Viene lo dicho a propósito de haber estado ayer un rato viendo un programa titulado "el reverso de la medalla". Por lo visto está a punto de celebrarse en Brasil un evento deportivo importante y con tal motivo las emisoras están que echan humo por aquello de que caldear el ambiente, o crear un clima como también se dice, para ayudar a los indecisos a sumarse a la fiesta so pena de exclusión social... que tampoco es mala cosa según como se mire. El reverso de la medalla, es decir, el lado oscuro de todos esos oropeles que mantienen al personal fuera de sí mientras dura el festejo. Para que se hagan una idea basta con que se enteren de que cada deportista de élite recibe el soporte de veinticuatro tipos diferentes de profesionales, o sea, unas cien personas o así que, resumiendo un poco, no tienen otra función que la de hacer que el ego del susodicho se eleve hasta alturas celestiales. Y ahí está el meollo de la cuestión y la gravedad del asunto, que tan pronto bajan los rendimiento del diosecillo las cien personas se retiran de golpe sin que les importe un rábano el batacazo que el tal irremisiblemente se pega al aterrizar. Todo ello, en definitiva, no es otra cosa que la más cruel de las perversiones en aras de mantener la industria que se encarga de intoxicar a las masas con identidad, pertenencia y demás mandangas flatulentas. Claro, me dirán, y con razón, mejor así que con guerras.
El caso es que el mentado programa no era otra cosa que una sucesión de relatos por parte de las víctimas del descenso de los cielos de la fama y adulación sin límites a los infiernos de la nada. Cada cual lo llevaba a su manera, pero, en cualquier caso, secuelas físicas aparte, el porcentaje de afectados psíquicos era abrumador. Pobres Undargarines, con muchísima cancha y muy poca aula, que no les queda más destino, en el mejor de los casos, que el de pulpo en un garaje. Gente que no sirve para nada porque para nada serio se han preparado y, eso, a una edad relativamente temprana... y con bastante dinero en el bolsillo que no es raro que se vaya en droga, juego, etc., etc.. Un verdadero drama, cuando no tragedia.
Concluiré diciendo que tengo un nieto que según me cuentan es bastante bueno jugando al fútbol. Ello, de momento, le proporciona ciertos réditos dentro de la pequeña comunidad de su colegio. Personalmente, rezo todos los días para que la cosa no vaya a más y al final todo quede en una habilidad de las que favorecen la amistad y la buena forma física. Y pluguiera al cielo que nunca más ningún niño fuera desviado de las aulas a las canchas por habérsele detectado determinadas cualidades físicas fuera de lo común. Porque, en realidad, lo que se suele hacer con esos niños so capa de labrarles un brillante porvenir es cortarles, con perdón, los cojones como hasta hace bien poco se hacía con los niños que tenían la desgracia de nacer con una bonita voz.
Por lo demás, ¡que disfruten el mundial! Las calles van a estar deliciosas para salir a pasear.
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