domingo, 18 de mayo de 2014

Ortler Meran



Ayer, sin venir a cuento, de buenas a primeras, se me puso la nariz en plan Fontibre. La cabeza no tardó en adoptar esa forma que llaman pesada, así que, sin pensarlo dos veces, decidí recurrir al Bálsamo de Fierabrás. Hoy, al levantarme, he notado que la irritación empezaba a escurrirse rinofaringe abajo así que lo primero que he hecho ha sido pegarme otro lingotazo del brebaje milagroso. He desayunado y tal con la habitual satisfacción y ahora estoy aquí, en mi trono de jerife, agarrado al kleenex y conectado a la nube... haciendo de las mías. 

El caso es que venía sintiendo desde hace tiempo la necesidad de cambiar la cabalgadura. La que tengo, la pobre, está muy vieja y renquea por todas las junturas. La compré hace casi treinta años cuando andaba por los campos de Salamanca y desde entonces me ha venido sirviendo sin contratiempos y con muy escaso mantenimiento. Una joya, en definitiva, que duró lo que duró, quizás más de lo debido a causa de una indebida sentimentalidad. Porque ya estaba amortizada más que de sobra tiempo ha. Así que dándose la circunstancia de estar ayer comentando con la parte contratante de la segunda parte las próximas cabalgadas del verano ya en ciernes, llegamos ambos a la conclusión de que lo suyo sería que yo me apresurase a cambiar de bicicleta con la finalidad sobre todo de aligerar los esfuerzos porque a la vista está que, al respecto, ya no estoy para derroches prescindibles. 

Así que, tomada la decisión, para qué esperar. Instalado en el trono y conectado a la nube me he ido de tiendas. Como sabía más o menos lo que quería porque soy perro viejo en este oficio del pedalear no me ha costado ni dos horas decidirme entre la ingente oferta. He optado por una alemana. Lo alemán mola. Se rompe menos. Precio asequible, estética clásica y mezcla equilibrada de robustez y liviandad. Alea jacta est. Página de Amazon. Bicicletas. Ortler Meran. 750 €. Incluir in mi cesta. Comprar. Dentro de menos de una semana me la traerán a casa. 

Así corre el mundo y algunos no se enteran. O hacen como si no se enterasen mientras cantan loas al viejo orden. Porque, aquí en la provincia, a veces parece como que los comerciantes te hacen un favor si acceden a que les compres algo. Y eso dentro de una oferta restringida a las modas del lugar. Sota, caballo y rey. En fin. ¡Que les zurzan! El pequeño comercio de proximidad de aquí a dos días quedará reducido a bares, restaurantes, peluquerías, tiendas de recuerdos para turistas i prou. De hecho, en muchas ciudades ya están adaptando los bajos de las casas del centro para convertirlas en viviendas. Es la única forma de que no queden vacíos. Ya digo, el signo de los tiempos, y yo que me regocijo. 

Y este verano, a estrenar cabalgadura... por esos mundos de Dios.  



2 comentarios:

  1. Felicidades, chacho. Tu burra era ligera y bonita, pero los años no pasan en valde.

    El asunto de la agonía del negocio de provincias es algo que siempre me ha parecido misterioso, quiero decir, el que no se haya producido antes. Recuerdo historias que un japonés nunca se creería, como aquella vez que mi mujer se quiso compar unos zapatos que vio en un escaparate en Salamanca. Los de la tienda le dijeron que solo tenían el par del escaparate y que era muy complicado sacarlos de allí solo por un capricho de una clienta ocasional. Mi mujer insistió, se los probó y cuando dijo que no los iba a comprar fue Troya: lo más suave que le llamaron fue ignorante, por desconocer la alta calidad de aquellos zapatos, y por despreciar el gran favor que le habían hecho -por ser vos quien sois- sacándolos del escaparate. Ropa, joyerías, marroquinería, papelerías, tiendas de embutidos finos... para qué seguir.

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    1. Sí, desde luego, la Provincia es la Regenta. Recuerdo que en Santander se comentaba una frase que solían intercambiarse los dependientes de comercio cuando veían entrar a un par de señoras muy resueltas: "cuidado que estas vienen de barcos". Se suponía que les iban a hacer sacar mil telas y al final no iban a comprar nada. Pensaban ellos ellos que todo pez que merodea el cebo se acaba tragando el anzuelo. Cosas de la Provincia. Ultimamente, uno de los de toda la vida me ha vendido unas gafas que han importado 1200 €. El tipo, hijo de un compañero de colegio, se mostró superamable e incluso me confesó en un alarde de intimidad que le encantaba recoger las caquitas de su perro. Cuando volví a decirle que no veía con ellas no puso muy buena cara. Me dijo luego que había cambiado los cristales. Pero sigo sin ver. ¿Qué hacer? Sunk cost fallacy. Mejor darlo por perdido y acabar de una vez. Y no volver nunca a la provincia. Afortunadamente para la intendencia tengo aquí al lado un Mercadona. Y para gafas hay en la ciudad un par de Affelou. No hay otra solución.

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