da la gana. Y como poseen la sabiduría del ciego del lazarillo del Tormes, prefieren los lugares donde hay dinero aunque la gente sea agarrada, que donde la gente es generosa pero no hay un chavo. Y no te digo ya si es como aquí que se junta riqueza y generosidad. Porque, los hombres del río son músicos, sí, pero sin la categoría, o personalidad, necesaria para dejar de ser mendigos. Y ahí es donde se ve la inmensa grieta que les separa de nuestros flamencos. 

En fin, que si no es por unas cosas es por otras, pero el paraíso siempre se nos escapa por entre las junturas de los dedos como cuando en la playa cogemos un puñado de arena. 

4 comentarios:

  1. Me ha dado que pensar lo que dices. Me ha parecido curioso darme cuenta de que aquí, en el país del mundo en el que el paisanaje debe de tener mas instrucción musical del mundo (junto con alguno de Centroeuropa), casi no he visto a músicos tocando por la calle. Solo cuando hay alguna actividad programada y anunciada, y a ella vas a propósito, no te la encuentras por casualidad.

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  2. Es que hay pocas cosas más apestosas y que más emboten los sentidos que la omnipresencia de la música. Claro, y esta pobre gente que viene con ese único bagaje piensa que con su insistencia nos puede hacer la vida más agradable. Es una desgracia para todos porque lo que pudiera ser un bálsamo para el espíritu si se consume a demanda se convierte en gota malaya que desquicia e incapacita para cualquier actividad medianamente interesante.

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  3. Recuerdo una vez que estaba ligando yo con una chica en un restaurante y la tenía a punto de caramelo. Llegó un violinista contratado por la casa y me cortó el rollo. Creo que le habría partido la cara si hubiera podido...

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    1. Sí, es que, además, los violinistas de restaurante son la cosa más lamigosa que se pueda concebir.

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