Me estoy refiriendo a la quiebra de Fagor del grupo empresarial Cooperativa de Mondragón. Muchas veces han sido las que al ir a comprar un electrodoméstico he visto modelos de la marca Fagor en los anaqueles y automáticamente me he dicho: antes muerto que cooperante. No me importaba ni el precio ni la calidad, sólo que era de los de Mondragón y con eso me bastaba. Y les diré el porqué.
De las cosas más terribles que he contemplado en directo en mi vida, aunque fuera a través de la televisión, después de lo de las Torres Gemelas está la liberación por la guardia civil del Sr. Ortega Lara al que los etarras habían tenido preso en un zulo durante 532 días. Pues bien, salía el Sr. Ortega Lara a la luz del sol sotenido por dos guardias civiles y los vecinos de Mondragón, que era en donde estaba el zulo, contemplaban la escena con cara de palo. Como si les fastidiase la liberación, vamos. Una periodista se acercó a unas señoras que había entre los espectadores y le pregunto si conocía a los secuestradores. Sí, claro, contestó sonriente, gente maja, vascos pues. Me entraron ganas de vomitar.
Entonces fue cuando decidí pasar a la acción: no comprar una sola cosa producida, no ya sólo por la Cooperativa Mondragón, sino también en cualquier parte del País Vasco. Ya sé que es algo irracional, pero ahora al ver quebrar a Fagor siento doble satisfacción por el hecho de tener derecho a pensar que en algo habré contribuido a la victoria con mi actitud. Y todavía más satisfacción al enterarme de que Eroski está al borde del abismo, porque es que no sólo no les he comprado ni una caja de mondadientes, es que, también, he influido todo lo que he podido en los de mi entorno para que se pasasen a otro supermercado.
Ya sé que nada define tan exactamente al miserable como el alegrarse de la desgracia ajena. Pues bien, en este caso no me importa en absoluto que me consideren todo lo miserable que quieran porque vivo convencido de que, por mucho que lo sea, en cuestiones de miserabilidad nunca les llegaré a los de Mondragón a la suela de los zapatos. Y que me perdonen las personas normales que pudiera haber en Mondragón, pero es que hay veces que es casi imposible salirse de la sinécdoque.