Acabo de leer que Patrimonio Nacional ha puesto en subasta un par de ferraris procedentes de los regalos que los jeques árabes le hacían al Rey Juan Carlos. Bueno, todos los estadistas se intercambian regalos cuyo valor siempre es más simbólico que real. Por ejemplo, el ministro español de Exteriores le acaba de regalar a su homónimo estadounidense una guitarra clásica salida de un taller de Madrid. Es seguro que el ministro americano, que es guitarrista aficionado, aprecia lo que vale un peine y de paso un montón de americanos se enteran de que aquí se hacen unas guitarras macanudas. Una forma de hacer política digamos que civilizada. Sin embargo lo de los ferraris, ¿qué quieren que les diga?
Tenía yo, cuando vivía en Cataluña, un conocido musulmán con el que solía conversar en la medida de lo posible que, por cierto, era bien poco. Era un marroquí con muy buena facha que vivía de chulear a la hija de unos granadinos que tenían su segunda vivienda en el municipio en el que por aquel entonces tenía aposentados mis reales. Me decía el chaval que con una sola noche que dejaran abierta la frontera de su país con España sería suficiente para que no quedase un solo marroquí en Marruecos. Tal era el desprecio que el desgraciado sentía hacia su país de origen. ¡Dios nos libre de otro Conde Don Julián!, pensaba yo. Pero, ¡ay!, no le insinuases que la miseria que les expulsaba hacia el norte quizá tuviese que ver con ciertos preceptos islámicos que impiden el desarrollo social. Entonces, el tipo se soliviantaba y contaba anécdotas que para él dejaban clara la superioridad moral de su correligionarios. Por ejemplo, la generosidad de aquel jeque árabe que cuando abandonaba el hotel de Marbella en el que había veraneado dejaba una propina de un millón de pesetas. En definitiva, el mito del ladrón generoso que es, sin duda, la piedra angular de toda la cultura musulmana. Alibabá y todas aquellas historias de palacios y huríes con las que se distrae el hambre de los miserables.
Yo no he estado en Tierra Santa ni creo que lo vaya a estar nunca, ¡Dios me lo conceda!, pero eso no quita para que procure estar informado de lo que por aquellos lares se ha cocido y se cuece. Vayan ustedes allí y busquen una ciudad moderna como pocas en el mundo y la encontrarán en Tel-Aviv. Por contra, busquen un barrio de Las Mil y Una Noches y tendrán que traspasar el muro para llegar a Ramala. En Ramala viven los mandamases palestinos que, para ser respetados por sus súbditos, se ven forzados a quedarse con todas las ayudas que recibe su querido pueblo, que son por cierto monumentales, y construir con ellas esos descabellados palacios por los que se supone corretean semidesnudas las huríes.
Es así como lo quiere Alá y Alá te libre de ponerlo en cuestión. Pero la procesión va por dentro y hay que canalizarla por donde más fácil sea para que no se lo lleve todo por delante. Y para fácil nada como echar la culpa de tu malestar al vecino que te supera con su esfuerzo. Cualquiera que se haya parado un poco a observar el mundo sabe que no hay constante que se repita con mayor tozudez. Lo que es en principio envidia al que te supera pasa por constatación de impotencia para imitarle a resentimiento. Resentimiento que solo necesita para convertirse en odio asesino el ser sazonado con unas cuantas gotas de demagogia propaladas desde cualquier púlpito.
Supongo que se habrán fijado que he dicho "supera con el esfuerzo", porque ahí es donde reside todo el quid de la cuestión. Si alguien te superara gracias a su jeta o cara dura la envidia inicial en vez de a resentimiento derivaría hacia admiración. Y es fácil entenderlo, porque cualquiera se siente capacitado para ser un sinvergüenza pero muy pocos para esforzarse. Es por lo mismo que todo el mundo admira a toreros y futbolistas y prácticamente nadie a los premios nobel de física. Son las cosas del ser humano que le resulta infinitamente más fácil y divertido ponerse a acuchillar judíos por las calles que sentarse en una mesa y dedicarse a resolver ecuaciones. Y no creo que eso vaya a cambiar nunca porque la naturaleza no solo es diversa sino también injusta. Y cada uno es uno y sus circunstancias. Y a algunos les toca en suerte algunas que son un verdadero asco.
En fin, uno trata de explicarse el porqué de las cosas que pasan y sólo se le ocurren tonterías.
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