De cuestiones pedofílicas uno sabe lo suyo porque ha sido niño y ha ido al colegio. A colegios de curas concretamente. Dio igual que fuesen lasalianos o salesianos, en todos había entre los docentes elementos a los que dominaba la pulsión pedófila. Claro, cualquiera lo puede comprender, si lo que te atrae sexualmente son los niños pues procuras instalarte donde les tienes a mano, un colegio, con internado al ser posible para poder ir por la noche a ver si están bien tapados no se vayan a enfriar.
Entonces, resulta que tienes diez años, estás interno, eres delicado, sensible, coleccionas sellos y "El Pato" está al quite. Trae los sellos después de clase y yo te ayudo a clasificarlos, te dice. Vas, notas que te acarician, te gusta, lo agradeces, no ves nada raro. Pero alguien ha tomado nota, otro interno ya adolescente. Te escarnece en el recreo, te llama cualquier cosa fea, la novia de El Pato y así, caes en la cuenta, dejas de coleccionar sellos y escuchas. Pronto compruebas que no hay tema de conversación en el patio que supere en frecuencia al de los curas piporros y sus favoritos. Todo el mundo se cree con derecho a humillar a los favoritos. Son como quien dice la hez del colegio. Y hay mucha hez. Las envidias, los resentimientos naturales entre semejantes, promueven la maledicencia. Y esos niños del Sardinero, con sus pantaloncitos a la última moda, por encima del medio muslo, y el pedófilo que apenas puede disimular la salivación que se le desborda por las comisuras. No, desde luego, otra cosa no, pero habladurías en el patio...
Eran otros tiempos, pero no tan lejanos. Gide contaba en sus diarios cómo se tiraba niños en el Magreb y, luego, por la noche, De Gaulle le invitaba a cenar en el Elíseo. No parecía haber la menor contraposición entre las dos cosas. Al fin y al cabo los suecos habían leído los diarios y no por ello habían dejado de otorgarle el Premio Nobel. Eran otros tiempos, no muy lejanos, cuando nuestros padres no parecían concederle la menor importancia al asunto. Porque saber tenían que saber. Lo contrario es impensable. Ellos mismos, la mayoría, habían vivido la experiencia en sus colegios. Era lo normal. Venía de muy lejos.
Hasta que llegó Nosequién Nosecuando y mandó parar. Parar de considerarlo tolerable porque lo que es de practicarlo... eso, el día del juicio final... a no ser que Dios cambie de opinión y deje de fabricar pedófilos. Y, así todo, menos mal que siempre nos quedará Filipinas.
Fíjate tú: Machado, Leonor, Campos de Soria, conmigo vais mi corazón os lleva... Hoy en día no te quiero decir la que le habría montado la asociación de padres del instituto. Seguro que se habría quedado en la calle.
ResponderEliminarSí, sí, sabe Dios que es lo que le haría a la niña porque creo que se murió en cuatro días. La pobre no pudo hacer camino al andar.
EliminarAl año se fueron a París y allí le diagnosticaron una tuberculosis galopante que se la llevó al poco. A lo mejor, investigando, nos podías hacer un estudio como esos de Marañón y descubrías qué fue lo que verdaderamente se la llevó por delante.
EliminarEs arriesgado opinar sobre lo que pudo influir en la enfermedad de la niña, pero el más que probable estado de permanente excitación al que por fuerza le tenían que arrojar las extraordinarias circunstancias de su vida no fuese de gran ayuda para su sistema inmunitario. Imagínate, 14 años, de Soria, de familia humilde, el viejo profesor, Paris... eso no hay Lolita que lo soporte.
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