martes, 8 de octubre de 2013

Socializando



"Los universitarios en España tienen peor nota que los bachilleres japoneses"

Ahora va a resultar que nos tenemos que rasgar las vestiduras. Van esos desalmados de PISA y dicen de nosotros cosas tremendas. Que estamos a la cola de los países medianamente serios en lo que hace a las cosas que se relacionan con esa facultad del espíritu conocida como inteligencia. O sea, que por comparación a los demás somos poco inteligentes, lo cual, en román paladino, es como decir que somos medio tontos. Una ofensa, vamos. Porque es que ya saben lo fácilmente que se ofenden los tontos cuando les sueltas a la cara una verdad que les concierne.  

 La cosa es peliaguda. Claro, llevamos demasiados años con la engañosa cantinela de que "nadie es más que nadie". ¿Qué quiere decir eso para según quién? Mis amigos los proscritos de Alar, por poner un ejemplo, terminaban todas sus monótonas y reiterativas disertaciones con la dichosa cantinela. Supongo que estaba dirigida a mí que, por cierto, casi no podía abrir la boca para otra cosa que no fuese preguntar por el nombre de alguna cosa. Pero daba igual, sin duda ellos sentían que yo no era igual que ellos y no se lo podían quitar de la cabeza. Me querían parar los pies o ponerme en mi sitio. Yo, un tipo al que ni le gustaban los perros, ni ir en coche de aquí para allá, ni a los viajes del Imserso, ni poner dorados y espejos por la casa y que, para mayor inri, usaba un cortacésped con motor de alubias. Para ellos, aunque trataban de disimularlo a su manera, no había por donde agarrarme.

Ellos, los proscritos, venían de donde venían y tenían un mérito extraordinario por haber llegado a donde estaban. Desde los ocho años sólo habían ido a la escuela en los breves intervalos de parada entre las penosas tareas de una agricultura arcaica. Arar, sembrar, trillar, cosechar, beldar, en todo, por muy pequeños que fuesen, podían echar una mano y desde luego que la echaban. Ese fue el terreno en el que echaron las raíces de su árbol de la ciencia. Por contra, yo, estaba en la ciudad en un colegio de pago. Y cada sábado, a media mañana, se presentaba en clase el director con una caja de regaliz bajo el brazo para dar las notas. E iba nombrando de más a menos y se iba constituyendo la fila. Al primero tres barras de regaliz, al segundo dos, a los siguientes hasta diez, una, y los demás, hasta los cuarenta y tantos que éramos por clase, nada. Claro, así, a ver quién es el que no se entera que todos somos iguales pero unos más iguales que otros. Los más inteligentes, o más estudiosos, o como quieran llamarlos, disponían de más regaliz que los del montón. Era inevitable admirarlos, envidiarlos, criticarlos, hasta odiarlos. En definitiva, eran importantes.

Pero luego, pasó lo que pasó y, como consecuencia primera, la educación se hizo universal. Todo el mundo, aunque creyese otra cosa, fue a un colegio de pago. Lo que pasaba, y sigue pasando, es que, por razones que sería interesante analizar, ya no venía, ni viene, el director el sábado con el regaliz bajo el brazo. Según me han contado, se quiere evitar así el engolamiento de unos y la humillación de otros. Lo importante en una clase, dicen, es que todos sean "coleguis", incluido el profesor. Es la famosa socialización, principio y fin de toda educación que se precie de tal. 

¡Y vaya que si estamos socializados, vive Dios! Quizá no haya país en el mundo que nos aventaje en eso. Aquí, si hay alguien con prestigio, ese es Vicente, el de las paellas que dan de comer a más gente. Y los sanfermines, y las fallas, y las tomatinas, los toros vega y las cabras por el campanario, todo ello verdaderas cúspides del arte socializante. 

Pues miren lo que les digo, por comparación andaremos mal en comprensión lectora y habilidades matemáticas, pero hay aquí unas virtudes socializantes que te cagas. ¿Por qué se creen si no que cada año que pasa vienen más turistas? Pues por eso, por el arte que nos damos socializando. Te topas con un turista, socializas con él y ya no quiere otra cosa. El año que viene vuelve. 

Además, ¡con lo caro que se ha puesto el regaliz! ¡Y que les den morcilla a los de PISA! Pues anda que no. 

2 comentarios:

  1. Pues no te cuento,principios de los 70,recreo a las 11 de la manana,pero sobre las 11 menos cuarto el ínclito Hermano Sedano,antiguo héroe de guerra,nos ponía a los también cuarenta y tantos en corro y comenzaba una especie de pasapalabra a la Franquista,con tortazos incluidos si eras muy zoquete,de declinamiento de términos latinos.si no te espabilabas,te pasabas todo el recreo metido en clase,amén de no pillar el bocadillo de torreznos(por cierto,glorioso) y se te quedaba cara de tonto.Ya me gustaría a mí ver a los japoneses o finnlandeses en esta guisa....

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  2. Eso lo viví en los años cincuenta. Se hacían filas para todo y los que acertaban para adelante y los torpes para atrás. También caían tortas, pero siempre sobre los mismos.Se trataba por todos los medios al alcance de dejar claro quien era cada cual. Era la forma de estimular la competencia. Y la verdad es que en algo debió de funcionar porque luego he visto por ahí a compañeros haciendo cosas de bastante mérito.

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