sábado, 21 de junio de 2014

Taranná



Una vez una vecina del pueblo le dijo a mi madre que mi hermano tenía el porte del hijo de un labriego. Fue difícil saber a qué se refería la señora, lo cual dio lugar a no pocos esfuerzos de decodificación del mensaje que en el fondo no demostraban otra cosa que el gusto familiar por la semántica lingüística de las de andar por casa. El caso es que el que se ha criado en tal ambiente es difícil que se cure por siempre jamás de andar buscándole tres pies al gato a nada que se le coloque cualquier signo, señal, mensaje o como le quieran decir, delante de los ojos o dentro de los oídos. Puede llegar a ser, se lo aseguro, extenuante y manifiestamente estéril, pero, también, fuente de entretenimiento inagotable e incluso de placer estético ocasional. En fin. 

Me acordé ayer de lo del porte del hijo de un labriego al ver la foto de ese torero tuerto paseando por el salón del trono del Palacio Real. Según mi visión de la jugada es prácticamente imposible que haya en el mundo alguien capaz de lucir el terno con semejante elegancia. El entrenamiento del paseillo, supongo. No falta detalle. Incluso los picos del pañuelo blanco en el bolsillo superior de la chaqueta. Yo creía que eso ya era cosa de los anales, de cuando estudiábamos en Valladolid y lo del traje, pañuelo incluido, era cosa sobre todo, precisamente, de los hijos de los labriegos y, por razones diferentes, de algún vasco de Bilbao. O sea, los únicos que se resistían a la vulgaridad americana que, vía las sesiones dobles de cine, empezaba a corroernos el espíritu y cambiar nuestros hábitos indumentarios. Al fin y al cabo, por aquellos años ya había muerto James Dean y el mito de sus cazadoras y t-shirts, nikis que le decíamos aquí, empezaba a imperar por doquier. En cualquier caso, el uso de la corbata se estaba retirando en desbandada que es que ya costaba verla hasta en los paseos dominicales por la calle Santiago.  

Sabida es de sobra por los que me conocen mi poca simpatía por la fiesta de los toros. Pienso que los cojones merece la pena tenerlos para cosas más prácticas que ¡anda que no! las hay a montones y las dejamos de lado por pura cobardía, o desidia, que para el caso es igual. Sin embargo, no me duelen prendas reconocer que hay algo por lo que ese mundo me suscita cierta curiosidad. Supongo que es la liturgia. Una liturgia estudiada, meticulosa, que convierte el peligroso sacrificio del toro en un espectáculo en el que algunos quieren ver simbologías de lo primigenio. Mandangas en definitiva a las que la proximidad de la muerte presta una innegable respetabilidad de la que el torero es beneficiario. 

Anyway, a lo que iba, ¿por que había tantos toreros, hijos de labriego o no, en la recepción real del otro día? Se dijo que asistirían las personalidades sobresalientes de la patria y, no sé, pero, por lo menos, de los que los medios se han hecho eco ha sido de toreros, faranduleros, presentadores, deportistas, algún empresario... del mundo científico, universitario y tal, o sea, de los que en definitiva tiran del carro, ni la muestra. ¿Es ésta una muestra del taranná que Felipe y Leticia pretenden dar a su reinado? Me gustaría que no, pero me temo que sí. Porque es que se diría que no hay secreto que más empeño ponga el poder en guardar que el de quienes son, como digo, los que realmente tiran del carro. Es como si se pensase que prestigiar el esfuerzo intelectual y el saber científico llevase inevitablemente aparejado la humillación de los menestrales. En fin, comprendo que hay espacios para las masas iletradas, como el del otro día, y otros para las élites intelectuales que seguro no obviarán los nuevos reyes. Pero, en mi opinión, que no por humilde deja de ser bastante sabia como todos ustedes saben, lo que este país necesita más que el comer es dedicar todos esos actos de alto simbolismo popular a prestigiar el saber por medio de la exaltación de las personas que le encarnan. No sé, a lo mejor el otro día hubo muchos científicos y filósofos entre los invitados al ágape real, pero, desde luego, a juzgar por medios, han pasado totalmente desapercibidos.  

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