miércoles, 14 de mayo de 2014

Retrato




Bien es verdad que las palabras se las lleva el viento, pero no sin antes dejar un cierto retrato del que las pronuncia. Así es que ya puede uno peinarse como quiera, calzarse todos los Armanis del mundo, exhibir tez bronceada y músculos de acero, que su verdadera imagen la dará en el momento que abra la boca para decir algo. Otra cosa será, ya, la comprensión lectora de los que te observan. Será en función de su agudeza interpretativa que consigas, ya sea darles el pego con tu deslumbrante fachada o, bien, hacerles ver la sustancia que se esconde tras una apariencia rutilante. 

Las apariencias, bien sabido es que engañan a una inmensa mayoría. Pero también es sabido que nadie está capacitado para engañar a todo el mundo todo el tiempo. Así, tarde o temprano, salta el niño, o el loco, que señala la desnudez del rey. Y bien, el mal puede que ya este hecho, pero denunciarlo supone el inicio de su posible reparación. 

El caso es que en el trascurso del tiempo de vez en cuando se producen hechos de una especial trascendencia sobre los cuales las gentes estupendas se sienten obligadas a decir la suya. Y decirla, así, a bote pronto, sin pasar las palabras que brotan de los sentimientos por el filtro de la razón. Y claro, les salen cosas cuanto menos chocantes. Así, por ejemplo, nuestro Presidente, el Sr. Rajoy en quien tenía depositadas todas mis complacencias, me ha sorprendido al introducir entre los adjetivos tremendistas con los que ha valorado el asesinato de una política el de inútil. ¡Pero hombre de Dios, cómo se puede decir tal cosa! ¿Es que acaso puede ser en alguna ocasión un crimen útil? Poca cabeza en definitiva. Ese es el retrato que me ha dejado al abrir la boca. Creo que en adelante voy a limitarle mis complacencias. 

Casos así se pueden contar por millones. Y, también, lo contrario, la mejor valoración de alguien tras escuchar lo que dice. Porque hablar, y no la cara como dicen, es el espejo del alma y sus potencias. Por eso es tan importante pensarlo dos y tres veces antes de abrir la boca. Y si no estás seguro, callar o, en su defecto, recurrir a los tópicos asertivos tipo "también es verdad" o "ya te digo" que al no dar ni quitar sino todo lo contrario la razón al interlocutor le producen cierto descoloque, es decir, un no saber a qué carta quedarse contigo. Callar, escuchar, respuestas asertivas y, por ventura, una linda carita, éxito social asegurado. ¡Que lo sepan!

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