viernes, 20 de junio de 2014

Por bulerías



Las palmas por bulerías, si no has nacido gitano, es cosa que requiere mucha concentración. Bueno, no quiero complicarles la vida, pero unas nociones elementales sí que les voy a dar para que puedan salir de apuros si un día van por esos mundos de dios y alguien les pone en un brete al enterarse de que son españoles. Miren, el ritmo elemental de flamenco es el compás de 12 tiempos que marca como les señalo a continuación:

1  2   4  5  6 7  8 9  10  11  12

Sobre este esquema básico caben todas las variaciones del mundo, ya sea con uno ya sea con dos palmeros, consiguiendo por lo general efectos sorprendentes que nunca impedirán al entendido saber si se trata de una soleá, de una alegría o de una bulería. Soleá para empezar, alegrías por el medio, y bulería para terminar. Porque es que la fiesta flamenca es un ritual que aspira a arrastar al espíritu por medio de una sabia sucesión de palos desde la introspección hacia la alegría para terminar en el puro cachondeo. Ni que decir tiene que por el medio se mete de todo, desde los palos de ida y vuelta hasta la desgarrada seguidilla, pasando por la ceniza petenera o la melancólica farruca gallega por no hablar de los tangos, tanguillos y tientos... todos los estados de ánimo, se puede asegurar, tienen su palo de enganche para que nadie quede descolgado y pueda llegar a ese estado final de comunión generalizada en el puro jolgorio.  

Es curioso porque siendo como es el flamenco cosa de tanta enjundia, digamos para ser tibios que, cuando aquellos maravillosos años, fue ignorado cuando no considerado cutre por los círculos que se autoconsideraban como regeneracionistas. España, ciertamente, necesitaba regenerarse culturalmente en muchos aspectos, pero ensalzar el jazz hasta las alturas celestiales a costa de denigrar el flamenco no creo que fuese ni mucho menos la mejor idea. Luego llegaron Lucía y Camarón y la cosa cambió un tanto, pero los puros, los pobres, siguieron considerando que seguía oliendo a franquismo o cosa por el estilo. Pura estulticia y desconocimiento absoluto. Ellos se lo perdieron... lo mismo que se estaban perdiendo el jazz para cuya comprensión, por mucho que disimulasen, estaban completamente incapacitados. 

Afortunadamente hoy día sólo los más necios le niegan valor al flamenco. Porque no sólo es su riqueza histórica es, también, su fulgurante presente. Por así decirlo, no tiene España mejor embajador que el flamenco. Se puede asegurar que no hay ciudad en el mundo de tamaño medio-bajo para arriba que no tenga su peña flamenca. Sólo en Japón hay unas treinta y tantas mil. Imagínense lo que todo eso significa en términos de las prosaicas divisas. Cada vez que regresa de una gira un Habichuela o un Tomatito se trae un taco de dólares en el bolsillo que para sí le quisiera el mismísimo presidente de la mayor empresa del país. En fin, el que quiera que se entere y el que no, allá cuidados. 

Anyway, la cosa parece que está pitando tanto que los recalcitrantes han comprendido que o pasan por el aro o se van a perder lo mejor de la fiesta. Fíjense como será que hasta los señores de la foto, con gran repugnancia en sus corazones, eso sí, han decidido aprender a palmear por bulerías so pena de ver como se encoge su ya de por sí muy mermada piel de zapa. ¡Tanto pedir!

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