jueves, 1 de octubre de 2015

Mondragón´s fall down

A Poirot los fuegos de artificio le parecían una cosa un peu monotone. Por eso era que mientras las gentes vulgares a su alrededor se extasiaban contemplándolos el seguía imperturbable con sus indagaciones para descubrir al malo de la película. Pues bien, a mi nada modesto juicio, estamos asistiendo a una estragante utilización de los fuegos de artificio que, sí, tienen muy entretenido al populacho, lo cual es de agradecer, claro, pero que nadie se engañe porque hay por ahí montones de poirots que pasan del aburrido espectáculo y se centran en hacer que las cosas cotidianas de la vida funcionen. ¡Y vaya que si funcionan! Y que dure.

En realidad, todo este rimbomborio que distrae a los aburridos no es sino la repetición de la historia en forma de sainete. Solo hay que recordar cuando los carlistas tenían copado todo el campo español y ni una sola de las ciudades. Los carlistas, o carlines, o mejor si quieren para que todo el mundo lo entienda, los pueblerinos, siempre y cuando no haya un régimen dictatorial en la nación volverán a la carga. A los pueblerinos por genética les va la marcha caciquil. Que mande uno y allá cuidados... como en Casa Terete con los corderos asados. En los pueblos lo único que quieren es que no venga uno de la ciudad y les diga que tienen que recoger la mierda. Me los conozco al dedillo porque nací en uno y después piqué un par de veces impulsado por la melancolía. 

Recuerden lo tranquilas que estaban cuando mandaba Franco las zonas que habían sido más fervientemente carlistas durante el siglo anterior. Estaban dedicadas en cuerpo y alma a ganar dinero a espuertas por el sencillo procedimiento de quedarse con toda la mierda que genera el desarrollo. Las fábricas más contaminantes, las granjas de chones, en fin, esas cosas que los señoritos de la ciudad quieren tener cuanto más lejos mejor. Y es que Franco no se metía para nada en si los chones había que criarlos en mitad del pueblo o a tres kilómetros de distancia. Lo tenía claro, que lo hagan donde quieran, pero que lo hagan. Luego, murió Franco y los señoritos de la ciudad quisieron que les limpiasen los pueblos para poder ir a descansar en ellos los fines de semana. Y empezó el lío porque si los del pueblo se tenían que llevar las granjas a tres kilómetros de distancia no les iba a quedar dinero para ir de putas a Barcelona en sus flamantes mercedes. Y ya no digo de las fábricas, que si tenían que descontaminar mejor llevárselas a China. No, concluyeron los pueblerinos, lo mejor va a ser volver a las andadas. Y se hicieron independentistas. Los pobres no se dan cuenta de lo poco que pintan ya esas cosas en este mundo sin fronteras. 

Así que, señores y señoras, no se dejen embaucar. Limítense a observar cómo le va al icono carlista por antonomasia, la Corporación Mondragón. En un mundo cada vez más urbano no hay lugar para la mierda. Ni, por tanto, para carlistas.

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