viernes, 13 de junio de 2014

Cocidito madrileño


El otro día iba en el metro escuchando la conversación de unos jóvenes. Los jóvenes, qué duda cabe, pierden mucho tiempo en su permanente intento de compartir fluidos, pero entre frustración y frustración, de vez en cuando, se pasan información valiosa que, a la postre, es la que hace que el mundo siga su imparable avance hacia nadie sabe donde. El caso es que uno de ellos contaba que el pasado fin de semana había ido y vuelto de Málaga por 40 euros. Y les daba la dirección de la página web en la que cualquiera puede encontrar chollos semejantes. Supongo que la cosa habrá empezado de una forma inocente: tú, por lo que sea, tienes que ir, pongamos, a Pernanbuco, entonces piensas que en coche se te puede hacer aburrido y caro, pero si anuncias tu viaje en esa página es muy probable que encuentres compañía y que, incluso, la gasolina te salga gratis. Después, alguien habrá pensado, leches, yo con esto me puedo ganar la vida. Llevo a cuatro hasta Málaga que son 160 del ala y me quedan limpios de polvo y paja 80. No está nada mal. Claro, es fácil comprender que a los que viven de traer y llevar gente de aquí para allá no les guste un pelo la existencia de esas páginas y que incluso pongan el grito en el cielo acusándolas de competencia desleal y no sé cuantas cosas más con lo que lo único que consiguen es que cada vez más gente se entere de la existencia de esas páginas y que la bola crezca. 

La bola crece y unos americanos de San Francisco lanzan una aplicación para el móvil que se descarga gratis y que convierte el juego en cosa de niños. Sales del teatro, das a la aplicación, y en menos de lo que lo piensas ya tienes allí un tipo que te lleva a donde quieras por la mitad que un taxi. Imagínense, los taxistas, el paradigma de los gremios. Cuesta mucho entrar allí, pero una vez dentro... de por vida. "Hijo, tú algo seguro", como solían decir los padres a los hijos hasta hace cuatro días. Y si no servías para hacer una oposición, pues, ale, para taxista. Se ponían todos, o una buena parte, de los ahorros familiares para comprar una licencia y, a partir de ahí, a pasarse los días recorriendo las calles de la ciudad al ritmo de los comentarios de Jiménez Losantos o Iñaky Gabilondo, que lo de tener algo seguro no conlleva necesariamente una adscripción ideológica determinada. 

En definitiva, que ya le llegó el turno al sector del trasporte. Uno a uno van cayendo todos. Dentro de tres días serán las farmacias que, por lo demás, ya andan bastante pachuchas. El pequeño comercio, ni te digo. La medicina, salvo para la cirugía, no veo impedimento alguno para consultar, via skype, con un médico indio por cuatro rupias. Igual que se hace con las clases de matemáticas. Bueno, el sunami numérico se lo va llevando todo por delante para dejarlo totalmente trastocado unos cuantos años más allá. Imposible predecir. 

Así que, una de dos opciones, o aprendes a surfear esa gigantesca ola o te dedicas a esperar a que llegue hasta ti y te arrase. Porque, por muchas ilusiones que te hagas, no hay condición que esté a salvo. Incluidos, por supuesto, los pensionistas. No sé cómo ni por donde, pero conviene estar en guardia porque lo que es seguro es que la ola llegará y si no has aprendido a mantenerte sobre la tabla... olvídate ya del cocidito madrileño. 

1 comentario:

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