Esto de los espejos le preocupaba mucho a Borges. Yo lo leía y me costaba comprender. Luego, con la experiencia que, salvo excepciones puntuales, hasta los más tontos adquieren con los años, me di cuenta de que aprender a mirarse en los espejos es herramienta inestimable para avanzar en el más tortuoso de todos los caminos que conviene emprender so pena de quedarse en mono y que te tiren caramelos, el del conócete a ti mismo.
Aprender a mirarse en los espejos, qué gran cuestión para un curso de verano en, yo qué sé, la Menéndez y Pelayo de Santander, o de cualquier sitio. Porque es que, si lo sigues, sabe Dios cómo acabas viéndote. A lo mejor, incluso, llegas a conclusiones que te llevan a cambiar el voto en las próximas elecciones a lo que sea. No sé, en fin, quizás muchos no lo podrían, o podríamos, soportar.
¡Dios mío, los espejos! Una señora que conocí hace ya muchos años no soportaba ni los reales. Consideraba un sacrilegio tenerlos en los casa. A penas se permitía uno pequeñito en el baño para afeitarse el bigote. Y por tal debía ser que siempre votaba a bríos. O a Podemos, no recuerdo bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario