Confieso que en tiempos leía los libros de este señor. Eran simpáticos y de muy fácil digestión. Por así decirlo no te desmentían ni una sola vez: la comunión ideológica y sentimental era absoluta. Resumiendo: no me aportaba nada de nada y no tardé en darme cuenta, dado lo cual corrí a deshacerme de todos sus libros... junto a otros cuantos cientos, o miles, que no sé, porque es que hasta aquel entonces había tenido a gala trufar de estanterías repletas mis habitáculos con la ingenua presunción, supongo, de deslumbrar a las visitas.
Claro, este señor, entre París y Marraquech, e informándose de lo que aquí pasa por los medios tipo El País, no parece muy enterado de los aires que por aquí corren. Todo su artículo parece destilar aquella nostalgia que a comienzos de los setenta percibíamos en los viejos republicanos exilados en París. Hablabas con ellos y parecía como si les doliese reconocer lo bien que vivían en España grandes capas de la población de las que nosotros mismos éramos un claro exponente. En el fondo lo que les pasaba es que al hablar con nosotros notaban que se acercaba el final de su largo buen vivir de cantar la milonga republicana española. Nosotros habíamos leído, cuanto menos, a Gerald Brenan y Hugh Thomas y, por tal, ya no creíamos en historias de buenos y malos.
Así debe de ser que percibe Goitisolo como los jóvenes de hoy se hacen caca encima de aquellas "señas de identidad" que tan famoso le hicieron. Los jóvenes de hoy, salvo la inevitable minoría enfermiza, no reconocen más identidades que las notables con las cuales, para el que no sepa, cual debe de ser el caso del susodicho, se ayuda a resolver no pocos problemas de los de verdad... como hacer posible que una persona pueda vivir a la vez en París y Maraquech sin por ello tener que despeinarse.
Así es que yo, cogería, agarraría a la secta de los nostálgicos de aquella dorada edad de oro, valga la redundancia, y les haría entrar en Madrid por donde entramos ayer Pedro y yo a bordo de un flamante Mercedes -no sé qué tienen los Mercedes que siempre están flamantes- y les invitaría a mirar a derecha e izquierda para comprobar hasta qué punto estamos recuperando nuestro puesto de furgón de cola. ¡Para partirse, vamos!