Quizá, pienso, con esa insistencia se trate de crear algún tipo de inquietud a los miles de millones de personas que se pasan la vida de aquí para allá por los aires. Te puede tocar, tío. Con las mismas probabilidades más o menos que el gordo de la lotería si compras un décimo. Y hay que ver cómo suelen soñar paraísos los que ya tienen el décimo en bolsillo. Pero no sé si esos sueños serán proporcionales a la inquietud que albergan los que están en trance de volar. Me parece que no. Juraría que la inmensa mayoría se sube a los aviones con la inocencia de Icaro. O de Faetón. Desafían las leyes de la gravedad sin por ello sentir la necesidad de elevar una plegaria a los dioses.
Si vas andando de un sitio a otro no estás libre de accidentes a pesar de los pocos elementos que pones en juego. Un traspiés lo da cualquiera y si caes mal... No te digo los traspiés que se pueden producir cuando suben los elementos en juego. Los millones de piezas de un avión que se tienen que conjuntar a la perfección a lo que hay que añadir los aleas de la climatología. Un verdadero milagro que se llegue casi siempre a buen puerto. Y, sin embargo, hemos dado en pensar que eso es lo más natural. Y si algo falla, a falta de chivo, clamamos contra los dioses. ¡Hasta dónde llega la soberbia!
Así que, no nos engañemos, hay accidentes y accidentes. Unas veces porque el diablo las enreda y otras porque desafiamos a los dioses y estos, hartos, nos expulsan del paraíso. La verdad, no comprendo en donde está el interés de la noticia más allá del dolor que puede alcanzar a los loved ones de los expulsados.
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