jueves, 31 de octubre de 2013

La caída de la Casa Fagor



Dicen que está muy mal alegrarse de las desgracias ajenas y yo por regla general estoy totalmente de acuerdo en ello, pero como toda regla general para poder serlo como Dios manda necesita de sus excepciones se da el caso ahora de que nos estamos topando con una de ellas y yo me estoy alegrando. Así son las cosas y no me importa confesarlo públicamente porque, ya sea humana, ya divina, siento que se ha hecho justicia y al cerdo le ha llegado su San Martín.

Me estoy refiriendo a la quiebra de Fagor del grupo empresarial Cooperativa de Mondragón. Muchas veces han sido las que al ir a comprar un electrodoméstico he visto modelos de la marca Fagor en los anaqueles y automáticamente me he dicho: antes muerto que cooperante. No me importaba ni el precio ni la calidad, sólo que era de los de Mondragón y con eso me bastaba. Y les diré el porqué.

De las cosas más terribles que he contemplado en directo en mi vida, aunque fuera a través de la televisión, después de lo de las Torres Gemelas está la liberación por la guardia civil del Sr. Ortega Lara al que los etarras habían tenido preso en un zulo durante 532 días. Pues bien, salía el Sr. Ortega Lara a la luz del sol sotenido por dos guardias civiles y los vecinos de Mondragón, que era en donde estaba el zulo, contemplaban la escena con cara de palo. Como si les fastidiase la liberación, vamos. Una periodista se acercó a unas señoras que había entre los espectadores y le pregunto si conocía a los secuestradores. Sí, claro, contestó sonriente, gente maja, vascos pues. Me entraron ganas de vomitar. 

Entonces fue cuando decidí pasar a la acción: no comprar una sola cosa producida, no ya sólo por la Cooperativa Mondragón, sino también en cualquier parte del País Vasco. Ya sé que es algo irracional, pero ahora al ver quebrar a Fagor siento doble satisfacción por el hecho de tener derecho a pensar que en algo habré contribuido a la victoria con mi actitud. Y todavía más satisfacción al enterarme de que Eroski está al borde del abismo, porque es que no sólo no les he comprado ni una caja de mondadientes, es que, también, he influido todo lo que he podido en los de mi entorno para que se pasasen a otro supermercado. 

Ya sé que nada define tan exactamente al miserable como el alegrarse de la desgracia ajena. Pues bien, en este caso no me importa en absoluto que me consideren todo lo miserable que quieran porque vivo convencido de que, por mucho que lo sea, en cuestiones de miserabilidad nunca les llegaré a los de Mondragón a la suela de los zapatos. Y que me perdonen las personas normales que pudiera haber en Mondragón, pero es que hay veces que es casi imposible salirse de la sinécdoque. 



2 comentarios:

  1. Pues sabes lo que te digo: que hiciste muy bien. Allá por los ochenta me lo explicó uno que sabía de esto y del que te he hablado alguna vez: el mismo día que los del PNV digan "esto se acabó", ETA se acaba. Más repugnante ha sido el pecado de omisión que el de acción, si cabe.

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  2. Desde luego que el pecado de omisión es repugnante. Los tibios que decía Nosequién. Lo que ya no pondría la mano en el fuego es por si el pecado de los de Sabin Etxea era solo de omisión. Para mí que los que echan leña al fuego es algo más que omisión.

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