Vengo de pasar unos días por allí haciendo bicicleta. La Tierra de Campos me sigue pareciendo el lugar más hermoso de todos los que he conocido. Quizá es porque soy un tipo con una irreprimible tendencia a la melancolía. O vete tú a saber. Llegas a un pueblo perdido en medio de la nada y en la cantina te preparan unos huevos con patatas. Luego, al resguardo de la iglesia extiendes el saco y echas un sueño reparador antes de seguir camino hacia Carrión de los Condes. Apenas 2200 habitantes sobre los que todos los días se precipitan 600 peregrinos venidos de todo el mundo. Una verdadera Babel que, sin embargo, da la impresión de no haber modificado un ápice el carácter castellano, o labriego, del pueblo. Es lo que va del peregrino al turista, del sobrevolar al arrasar. Te sientas en el café de la plaza y no porque se hablen allí mil lenguas diferentes deja de ser el café de siempre.
De Carrión a Población de Campos llevamos un viento en contra que nos agota. Paramos en Villalcazar de Sirga a recobrar el aliento. En la plaza frente a la iglesia hay una colla de españoles que viene de celebrar algo. Por así decirlo, su comportamiento es el más acabado compendio de garrulería que se pueda concebir. Han comido cordero en el afamado figón del pueblo y quieren que todo el mundo se entere. Sin exhibicionismo, parece ser, el cordero les sabe a poco. ¡Que gente más ruín! Nos vamos por no escucharles.
"Amanecer" está a rebosar. En el comedor hay dos mesas corridas. En una cenan los peregrinos y en la otra una peña de españoles que anda de puente. Da igual que los españoles tengan pinta burguesa, porque, el caso es que la diferencia de decibelios entre una y otra mesa es abismal. Los españoles, no nos engañemos, sean del nivel social que sean parecen todos de Tudela y hay que dejarlos solos para que canten de cualquier manera. Menos mal que tenemos la habitación en el último piso que si no...
En fin, que no sé qué hacer.
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