miércoles, 25 de junio de 2014

Muros



Pienso que debe de haber pocas cosas que sirvan mejor para expresar la miseria moral de una sociedad que su gusto por los muros. Es un viejo tema que me viene soliviantando desde que caí en la cuenta. Muros físicos y muros mentales como los que los odiosos nacionalistas tratan de levantar, con poco éxito, todo hay que decirlo, con sus beloved lenguas vernáculas. Hay que ser perverso para pretender eso, pero sobre todo cretino. Ahora, precisamente, que todos estamos echando el bofe con el aprendizaje del inglés para tratar de derribar el que nos separa de nuestros vecinos de todo el mundo van ellos y levantan uno donde no le había porque, dicen, es maravilloso crear dificultades al entendimiento entre las personas. Eso, argumentan, es cultura, o sea, riqueza, y se inventan todo tipo de tonterías como que hay cosas que se pueden decir en una lengua y no en otra y que, por tanto, es el alma de los pueblos, y, claro, como ya lo dijo Pedro Crespo, el alcalde de Zelamenea, que el alma es patrimonio de Dios y por eso no se la pueden quitar... en fin, bullshit que le dicen ahora. Y la gente a tragar o te vas.

El caso es que en la ciudad en la que circunstancialmente vivo ahora han convertido en espacio público los terrenos de unos antiguos astilleros privados. Los astilleros, como tenían bienes que proteger de los amigos de lo ajeno, estaban rodeados por una contundente verja de esas que culminan con formas puntiagudas. Bien es verdad que la verja con su soporte de piedra tienen esa factura de las cosas hechas con vocación de durar, algo, por otra parte, propio de todas las instalaciones industriales erigidas a finales del XIX y alrededores. Hasta aquí, todo muy bonito, pero los astilleros son historia y, por tanto, nada hay proteger de los amigos de lo ajeno. Y eso es lo maravilloso del asunto, que las autoridades locales se han gastado un pastón en restaurar la verja que al no servir para proteger sirve, según ellos, para embellecer y, según la más elemental lógica, para estorbar. Además, con el aliciente de que si los niños se ponen a saltarla, por aquello de su tendencia natural a superar dificultades inútiles, con un poco de suerte pueden dejar los intestinos colgados de los pinchos que la culminan que para eso fueron concebidos, no los de los niños, claro está, sino los de los cacos. 

O sea, la obsesión de dividir los espacios sin otro objetivo visible que el simple gusto por la compartimentación. Hasta aquí lo mío y de aquí para allá lo tuyo y, como saltes la valla, cuidado con el perro... o te parto la crisma. Sin duda es una mentalidad arcaica, provinciana si mejor quieren. Dime la altura de los muros que rodean tu casa y te diré lo atrasado que estás. Putin, por ejemplo, se está construyendo una dacha en Marbella cuyos muros le van a importar unos siete millones de €s. Claro, seguro que Putin tiene mucho que guardar, empezando por sí mismo que no pocos le querrán liquidar por ser como es. Pero la mayoría de la gente... vas por ahí, por los pueblos, Esles, Cabezón de la Sal, y piensas, ¡leches!, esta gente de qué tendrá miedo. Bueno, yo he llegado a la conclusión de que es gente que le encanta hacer cochinadas a todas las horas y en cualquier sitio y levantan esos muros porque no son exhibicionistas. 

En cualquier caso, lo sorprendente es que no he oído ni una sola queja a propósito del gasto realizado por las autoridades para mantener esa inútil y muy molesta verja. Y mira que hay en la provincia gentes que se quejan de todo, sobre todo si significa progreso. Les ha debido parecer que la molestia que supone la verja merece la pena soportarla a cambio de gozar de la visión de un "bien de interés cultural que forma parte de nuestro patrimonio histórico y demás hierbas". La nostra identitat que dirían los otros que tal bailan. 

En fin, ya digo, muros físicos que en realidad son mentales. Contra la libertad, por supuesto. 

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