En Salamanca, un artista local de ideología bien definida, o sea, un oximorón en toda regla, ha visto como el ayuntamiento retiraba sus obras de una exposición. Las obras en cuestión no eran otra cosa que retratos de Rajoy y la Infanta Cristina con excrementos sobre su cabeza. En definitiva, una mezcla de mal gusto y falta de imaginación que es a donde por necesidad está condenado a llegar cualquier persona de ideología bien definida, y más, bien sur, si va de artista.
A mí no me duelen prendas confesar que de arte no entiendo gran cosa, por no decir nada. Pero tengo mi corazoncito y por ello creo intuir si me están tomando el pelo o no cuando me intentan vender algo como si fuera arte. Que un artista asturiano, por poner un ejemplo, sea invitado por una institución financiera local para que haga una performance consistente en comerse los propios excrementos me parece que no es sino el anticipo de lo que estaba por llegar, o sea, el derrumbe de esa institución financiera. O entre idiotas anda el juego, si mejor quieren.
Ya les he comentado alguna vez que para mí todo esto de lo que se conoce como arte contemporáneo no es más que una burbuja que se mantiene en el aire gracias al aburrimiento de los turistas que visitan ciudades en las que no se les ha perdido nada. Los pobrecillos, entre el desayuno y la comida se ven compelidos, so pena de crever d´ennui, a visitar cualquier museo local en donde, entre ventajas como la de la calefacción en invierno y el aire acondicionado en verano se encuentra la de tener urinarios a mano que, a la postre, es lo que más agradece cualquier turista que no vaya por el mundo de viajero intrépido. Museos locales, esa es la clave. Señálenme un sólo museo local en el mundo en que no exhiban como joya suprema un cuadro de Picasso o acaso de Dalí. Como churros los hacían.
Les cuento estas cosas porque, siendo esta noche víctima de un ataque de insomnio, me he puesto a escorcollar por entre la prensa digital y he ido a dar con una entrevista que le hacían a la crítica de arte mexicana Avelina Lésper. Y bien, sostiene Avelina sobre el arte contemporáneo:
-Explíquese…
-Carece de valores estéticos y se sustenta en irrealidades. Por un lado, pretende a través de la palabra cambiar la realidad de un objeto, lo que es imposible, otorgándoles características que son invisibles y valores que no son comprobables. Además, se supone que tenemos que aceptarlos y asimilarlos como arte. Es como un dogma religioso.
-¿Y por otro lado?
-También es un fraude porque está sostenido nada más que en el mercado, que es fluctuante y artificial en la mayoría de los casos. Se otorgan a las obras valores artificiales para que pienses: “si cuesta 90.000 euros es porque debe ser arte”. Estos precios son una burbuja, como existió la burbuja inmobiliaria.
-¿Y pinchará?
-Se tiene que pinchar. Una torre de papel sanitario de Martin Creed cuesta 90.000 euros. El objeto no es lo importante, sino lo que tú puedes demostrar económicamente a través de su compra.
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