miércoles, 11 de junio de 2014

El reverso de la medalla




Cuando tenía diez años estaba interno en un colegio que entre sus rutinas incluía la de llevarnos cada dos domingos a los Campos de Sport a ver jugar al equipo local que a la sazón competía en la primera división. Yo, la verdad, no recuerdo haber sufrido o gozado porque perdiera o ganara el equipo en cuestión, pero sí que aquello me agradaba porque allí coincidía con mi padre y mi tío que a buen seguro acudían al evento más que nada por ver a sus hijos. A los once años ya me habían sacado del internado y puesto a pupilaje en casa de unas señoras de Peñafiel que se llamaban Primitiva y Germana. Así fue que a partir de esa edad ya nunca más acudí a un campo de fútbol ni, ni siquiera, fui capaz de aguantar cuando me lo propuse más de diez minutos viendo un partido por televisión. Mi realidad al respecto es que contemplar cualquiera que sea el deporte de competición es un pestiñazo que amenaza con matarme de aburrimiento. Porque es que no le encuentro la enjundia por ningún lado. Y no es que me vaya a poner ahora a negar que la tenga, ni nada por el estilo, pero es que yo no se la encuentro. Me parece que ese tipo de competiciones más que nada están basadas en la resistencia física a la que luego se le añade una habilidad de poca monta. En fin, es sólo mi opinión y vete tú a saber si un día cualquiera, por lo que sea, la cambio por otra que es exactamente la contraria. 

Viene lo dicho a propósito de haber estado ayer un rato viendo un programa titulado "el reverso de la medalla". Por lo visto está a punto de celebrarse en Brasil un evento deportivo importante y con tal motivo las emisoras están que echan humo por aquello de que caldear el ambiente, o crear un clima como también se dice, para ayudar a los indecisos a sumarse a la fiesta so pena de exclusión social... que tampoco es mala cosa según como se mire. El reverso de la medalla, es decir, el lado oscuro de todos esos oropeles que mantienen al personal fuera de sí mientras dura el festejo. Para que se hagan una idea basta con que se enteren de que cada deportista de élite recibe el soporte de veinticuatro tipos diferentes de profesionales, o sea, unas cien personas o así que, resumiendo un poco, no tienen otra función que la de hacer que el ego del susodicho se eleve hasta alturas celestiales. Y ahí está el meollo de la cuestión y la gravedad del asunto, que tan pronto bajan los rendimiento del diosecillo las cien personas se retiran de golpe sin que les importe un rábano el batacazo que el tal irremisiblemente se pega al aterrizar. Todo ello, en definitiva, no es otra cosa que la más cruel de las perversiones en aras de mantener la industria que se encarga de intoxicar a las masas con identidad, pertenencia y demás mandangas flatulentas. Claro, me dirán, y con razón, mejor así que con guerras. 

El caso es que el mentado programa no era otra cosa que una sucesión de relatos por parte de las víctimas del descenso de los cielos de la fama y adulación sin límites a los infiernos de la nada. Cada cual lo llevaba a su manera, pero, en cualquier caso, secuelas físicas aparte, el porcentaje de afectados psíquicos era abrumador. Pobres Undargarines, con muchísima cancha y muy poca aula, que no les queda más destino, en el mejor de los casos, que el de pulpo en un garaje. Gente que no sirve para nada porque para nada serio se han preparado y, eso, a una edad relativamente temprana... y con bastante dinero en el bolsillo que no es raro que se vaya en droga, juego, etc., etc.. Un verdadero drama, cuando no tragedia. 

Concluiré diciendo que tengo un nieto que según me cuentan es bastante bueno jugando al fútbol. Ello, de momento, le proporciona ciertos réditos dentro de la pequeña comunidad de su colegio. Personalmente, rezo todos los días para que la cosa no vaya  a más y al final todo quede en una habilidad de las que favorecen la amistad y la buena forma física. Y pluguiera al cielo que nunca más ningún niño fuera desviado de las aulas a las canchas por habérsele detectado determinadas cualidades físicas fuera de lo común. Porque, en realidad, lo que se suele hacer con esos niños so capa de labrarles un brillante porvenir es cortarles, con perdón, los cojones como hasta hace bien poco se hacía con los niños que tenían la desgracia de nacer con una bonita voz. 

Por lo demás, ¡que disfruten el mundial! Las calles van a estar deliciosas para salir a pasear.  

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