sábado, 31 de octubre de 2015

La prisa

 
Al comienzo de una película de Truffaut, de cuyo nombre no me acuerdo, se ve a su actor icono, Jean-Pierre Léaud saliendo del cuartel vestido de soldado y corriendo a toda mecha, calle tras calle, picado sobre una plaza que atraviesa por el medio sorteando los coches, más calles, se diría que es Buster Keaton huyendo del emjambre de mujeres casaderas, pero no. Por fin llega a un portal, sube dos pisos, llama y le abre una madame que le ofrece un ramillete flores para que escoja. Me da igual, esa. Pasan a una habitación y tan pronto se ha cerrado la puerta se arroja sobre ella. Espera que me desvista. No hace falta, sólo lo de abajo. Bueno, por una vez alguien, Truffaut en este caso, ha encontrado un fundamento plausible a la prisa.

Porque no es fácil. Si ustedes se fijan en los tres pilares de la civilización universal, Sócrates, Buda y Confucio, descubrirán que en nada están tan de acuerdo como en que siempre llega antes la tortuga que la liebre. Es decir, llega antes a donde merece la pena llegar. A donde no merece la pena, e incluso un poco más allá, por supuesto se llega antes cuanto más rápido vas.

Es lo que le debió pasar al desventurado Juan Ángel que iba de Palencia a Astudillo en su moto pinturera y los hados dispusieron que no pasase de aquella recta con visibilidad ad infinitun. Luego sus allegados creyeron conveniente lanzar dardos al cielo para vengarle. ¿Dioses injustos? ¡Que ingenuidad! O estulticia acaso. Siempre lo dijo mi madre: Dios castiga y no da voces. Y esta vez le tocó a Juan Ángel. A dónde, o para qué, iba a toda mecha. ¿Acaso iba a salvar una vida? O, en su defecto, ¿iba a intentar crear otra? En ambos casos hubiese tenido un atenuante, pero me temo que sólo iba a tomar copas. O venía de tomarlas. Conjeturas sólo en cualquier caso. Pero existen las probabilidades. Y en este caso, por una carretera tan llana, tan lisa, tan recta... ¿qué habríamos de pensar?

Lo dicho, pocas excusas tiene la prisa, pero menos que ninguna para ir de Palencia a Astudillo. Afortunadamente, cada vez hay más gente que lo comprende. 

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