miércoles, 4 de junio de 2014

Los espejos

 
 
"Unos se ríen, otros tiran caramelos y otros se quedan en silencio y simplemente recuerdan". Tres actitudes que, si quieren, en realidad son dos. Las de los que saben y no saben mirarse en el espejo que de una forma u otra siempre tenemos delante. En este caso es el foso de los monos del viejo zoo del Madrid, pero puede ser la barra de la cafetería de la que recién vengo de desayunar.

Esto de los espejos le preocupaba mucho a Borges. Yo lo leía y me costaba comprender. Luego, con la experiencia que, salvo excepciones puntuales, hasta los más tontos adquieren con los años, me di cuenta de que aprender a mirarse en los espejos es herramienta inestimable para avanzar en el más tortuoso de todos los caminos que conviene emprender so pena de quedarse en mono y que te tiren caramelos, el del conócete a ti mismo.

Aprender a mirarse en los espejos, qué gran cuestión para un curso de verano en, yo qué sé, la Menéndez y Pelayo de Santander, o de cualquier sitio. Porque es que, si lo sigues, sabe Dios cómo acabas viéndote. A lo mejor, incluso, llegas a conclusiones que te llevan a cambiar el voto en las próximas elecciones a lo que sea. No sé, en fin, quizás muchos no lo podrían, o podríamos, soportar.

¡Dios mío, los espejos! Una señora que conocí hace ya muchos años no soportaba ni los reales. Consideraba un sacrilegio tenerlos en los casa. A penas se permitía uno pequeñito en el baño para afeitarse el bigote. Y por tal debía ser que siempre votaba a bríos. O a Podemos, no recuerdo bien.



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