lunes, 9 de junio de 2014

Panfletismo turístico



Estoy acostumbrado a que se me recrimine una supuesta falta de sensibilidad. Que no sé apreciar un bello paisaje, una comida refinada, por no hablar de una ópera que, eso sí, se me abren las carnes de sólo pensar que me la tengo que tragar. Yo, la verdad, le quito toda importancia a esas etiquetas que se basan en simples impresiones. De hecho, para mis adentros pienso lo que el clásico dijo de aquellos que se desgañitaban defendiendo sus razones: dejadles que tengan razón, o sensibilidad, ya que no pueden tener otra cosa. 

El caso es que el otro día, como tantos otros, salí a escampar la boira por los campos que tengo aquí, al lado de casa. En un momento determinado levanté la vista de mis pensamientos y ante lo que vi no pude sino exclamar: ¡leches, qué azul! Al instante me recordó al color de los ríos de la India y Bangladesh que tienen sus riberas trufadas de fábricas de pantalones vaqueros. Afortunadamente lo de aquí era, supongo, debido a esa transparencia del aire propia de los días que  el viento  sopla del sur. Bonito en cualquier caso y, como uno en estos tiempos que corren siempre va por ahí en plan Mr. Gadget, pues, entonces, cogí, agarré y tiré una foto. Bueno, no es que me haya quedado como el original, pero, según y como se mire, incluso podría servir como foto señuelo para un folleto turístico. 

Porque el caso es que lo de la sensibilidad tiene sus perendengues ya que para tenerla suele ser necesario saber dirigir la vista hacia el lugar preciso de la belleza haciendo abstracción de todo lo que la rodea. En el caso señalado por la foto de arriba, estaba rodeado por lugares como el que les muestro en esta otra:



Nunca mejor dicho que para muestra basta un botón. El botón de la cámara fotográfica, que ya ni es cámara ni tiene botón. Pero sigue sirviendo para embaucar a los sensibles que todo es ver la foto de arriba y pensar: yo quiero ver eso al natural. Y cogen, agarran su buga y en tris-tras están allí viendo como se aburre el caballo en medio del estercolero. En fin, triste sino el de que no sabe apartar la vista de donde no conviene mirar.  

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