Escribe Pessoa: "Soy un estratega sombrío que,/ habiendo perdido todas las batallas,/ traza ya,/ en el papel de sus planes,/ disfrutando de su esquema,/ los pormenores de su retirada fatal,/ en la víspera de cada una de sus nuevas batallas."
No tuve que llegar a viejo para comprender toda la sabiduría que encierran esas palabras. Batallas, las he perdido todas, exactamente igual que cualquiera de las personas que conozco. La única diferencia que veo entre unas y otras es la prontitud para convertirse en un estratega sombrío que sabe trazar los pormenores de sus retiradas fatales.
Cuánto sufrimiento, cuánta frustración, cuánta mala leche, no se evitarían en el mundo si se supiese planificar la retirada de todas esas batallas inútiles a las que la tramposa fatalidad parece abocarnos. ¿Por qué nos resistimos a claudicar tantas veces? ¿Para dar gusto a quién? ¿En pos de qué imposibles victorias?
Uno observa el mundo desde la conveniente distancia y se percata de que casi nadie conoce a los verdaderos artífices de su armónico girar. Encerrados en sus ergástulas amontonan papeles que esconden verdades desconocidas. El placer de descubrir es su incalculable sueldo. El resto, las migajas, las dejan para las ratas de plató y hotel de cinco estrellas.
Sí, en cualquier caso, mejor leer a Pessoa que afanarse en ser alguien para los demás.
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