Venía lo anterior a cuento de que me acabo de enterar de que están en proceso de subasta dos de los abrigos que llevaban los Beatles cuando se hiceron la foto para la portada de un disco. Bien, pues lo que me sorprende, y me es imposible entender, es que haya gente que esté dispuesta a pagar 60000 € por cada uno de ellos. Por semejante regla de tres, pienso, valdrán mucho más las cosas que pertenecieron en algún momento a los Beatles que el producto interior bruto de un país de grueso calibre. Y menos mal que no las ponen todas a la venta de golpe porque sería peor para los mercados que cuando la guerra del Yom Kipur.
Claro, estas cosas deben de tener que ver con eso que llaman fetichismo. Es lo de adosar a objetos comunes características casi sobrenaturales por haberse dado la circunstancia de un simple contacto con alguien famoso, o hecho histórico, antigüedad y tal. Pongamos a Picasso como ejemplo paradigmático. ¿Es que todos, los millones de cuadros que pintó, son extraordinarios? Ni pa Dios. Habrá miles y miles que son una verdadera porquería, pero da igual porque lo que cuenta es que los pintó Picasso. Es decir, pura y dura superchería que será mejor no cuestionarse públicamente so pena de ser arrojado a las fieras.
La superchería, esa cosa sin la cual parece difícil vivir y yo el primero. Por ahí tengo ya arrumbado y a punto de contenedor un cartón al que pegué un mapa en el que venían señalados los itinerarios que hizo Anacarsis por la antigua Grecia. Lo he llevado durante muchos años de aquí para allá y siempre lo he tenido colocado en donde vivía como si fuese el altar con los dioses penates. Tendía a considerarlo como una representación del faro que viene iluminando a la humanidad desde que tenemos memoria histórica. Desde luego que la cosa suena elegante, pero es una chorrada, porque faros ha habido muchos y a quoi bon tener apego a uno y no a los otros. Sin embargo, yo lo miraba y como que sentía reconfortamiento. Era como una referencia a la que necesitaba estar agarrado so pena de caer a no se sabe donde. Últimamente, superado ya ese complejo de Anacarsis, arrastro en mis traslados un cuadro con la identidad de Euler en grandes caracteres. Pero ya no le coloco en lugar preferente. Como en el chiste de las monjas, me tengo que subir al armario para verlo. Qué duda cabe que es de una gran belleza y que representa una de las cumbres de la espiritualidad. Quizá, pienso, necesito verlo para ayudarme a vencer la pereza que se opone a que arranque a estudiar matemáticas. Porque me cuesta arrancar, pero cuando llevo un rato, se lo juro, ya estoy como si me hubiese fumado todo el seto de hortensias del rico pensil.
Es evidente que nadie, o muy pocos, se libran, porque seguramente los fetiches son referencias que estabilizan el ánimo. Pero, ¡caray!, hay fetiches y fetiches y ese mercadeo que el mundo desde que es mundo tiene montado con ellos necesita, a mi entender, un Jesús que expulse a los mercaderes a latigazos. Porque en el fondo de todo el asunto quizá no haya otra cosa que la inseguridad que proporciona la ignorancia. Simple incapacidad para desentrañar las diversas formas del lenguaje que no sean las literales... por falta de inteligencia, por pereza mental, por lo que sea que tan bien saben explotar los vivos que se han propuesto vivir de los cadávares vivientes, que no otra cosa puede ser el que se gasta 60000 € en un abrigo que se puso un Beatle para hacerse una fotografía promocional.
En resumidas cuentas, que quizá haya una cierta relación, directamente proporcional, entre necesidad de fetiche y putrefacción cadavérica. Una simple sugerencia.
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