Paco es de los pocos mitos que nunca se me tambaleó lo suficiente como para caerse del pedestal. Aunque reconozco que estuvo a punto de hacerlo cuando hizo unas declaraciones exculpatorias de la incalificable actitud de Farruquito cuando pilló a un transeúnte con el coche y le dejo morir como un perro sobre el asfalto por ver si así se libraba de los problemas inherentes al caso. No sé si Paco dijo aquellas patochadas por solidaridad inter genius o por fuerte sentido de pertenencia étnica, pero, en cualquier caso, no fueron apropiadas se mire como se mire.
Cuentan que Paco era tan bueno con la guitarra a los doce años que los capos del flamenco de aquí decidieron llevarlo a New York para que le escuchase Sabicas que era el capo supremo del mundo mundial. Sabicas, por lo visto, quedó bastante favorablemente impresionado y recomendó que el chaval se quedase por allí porque consideraba que era el sitio apropiado para que aprendiese las tres o cuatro cosas que le faltaban. Así es que Paco anduvo toda su adolescencia de aquí para allá en solitario por todo los EEUU, con la guitarra al hombro, dando recitales donde su agente decidía. Como escuela de vida no debió ser poca cosa aquello.
Y claro, como en esta vida todo se pega, del contacto con las músicas folkloricas americanas le salió a Paco un flamenco original que dio no poco qué hablar a los puristas de la cosa. Dio entrada en sus armonías, por poner un ejemplo, a las disminuidas o tritonos de los blues con lo que sus rumbas y bulerías ganaron considerablemente en sensualidad... que era, por cierto, lo que más apreciábamos el personal bastante desquiciado de aquellos maravillosos años. Recuerdo perfectamente el ir con los amigos de gira por aquellas carreteras interminables, fumando porros y escuchando "Entre dos aguas" y todo era como si nos hubiesen teletransportado a las esferas celestes.
La última vez que le vi en directo fue tan delirante que casi no lo recuerdo. Fue en aquellas escapadas que hacíamos toda la peña a los festivales de jazz de San Sebastián. Tomábamos al asalto el Hotel Arana y a partir de ahí todo era ya un sin vivir. Los cogotes del Iribar de Guetaria o las cocochas de La Hermandad de Fuenterrabía se echaban a temblar tan pronto se enteraban de que andábamos por allí. Aquella noche, Paco compartía escenario con John Mclaughin y Al Di Meola. En el recinto del velódromo de Anoeta había tanto humo cannabíco que, de no llevar escafandra, era imposible escapar al coloque. Aquello fue casi una eternidad en la gloria. Imposible recordar con mayor precisión.
Y así es que la vida pasa, tan callando y, de pronto, un día tal como hoy vas, enciendes el ordenador y de lo primero que te enteras es de que Paco nos ha dejado. Se ha ido pronto, pero así son los genios. Deja tras de sí tanta vida que probablemente le haya parecido que continuar hubiese sido un abuso. En fin, cosas que pasan.
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