sábado, 10 de octubre de 2015

Familias

Ayer al atardecer me fui a dar una vuelta por el centro de Madrid. La impresión que recibí fue que una persona más y todo quedaría estancado. O mejor, petrificado. Física de fluidos, ya saben. Nunca vi cosa igual, ni siquiera cuando hay concentraciones organizadas por el poder. El rosario en familia y todo eso. Las tiendas, las terrazas, rebosaban de negocio. En el centro de la Puerta del Sol había una minúscula concentración de saharauis gritando que los guionistas son los terroristas. A saber. Pero lo que más me llamó la atención fue la cantidad de familias con hijos adolescentes que había por todas partes. Venga a hacerse fotos, por supuesto, por lo que deduje que eran venidos de afuera. Del resto de España, por el puente del Pilar. Mogollón hablaban catalán. O Valenciano, que no distingo. 

Yo con la familia nunca hice viajes salvo una vez de niño que me llevaron a ver la catedral de Burgos. Lo único que recuerdo es que el viaje se pospuso varias veces por la lluvia. Santander tenía que ser, faltaría más. Como otro a Covadonga que nunca se llevó a cabo. Eran otros tiempos, claro, y también otras familias. Se guardaban las distancias y también las responsabilidades. Si la hacías, la pagabas. Anyway, lo que creo recordar es que yo nunca me encontré completamente a gusto con la compañía de mis padres como me parece que lo están estos jóvenes de ahora. Siempre había un punto de tensión por algún temor más o menos fundado. Aunque, también es verdad que las apariencias engañan y ni Edipo muere nunca ni tampoco Electra, así que será mejor no aventurar opiniones. 

Lo que sí me parece evidente en cualquier caso es que la familia es un asunto puramente biológico. O sea, de perpetuación de la especie. Un hombre y una mujer se juntan para tener descendencia y luego permanecen unidos para poner a esa descendencia en disposición de volar por su cuenta. El resto, como dicen algunos, es cuestión de amor, aunque yo no estoy seguro de que tengan más razón que los que dicen que lo es de aguante. Demasiados papeles firmados en comandita. Lo que sea, en fin, que lo que cuenta sobre todo lo demás es que las crías vuelen y, así, nos puedan pagar las pensiones cuando seamos viejos. 

En el fondo a eso se reduce toda la política, a hacer crecer la conciencia de la responsabilidad respecto al vuelo de los hijos. Esa conciencia ligada, sin duda, al grado de desarrollo de una sociedad. Así, una sociedad de burgueses viejos no necesita para nada que el Estado se ocupe de la educación. Para eso se bastan los padres. Un padre viejoburgués sabe que su mayor liberación le viene dada por el vuelo de los hijos. Y por eso no le importa emplear esfuerzos de todo tipo en conseguirlo. Y por eso en los países con mucho viejoburgués proliferan los centros educativos de excelencia que es donde mejor enseñan a volar. Lo que cuesten es lo de menos que no hay dinero mejor empleado.

En fin, ya digo, cuestiones biológicas, entre las cuales nunca se puede descartar tampoco la desgana por perpetuarse con todas sus literarias consecuencias.     

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