lunes, 19 de mayo de 2014

Roadsmitten



El otro día estábamos paseando al atardecer cuando vimos dos bicicletas de las que llaman de trekking apoyadas en la barandilla que rodea la Segunda playa. A su lado había una mujer rellenita con cámara en ristre tratando de captar, supongo, la hermosura del instante. Como ya saben, porque no pierdo ocasión de comentarlo, las bicicletas a María y a mí nos chiflan como a otros lo hacen los Ferrari, así que nos pusimos a contemplarlas y no habían pasado ni dos minutos antes de estuviésemos en animada conversación con Sabrina, que así se llamaba la chica de la cámara. No tardó en aparecer Mikel que, como Sabrina, tenía buenas ganas de palique. Nos contaron que ahora hacía justamente tres años que salieron de su casa de Montreal y que desde entonces han andado de aquí para allá dejando de ello constancia para los amigos que les quieran seguir en www.facebook.com/roadsmitten. De momento, nos dijeron, no tienen la menor intención de volver a casa. Ahora van a bordear la Península Ibérica, luego Marruecos, sur de Italia, Grecia... bueno, bueno, son jóvenes todavía, andarán por los cuarenta.   

Ni que decir tiene que, de entrada, sentí una envidia parecida a la del compositor Gustav von Aschenbach, el protagonista de Muerte en Venecia, cuando volviendo un día de su paseo cotidiano vio que en la escalinata de la iglesia junto a su casa había un hombre de mediana edad en atuendo de excursionista y con el aire cansado de quien viene de pasar el día arriesgando su futuro. Qué coño carajo hago yo aquí, me dije. ¿Por qué no tirarme a los caminos? Nada me lo impide... a no ser la falta de una verdadera motivación. Hay quien está motivado, hay quien no lo está en absoluto y los hay, como quizá sea mi caso, que lo estamos a medias y por eso es que sólo hacemos pequeñas incursiones con fecha de caducidad. 

Gustav von Aschenbach sintió envidia y fue consecuente. Se largó a Venecia, se tiñó el pelo y se puso a soñar con donceles. Fue valiente sin duda y supo morir en el intento. Luego he tenido noticia de otros casos e, incluso, he conocido alguno. La familia de Borges, dejó el rutilante Buenos Aires de los locos veinte del siglo pasado donde tenían un más que mediano buen pasar y con el dinero que les proporcionaba el alquiler de su casa vinieron a instalarse a Europa, Ginebra concretamente con veraneos en Mallorca. Muchos pudieron haber hecho lo mismo, pero, que se sepa, sólo a ellos se les ocurrió. O sólo ellos sintieron esa necesidad en apariencia tan apetecible para cualquiera medianamente inquieto. O lo de aquel "inspector de cornisas" que conocí en Salamanca. Con el dinero que le rentaba el piso que había heredado de sus padres en Alemania se pegaba la gran vidorra controlando lo que hacían las aves por los aleros de la Plaza Mayor. Nunca vi hombre con la expresión más beatífica. Su futuro podría ser todo lo incierto que se quiera, pero su presente era impecable, dando rienda suelta a su afición ornitológica y con la dueña de aquel bar, allí, a dos pasos, que le tenía a pan y manteles, como si fuese un príncipe, a cambio de unas cuantas carantoñas. 

El caso es que, de una forma u otra, todos, o casi todos, anhelamos dar tensión a nuestra vida so pena de acabar instalados en el reino de los muertos vivientes... entregados al consumo de buen gusto y esas cosas. Pero no sabemos cómo o no tenemos redaños. Sin embargo, no es difícil. Hay millones de caminos a recorrer en solitario llenos de sorpresas. Incluso sin salir de casa. Sólo hace falta motivación, determinación y valentía para lanzarse. Cualquier cosa, ya digo, mejor que quedarte entre tu gente haciendo cálculos entre todos a ver quien la tiene más larga.  


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