viernes, 31 de octubre de 2014

La forja del espíritu



El otro día pasaba por la playa de los Molinucos y vi que había allí una extensa familia, con sus perros y todo, disfrutando de lo lindo. Dada la época que estamos supongo que el agua, digan lo que digan los incondicionales, estará bastante fresca así que no me extrañó que a los niños les costase introducirse. Su padre, o su tío, o su abuelo, que ya estaba dentro, les animaba con la vieja consigna cuartelaria: ¡marica el último! Toda una exaltación del valor, desde luego. 

Un pequeño detalle que tomado por según qué lado puede tener hasta su gracia, pero mucho me temo que también entre a formar parte de ese ramillete de nimiedades soltadas al tresbolillo y que a la larga llegan a constituir todo un corpus cultural con el que luego se va por la vida con esa seguridad que hace innecesario mirar a los lados y mucho menos lo que se va dejando por detrás. 

Uno piensa un poco y cae en la cuenta de que ha sido educado a golpe de nimiedades como la mentada. En casa. En el colegio. Aquel cura pánfilo, el Hermano Caraculo, diciéndole a Florentino con voz impostada para que todos nos enterásemos bien: Florentino, en tus condiciones... no sé cómo te atreves. Florentino no era más travieso que cualquiera, pero era hijo de un guardagujas del tren de la Robla por la parte de Valderredible. Y algún perverso había filtrado a la opinión infantil que estaba en el colegio en condición de becado. De hecho había compañeros que le llamaban con muy mala baba Pinchagujas. Era aquella una forma continua de machacarnos con la idea de que rich, o big, es better. No por nada, claro está, sino porque concede derechos. Incluso el de hacer travesuras. 

Bien es verdad que en el colegio se trataba también de trasmitir una cierta idea de la excelencia. Todos los sábados venía el director a repartir las notas y nos hacían poner en fila por orden de mejor a peor. Y, entonces, otra vez se imponía la realidad. A excepción de algún hijo de universitario, muy escasos por aquel entonces, todos los primeros puestos los copaban los niños del Sardinero, los ricos. No era cuestión de favoritismos. Era que esos niños tenían en casa institutrices y profesores particulares. Se lo curraban. Eran mejores. Y no te digo nada cuando llegaba el Domunt y había que hacer saltar los termómetros para ganar el concurso de donantes. Caraculo ponía voz untuosa y declaraba conmovido las astronómicas cifras que aportaban aquellos niños. No los nombraba pero por los gestos que hacía y cómo les miraba todos sabíamos a quienes se estaba refiriendo.

Son los pequeños detalles con los que se van forjando los caracteres. Porque las cosas feas que pasan no son porque sí. Son el producto de un machaque subliminal sobre lo que merece y no merece la pena. De como se puede sacar más por menos. De la irrelevancia del saber frente al tener. De la invisivilidad del otro cuando supone un obstáculo a mis diversiones... en fin, para enumerar y no parar. Y eso por no hablar de la forja del espíritu de revancha de todos los Pinchagujas que en el mundo son y han sido. De lo más humano. 

Son todos esos principios encanallados que están en el origen de esa corrupción en sabana que nos abarca a casi todos. Mala educación, simplemente, a veces. Maldad intrínseca y demoledora, otras. Irresponsabilidad, casi siempre. Idiotez, para dar y tomar. 

Y, sin embargo, la máquina va. Y bastante bien, por cierto. Luego Dios existe. 

jueves, 30 de octubre de 2014

La paja y la piedra



Cuando digo paja, bien sure, me estoy refiriendo a la que siempre estamos prestos a ver en el ojo ajeno. La piedra, la que arrojamos al prójimo con la estúpida creencia de que así ocultamos las vigas que llevamos en el propio ojo. 

A estas alturas de la vida si uno se pone a hacer eso que antiguamente se llamaba examen de conciencia lo más probable es que, a pocas neuronas que conserve, se venga abajo. Afortunadamente las neuronas se destruyen a una velocidad de vértigo o, si no, algún mecanismo de supervivencia hay por ahí que se dedica a borrar del disco duro todo aquello que hicimos o dijimos en mala hora y cuyo sólo recuerdo por algún desafortunado cruce de cables produce una oleada de vergüenza que pone el corazón al borde del colapso. De hecho, estoy convencido  de que muchos de esos súbitos heart attack que sufren inesperadamente ciertas personas no tienen otra etiología que la caprichosa incursión en la conciencia de alguno de sus recuerdos odiosos, es decir, de los que renuevan ya sea el sentimiento de culpabilidad por el mal que hicimos, ya sea la conciencia de la propia estupidez por la pata que metimos. 

El caso es que si pusiese una encima de otra las horas que he pasado a lo largo de la vida hablando con unos y con otros de lo corruptos que son estos, lo inútiles que son aquellos, que seguramente algo de verdad había, el montón no se si llegaría al cielo, pero bien seguro que me habría dado, caso de haberlas aprovechado, para siete doctorados o cosa por el estilo. Todo lo cual me debe hacer suponer que cuando yo no estaba presente, en no pocas ocasiones habré sido el centro de las críticas, fundadas unas y maledicentes otras, que aquí nadie se libra, tanto por haber dado motivos como por haber suscitado envidias. 

Así es que los unos por los otros, y como siempre es por la espalda, la bola sigue rodando porque nadie se entera de que forma parte del tinglado. Y así, todo lo que beneficia, o entretiene, lo damos por bueno y Santas Pascuas... hasta que lo hace el vecino, sentimos sus consecuencias y el dilema se plantea: ¿aguantar? ¿denunciar? Ninguna de las dos. Simplemente, criticarle a sus espaldas a modo de reconocimiento de la propia impotencia. Es lo que tiene un pasado poco honroso que nos hace cobardes.

No sé cómo seguir con este sermón que me dirijo a mí mismo porque ya me oigo como quién oye llover. Sin duda soy irrecuperable. A D. G.  

miércoles, 29 de octubre de 2014

La trampa nietzscheana



Ya les he contado que hay pocos aforismos con los que esté más de acuerdo que con ese que se atribuye a Nietzsche que asegura que opinión es sinónimo de situación. Se lo traigo a colación porque desde que se ha destapado a bombo y platillo que unos políticos metían la mano en el cajón del dinero no hay menestral conocido que me encuentre por la calle que no me largue el rollo de lo mal que está todo. Anoche, el camarero de una conocida cafetería que suelo frecuentar parecía al borde del ictus cuando me explicaba lo ultrajado que se sentía por los hechos en cuestión. Claro, este tipo de gente que tiene que servir a gente que a su vez sirve o ha servido es lógico que al final de la jornada se encuentre en un estado lamentable y con la cabeza, sobre todo, para pocas finezas intelectuales. Lo que necesita, a buen seguro, es consuelo. El consuelo de la igualación. Si todo es una mierda lo mío no destaca, luego no es tan malo. Se va a armar una gorda, como me decían con tono esperanzado aquellos amigos de Salamanca que andaban en trance de dejar los chinos. Chinos, es decir, cigarrillos adobados con heroína. Nunca los he probado, pero me han dicho que son la bomba. Imagínense lo que debe de ser dejarlos. 

En cualquier caso, vete a explicarle tú a un menestral al final de la jornada lo que es el pensamiento sinecdótico.  O la comprensión lectora. O el curso de la historia. La diferencia entre el todo y la parte. Entre lo literal y lo simbólico. Entre los romanos y el romanticismo. Lo más probable es que se cague en tu padre. Y con razón. Porque, la realidad es que uno con todas sus elaboradas teorías es incapaz de caer en la cuenta de que está tan atrapado en la trampa nietzscheana, si no más, que el camarero de marras a la hora de opinar. Así, esa facilidad para relativizar el caos, o verle su parte positiva, cuando uno siente que no va a afectar en absoluto a la buena vida que se pega. 

Por eso es tan delicado opinar. Y es fundamental ser consciente delante de quien lo haces. Porque puede servir para congeniar, pero, también, no pocas veces, es la mejor pista que puedes dar al enemigo sobre de qué pie cojeas y, sobre todo, cómo andas de ánimo. Todo lo cual no quita para que la actitud general al respecto sea de necia imprudencia. Y es que no paramos de opinar, unos más que otros, bien es cierto, porque en nuestra inocencia pensamos que es un formidable sustituto del mucho más trabajoso actuar para convencer. Así que... mejor me callo. Y hago.

martes, 28 de octubre de 2014

All you need is soma


No me cansaré de repetirlo: esto cada vez se parece más a This Brave New World. Un Mundo Feliz en español. Cae el sol en la ciudad y las ordas de menestrales acuden presurosas a las calles traseras a por su ración de soma. Allí, mientras liban, reponen la felicidad desgastada por las sevicias padecidas a lo largo de la jornada laboral. Han rellenado papeles. Han barrido las calles. Han servido platos. Han cumplido con tareas sórdidas a fuer de monótonas. Todo lo han soportado pensando en las calles traseras tan pronto como caiga el sol. 

Allí, sobre la pared desnuda que cobija uno de sus templos alguien les ha resumido su Teogonia para que puedan adorarla. En el centro, a modo de Pantocrator, un PIENSA CON EL CORAZÓN. O sea, no pienses.  Encima, a la izquierda, un LOVE WHAT YOU DO. Ama lo que haces. San Pedro. El Vaticano. Oficina de propaganda. A la derecha del padre ALL YOU NEED IS LOVE. To lo que necesitas es amor. San Juan. Ponte bien y estate quieto. En la esquina de abajo a la derecha BORN TO BE, un espacio en blanco, como borrado, y debajo FREE. ¿Qué había escrito en el espacio en blanco? Incognita. Quizá slave, esclavo, si tenemos en cuenta que está junto al rostro con lágrimas. El infierno del que no ha cumplido. Unas gotas de sangre que coulen de la arteria aorta yugulada por si quedasen dudas.

Nada, creo, puede resumir mejor la filosofía del sometido. Del epsilón al que con el soma le sirven de tapa noticias de una redada de corruptos. Alfas, por supuesto. Mira lo que les pasa, les dicen, a esos por pensar con el bolsillo. Vosotros sois diferentes. Si amáis lo que hacéis y venís aquí todos los días a tomar el sagrado soma seréis felices. 

En fin, calles traseras, soma, noticias de lo malos que son los que te mandan and a little of rock and roll is all you need to be happy.  

lunes, 27 de octubre de 2014

El green



De vez en cuando me da la ventolera y me voy por ahí a dar una vuelta. Rodeo el Cabo Menor, a veces llego hasta el Faro o me acerco al Monumento al Inglés. Me dejo llevar sin la menor premeditación. Me da exactamente igual el paisaje. Dicen que es bonito, pero cuál no lo es si sabes mirarlo. Yo sólo pretendo estirar las piernas. O romper la monotonía. Como quieran llamarlo. En este sentido tengo la impresión de que toda mi vida ha sido igual. Como nunca he tenido cosa importante ni perentoria a la que dedicarme he necesitado echar mucha imaginación y sobre todo voluntad, amén de unos cuantos canutos, para buscarme la vida en evitación de que me matase el aburrimiento. Siempre a trancas y barrancas y sin mayores pasiones. Dejándolo todo a medias. O casi todo.

Así es que estoy haciendo cualquier bobada y de pronto noto que la cabeza no me da más de sí, entonces, me calzo las sandalias, me coloco la gorra y me largo por ahí con las obsesiones a pleno rendimiento. Que si tal y que si cual, como dice ahora la gente cuando no tiene palabras para expresar lo que piensa, si es que piensa. La verdad, no me explico por que les ha dado por esa muletilla que en el fondo no es sino el reconocimiento de la propia sinsustancia. Pero ésta es otra historia. Me voy por ahí, por los territorios que fueron de mis paseos de jueves por la tarde y domingos cuando niño. Es inevitable que me asalten los recuerdos. Aquí bajo estos pinos merendé un día con mis padres y hermanos. Era un sitio lejano y vinimos en el Opel con la cesta de mimbre en la baca. Los manteles sobre el verde tapizado de pinaza. Esas cosas de aquel entonces. Y ahora, mira, es un aparcamiento abarrotado en el que esforzados operarios cargan y descargan de sus coches pesados carritos llenos de palos. Bueno, ayer vi a un ingenioso jubilado que había colocado al carrito una batería y un motor. No es para menos, pensé. Tienen que recorrer todo el green arrastrando ese armatoste lleno de herramientas diversas para cada insólita ocasión. Hay que saber de eso para opinar.

Saber para opinar ¡ahí es nada! Que sería de nuestras vidas si tuviésemos que constreñirnos a tan elemental lógica. Afortunadamente las cosas son mucho más complicadas. En realidad, si se fijan bien se darán cuenta de que opinar de lo que se sabe no tiene mayor interés. Lo bueno es hacerlo sobre lo que no estamos seguros para buscar la aquiescencia o la contradicción de los interlocutores. Así nos confirmaremos o desecharemos lo que suponíamos ser acertado. En cualquier casos avanzaremos sin esfuerzo. Es el poder de la conversación. Pero, ¡ojo!, que corren por ahí muchos malentendidos convertidos en moda. Entonces puede suceder que la mierda no sea mala porque mil millones de moscas no se pueden equivocar al comerla. 

En realidad, para serles francos, por mucho que mil millones de jubilados carguen con el carrito, con motorcito o sin él, lleno de palos, no me van a convencer que lo del golf es una pasada. Lo era cuando sólo lo practicaban los muy ricos como pantalla para cerrar sus negocios a espaldas del respetable. Una cosa tontona que apenas les distraía de lo fundamental. Luego, empezaron a practicarlo los empleados de las instalaciones, como Severiano y familia que, al tomárselo en serio, se lo llevaron de calle. Ni te digo la cantidad de chavales de mi pueblo que hubiesen conseguido lo mismo si se hubiesen puesto. Entonces, los ricos, al ver lo de Severiano, se dijeron, tate, aquí hay filón. Mediatizaron su entretenimiento y a los cuatro días millones de pequeñoburgueses estaban deseando hacer lo mismo que veían hacer a los ricos. Ya saben lo que pasa con la gente que dice "que si tal y que si cual", que creen que dos personas que hacen la misma chorrada o tienen el mismo coche son iguales. Y más desde que se lleva el tuteo. En fin, campos para todos, carritos para todos y dinero para mí. Lo de siempre, la avidez de los unos por la sinsustancia de los más. Y sigue la fiesta. 

Desde luego que esto de que no lleguen los fríos propios de la época me tiene fuera de mis casillas.  

sábado, 25 de octubre de 2014

Sombras nada más



En "La República" de Platón hay, que yo recuerde, dos cosas la mar de interesantes que no conviene perder de vista. Por una parte, el mito de La Caverna que no es otra cosa que el espantoso drama que viven los que no se mueven de donde nacen. Se pasan la vida creyendo que las sombras que ven son la realidad de la vida. Y, también, la no menos espantosa tragedia de los que se van y vuelven porque al decir a los que se quedaron que lo que ven son sombras no sólo ninguno les cree sino que les quieren matar. Afortunadamente cada vez son más los que dejan de vez sombras porque se van, pero eso no quita para que los que las ven porque se quedan sigan siendo mayoría. Y aquí enlazamos con la segunda cuestión que les quería comentar: la mayoría que ve sombras es la mayoría que gobierna en un sistema democrático. Por eso es exactamente por lo que Platón a la hora de concebir su República ideal prefiere tener como referencia el régimen aristocrático, o tiránico si quieren, de Esparta que no el democrático de Atenas. 

Traigo esto a cuento porque justo ayer vi un rato de debate en una televisión oficial francesa que llevaba por título una inquietante pregunta: ¿Es que el sistema democrático no está agotado ya? Evidentemente la sombra de Le Pen es alargada. Y también la del General Peten y su régimen fascista que llamaron de Vichy, como el agua con burbujas, ¡oye, que ni tan mal estuvo aquello! Millones y millones de franceses vieron con alivio la llegada de los alemanes. ¿Quien puede negar eso ahora? Es lo que tiene un país con tanta joie de vivre, que la gente se apalanca y, cuando hay que competir, acaba viendo sombras, o fantasmas, por todas las partes . Que si la mundialización, que si los anglosajones, que si los chinos... y, luego, ese 3% de franceses que ha levantado el vuelo para ir a instalarse en Silicon Valey y similares. La inteligencia que no entiende de patrias. Va allí donde la dejan desarrollarse. A final, tanta igualdad, tanta fraternidad y tanto cuento, inevitablemente trae el gobierno de los mediocres, la decadencia y el desprestigio de la democracia. Mejor salir del Euro, de Schengen, de Europa y, ¿por qué no?, del mundo. Con las sombras de la cueva somos la mar de felices. Con las sombras y, por supuesto, Le Pen. 

Eso es en Francia, pero ¿y aquí? Cuando uno lee los periódicos o escucha las televisiones tiene la sensación de que están pidiendo que vuelva Franco aunque sea de cabo. La Patria que se desmembra, la corrupción que todo lo arrasa, la miseria que invade las calles. Como en aquella famosa canción de Javier Solis, sombras nada más. La realidad es bien otra, pero eso da igual porque los que escandalizan saben que la mayoría permanece atemorizada en la caverna y nunca se va a atrever a salir. Es la tentación totalitaria que no cesa. Siempre está al acecho con la escusa de velar por las esencias. Las esencias, es decir, el derecho a seguir viendo sombras. En fin. 

    

viernes, 24 de octubre de 2014

Epigenética



Sin duda, uno de los mayores problemas que tiene la humanidad es la facilidad con la que se manipulan las conciencias. Afortunadamente, al provenir por lo general el esfuerzo manipulador de diversas fuentes encontradas entre sí, el efecto tiende a neutralizarse y aquí no pasa nada. Pero hay veces en que la diversidad se reduce a dos, capuletos y montescos, con la consiguiente polarización y peligro de acabar a tortas. Y no digo, ya, cuando todas las fuentes coinciden en machacar sobre la misma tecla. Entonces, si te queda un poco de sentido común, agarra lo imprescindible y sal corriendo en busca de aire. 

La facilidad con la que se manipulan las conciencias, decía. Ahora, cuando tanta gente se dedica a investigar los mecanismos por los que dentro del cerebro pasan unas cosas y no otras, la neurociencia que le dicen, vamos y nos enteramos de que el ser humano no decide prácticamente nada, un 10% o así, de forma consciente. Casi todo lo que hacemos, pongamos un 90%, nos viene ordenado por el insconsciente que es la madre de todas esas pulsiones encaminadas a comer para sobrevivir y sobrevivir para perpetuar la especie. Digamos que esas pulsiones, comunes a todo ser vivo, están marcadas en el código genético y nada se puede hacer voluntariamente para modificarlas. Lo que pasa, y ésta es por lo visto una de las grandes vías de investigación del presente, lo que llaman la epigenética, es que esas pulsiones se modifican en su forma de manifestarse en función del medio ambiente. Los genes son los mismos, pero su expresión puede cambiar por pequeños cambios químicos inducidos por nuestras propias experiencias. Esos cambios, a la larga, se trasmiten a la especie y es lo que hace que la especie evolucione. 

Éste, dirá alguien, ha oído campanas y no sabe donde. Efectivamente todo eso de la epigenética me viene tan grande que me pierdo por completo dentro de ella, pero eso no quita para que lo poco que he entendido venga como de molde para confirmar muchas de las sospechas que me han ido surgiendo a medida que vivía. Así, poco a poco me fui dando cuenta de que en realidad lo de pensar es un lujo que sólo está al alcance de cuatro suicidas. El común de los mortales se limita a adaptarse a la ideología que mejor le viene a sus particulares circunstancias para poder alimentarse y reproducirse. Por tal es la facilidad con la que el personal responde ante cualquier hecho complejo. Sólo necesita dar al botón de la ideología. La experiencia les dice que así todo es mucho más fácil. Son las leyes de la economía vital. 

Me explico. Ahora tenemos ese caso tan mediatizado de la auxiliar de enfermería que pilló el ébola. Pues bien, a D. G. parece que todo se solucionó de la mejor forma posible. Pero ahí, al parecer, no va a acabar todo: su marido, enfermero él, ya está sacando las cosas de quicio con la excusa del honor mancillado y la esperanza, supongo, de sacar tajada. Extrapolemos un poco y hagamos de ella una enfermera y de él un médico: ¿creen ustedes que entonces hubiera habido esa deriva reivindicativa encubierta? No lo creo, francamente. Y no es cuestión de ser mejor o peor persona, es simplemente ser enfermero o ser médico. La enorme diferencia de horas de estudio y de ejercicio de responsabilidades, epigenética o no mediante, hace que, ante una misma situación, la mente se dispare en direcciones si no opuestas si divergentes. A tal respecto les recomiendo que lean la entrevista a Fernando Simón, portavoz del comité especial para la crisis del ébola, que hoy publica ABC. Él ya había ganado antes de que le nombrasen portavoz así que buena gana de acalorarse. La seguridad que le da su merecida preeminencia hace que Apolo hable por él. La claridad que da el distanciamiento, en definitiva. 

En fin, que nos debiéramos tomar las cosas que pasan con más calma porque al fin y al cabo, mayormente, no está en nuestra mano actuar de otra manera a como actuamos. Sólo, como les decía, disponemos de un 10% de libertad frente a un 90% de determinación. Así que esto tiene poca salida que no sea procurar que ese 10% tenga la mayor cantidad posible de conocimiento de las leyes que rigen la naturaleza. Pero, en cualquier caso, no se hagan ilusiones, la epigenética ordena que el 90% sea gente que acude presurosa a comer las paellas de Vicente. Perdón, creo que se me ha ido la bola.  

jueves, 23 de octubre de 2014

Días de proscritos.



Posando para la Historia después de haberse repartido el mundo


El río como metáfora de la vida. El Ebro, apenas dejar el pantáno que es su primera infancia, en la cuna como quien dice, justo al lado de Reinosa, vive una niñez sosegada mientras se descuelga con suaves cincunloquios por Valderredible, todavía provincia de Santander. De pronto, al entrar en tierras burgalesas, por Orbaneja o así, es como si le hubiesen estallado las hormonas de la pubertad, cuando la vida se retuerce torturadamente buscando una salida hacia las llanuras de la madurez. A juzgar por los resultados, le debió de costar muchos millones de años tallar aquellos roquedales antes de culminar su intento. La verdad es que resultaría difícil imaginar como llegó a conseguirlo si no fuese porque sabemos hasta que punto el tesón puede obrar maravillas. Ayer fuimos a verlas. 


Es lo que tiene ir con los amigos que uno se lo traga todo y ni se entera del cansancio. Siempre bordeando el río, subimos y bajamos riscos buscando los pasos para salvar los farallones. Desde Cidad a Tudanca por la derecha y de Tudanca a Cidad por la izquierda, corriente abajo. Uno, ya va para el siglo que viene haciendo estas cosas y curiosamente siguen teniendo su encanto. Para mí que más que por el contacto con la naturaleza salvaje, que ya se repite cansinamente, tiene que ser por la compañía de los proscritos. Porque, no me engaño, todas estas excursiones me remiten instintivamente a Guillermo y los Proscritos. A la amistad adolescente que neutraliza todas las penalidades propias del adolecer.


La naturaleza en estado puro, sí, ¿y qué? Son sólo sus caprichos los que nos sorprenden. Supongo que para el que sepa leer en su libró serán episodios vulgares. Obra del Dios Azar en cualquier caso a quién ya es imposible reconocerle más mérito porque lo tiene infinito. Sin embargo, llegas a Tudanca y ves aquella pradera entre el pueblo y el río, y aquellos chopos viejos dando sombra a las mesas de la taberna... es la mano acertada del hombre, un prodigio que merece admiración. Lástima que el tabernero no estuviese por la labor de restaurar a unos proscritos. Una bolsa de patatas y un bote de aceitunas y allí os las apañéis. También, supongo, hay cierta grandeza en eso. 


A veces, en la exaltación del momento, tendemos a pensar que el paraíso pudiera ser algo parecido a esas praderas junto al río bordeadas por chopos dorados. Pero las sombras se alargan y es hora de partir. Será, simplemente, otro día para el recuerdo. Días de proscritos. De amistad adolescente, que ya digo, es la única que salva.   

martes, 21 de octubre de 2014

Deflación



Ayer llamé desde mi fijo a Movistar para hacerle una gestión a María. La cosa estuvo resuelta en poco más de un minuto, tiempo más que suficiente para que el empleado que me estaba atendiendo hiciese de paso una evaluación completa del contrato que tengo con la compañía. Se dio cuenta de que me podía fidelizar por un año a cambio de un poco de carnaza. Le dije que sí, porque ya está uno en plan de ir a por todas. Por el simple hecho de no darme de baja en un año y sin pagar un céntimo más de lo que pago, 60 € al mes, iva incluido, tendré ochenta canales de cine y series. El desideratum. Lástima que la cabeza ya no dé para tanto. 

Por otra parte, ayer también, estaba escuchando en BMF Business a un par de empresarios con más que notables dotes para la pedagogía. La conclusión que saque de todo aquello fue que lo de la temida deflación no es una amenaza sino una realidad muy presente ya. Las cosas cada vez cuestan menos y ni aún así se consiguen vender. Por un lado, cada vez es más fácil producir. Por otro la gente ya está saturada de cosas. Y por si eso no fuera ya bastante, va la gente joven y le da por la economía colaborativa, toda una bomba. Y así es que yo ahora pago por telefónos, fijo y móvil, internet y tv privada, mucho no, muchísimo menos de lo que pagaba hace veinte años por mucho menos. Y eso hablando ahora todo lo que me da la gana, que si hubiese hablado lo mismo hace veinte años no hubiera habido dinero en el mundo para pagarlo. 

Lo que no comprendo por más que me lo expliquen es por qué es tan nociva la deflación. A lo mejor, como dicen, es fatal para el capital especulativo, que tampoco lo entiendo. Pero qué puede haber de indeseable en que a mí me vengan tantas cosas por el cablecito de cobre por 60 € al mes. O que por 40 € llene el carrito en MERCADONA y tenga comida para toda la semana. O que por 20 € vaya a Madrid utilizando la economía colaborativa. 

Pensando en estas cosas uno llega a ciertas conclusiones. Que, quizá, todos estos problemas que aquejan a la humanidad bien pudieran ser en no pequeña medida debidos al desfase entre la innegable efectividad del empresariado y no menos innegable incapacidad de los políticos para legislar de acuerdo con el mundo real. La realidad de los unos y la ficción de los otros deja en medio a una sociedad que lo mismo que está ahíta de placeres está paralizada de angustia por lo incierto del futuro inmediato. 

Mantenerse en la ficción, ese es el problema. Ayer contaba un periodista italiano en el programa 28´ de ARTE que lo de salvar a la banca en la reciente crisis, ni Mario Draghi, ni BCE, ni leches, han sido la Camorra y similares con sus ingentes cantidades de dinero líquido las que han solventado el asunto. No sé, porque estas cosas se dicen y pueden resultar muy plausibles, pero luego está la presentación de pruebas que nunca se produce. Haría falta para ello que los políticos abandonasen la ficción. ¿De donde saldría todo ese dinero si la cocaína no fuese la reina del cielo? Pues bien, los políticos nunca hablan de la cocaína en el Parlamento por más que la lógica más elemental nos haga suponer que muchos acuden allí después de haberse puesto hasta el culo de la misma.

En fin, creo que en el próximo futuro con deflación o sin ella tienen que pasar cosas interesantes. Avances tecnológicos mediante, la realidad empresarial se tiene que imponer sobre la ficción política. La prueba fehaciente de lo que digo es que cada vez más políticos de los que quisieron llevar la ficción a las empresas están en la cárcel o a las puertas de ella. Al final, ya lo verán, los partidos políticos serán empresas anónimas controladas por consejos de administración. No veo otra solución.   

lunes, 20 de octubre de 2014

Elementos terrestres



Hay que reconocer que lo de "El Pequeño Nicolás" tiene miga. Y sobre todo gracia. Con qué atención escucha a José María. Real o fingida, qué más da, porque lo más probable es que José María, por mucho que gesticule, no esté diciendo más que los mismos tópicos que El Pequeño Nicolás ya le ha escuchado en cien situaciones semejantes. Me le imagino más bien, en plan Seinfeld, diciendo para sí, jo, que tipo más plasta, y todavía le queda para media hora, lo que tiene que hacer uno para ser alguien. Y José María, claro, caso de percatarse de que tiene alguien al lado, pensará que es un tipo con porvenir porque, de no ser así, sus subalternos no le hubieran puesto ahí. Y también pensará que convendrá dirigirle cualquier tipo de comentario intrascendente pero en plan confidencial, que eso crea lealtades, que nunca se sabe si se pueden necesitar el día de mañana. Y los subalternos, tras las bambalinas, comentando entre ellos, ¿quién es ese? Ni pajolera idea, tío, pero no podíamos haber puesto a otro que represente mejor el papel. 

¡Menudo elemento El Pequeño Nicolas! Puedo suponer que tiene una madre adicta a las peluquerías y revistas del corazón. Y un padre policía, bedel o cualquier profesión de esas que exige mucha reverencia a los superiores. En cualquier caso seguro que ambos han echado el resto para mandarle a un buen colegio y a una buena universidad. Porque hay que haberse codeado con gente con clase para saber estar a la altura de las circunstancias con semejante aplomo. En el fondo, el único problema de este chico, seguramente, es que no supo cumplir con los plazos para dar a sus padres lo que sus padres querían de él. Tuvo prisa y eso exige trampas. Ahora le tacharán de psicópata, seguro. Que si se creía que era lo que representaba y todas esas cosas. Pero no, yo creo que simplemente es un jugador de los que arriesgan mucho... y ha perdido. Por el momento.

Por lo demás, una cosa ha quedado bastante clara, que menudo manga por hombro son esas agencias de gestión de recursos públicos que llaman partidos políticos. No sé, quizá si funcionasen como sociedades anónimas con sus accionistas y tal... porque, claro, rendir cuentas sólo cada cuatro años ante los electores es como lo de dame pan y llámame borrego, que pase lo que pase yo me sigo alimentando. Mejor, se me ocurre, que las rindiesen ante ante la asamblea de accionistas que cuando está la propia pasta en juego la gente hila mucho más fino. 



Ahora que para elemento gracioso ese tal Alberto Isla. Ya sólo por haber inventado la adicción a las hijas de tonadillera merecería un puesto de honor en el selecto club de los "cuan largo me lo fiáis". Claro que Gloria Camila, la hija de la que fuera "La Más Grande" por lo visto se le ha resistido y ese es un baldón que empaña un tanto su parcour. Esperemos que Jorge Javier no se lo tenga en cuenta y le siga llevando a sus pedagógicos programas que este país crispado necesita espejos trasparentes en los que mirarse. Él, siempre con la sonrisa puesta y su morral lleno de munición desactivadora de tensiones superfluas: "Si tú lo dices", "También es verdad", "Ya te digo", "Lo siguiente". Siempre la frase adecuada para desarmar al impertinente. Y, luego, para redondear, cuenta minucias sobre la vida en Cantora, esa especie de Olimpo popular por donde las diosas circulan todo el día en pijama, sin pintar y con pantuflas de pelo largo. 

Alberto Isla, estudios primarios, loco del Rocío, los caballos, Triana, el Sevilla y, por supuesto, taurino. ¡Hay quién dé más! ¿Qué necesidad tiene de servir copas en un bingo si las puede servir en Cantora? Así, cual Ganímedes, asciende a semidios y a vivir del cuento por los restos. Hay que servir para eso y mucha envidia es lo que hay. 

Los elementos terrestres, siempre los hubo, los hay y los habrá. Y gracias a ellos no sólo hemos tenido tema para conversar alrededor del fuego en las largas noches del invierno oscuro, también nos han ayudado a desentrañar los entresijos de nuestro yo frustrado... en fin, qué aburrido, y peligroso, sería el mundo sin ellos.  

sábado, 18 de octubre de 2014

Menudeos


Marta Muñoz es una señora de aquí, de la pequeña provincia, que escribe divinamente, lo cual, si se tiene en cuenta que estudió filología en Salamanca, no tiene mucho de particular. Lo raro sería que escribiese mal. El caso es que mantiene un blog de nombre MENUDEOS -le encontrarán entre los adscritos al Diario Montañes- en el que se suelen leer cosas interesantes. O sea, bien pensadas, cosa que, por otra parte, huelga decir después de haber señalado lo bien que escribe. ¿Cómo escribir bien si se piensa mal? ¿Cómo saber si se piensa bien si no se escribe lo pensado? En fin, como decía Cervantes, la escritura es la lengua del alma. Si escribes dejas el alma al descubierto y sólo las cosas descubiertas se puede saber lo que son. 

Marta, como le corresponde por nombre, es hacendosa. La casa, los niños, esas cosas. Pero se ve que hizo caso cuando escuchó aquello de que no sólo de pan vive el hombre. O la mujer, of course. Y por eso cultiva el espíritu. Reflexiona sobre lo que le rodea. Las cosas de la vida cotidiana. Y reflexiona en alto para que la escuchen. Marta, en definitiva, es un ejemplo vivo de que en la pequeña provincia también se puede ser libre sin morir por ello en el intento. Quizá, claro, haya que haber estudiado en Salamanca para ello. 

Escribe en esta ocasión Marta sobre los foros de internet en Cantabria. Les transcribo un párrafo:
 
"... Pero no de Cantabria, no había foro para nuestra región. Y cuando lo hubo, el movimiento era mínimo una vez más.

Y entonces lo entendí.

Creo que los cántabros somos… voyeurs cibernéticos.

Lo nuestro es más leer lo que escriben los demás que exponernos, esperar a que otro saque el tema, cuidar las palabras para que el vecino no nos identifique. Somos cautos. Cotillas. Amantes del saber como todos, claro está, pero indirectos… nos gusta más enterarnos leyendo que preguntando. Quizá somos tímidos también. Nos cuesta más arrancar, dejar entrar esa familiaridad superficial y rápida que se crea en esos contextos. Un foro dividido por zonas geográficas es un microcosmos en el que esos rasgos de carácter de unos y otros acaban transpirando entre líneas."

Bueno, mi experiencia personal confirma en gran medida esas apreciaciones. Pero yo nunca diría cántabros. Diría gente de la pequeña provincia. De cualquier pequeña provincia poblada por gente pequeña. Está bien que Marta se atreva a llamar cotillas a esa pequeña gente. Y cautos. Quizá Oscar Wilde llamase a esa cautela cobardía, de la misma manera que llamaba a la humildad hipocresía y a la modestia incompetencia. Mejor las cosas por su nombre ¿no les parece?

Anyway, lo que cuenta es que haya Martas infiltradas en la pequeña provincia. Es la única manera que se me ocurre de que algún día pueda ser grande.

viernes, 17 de octubre de 2014

Kilkcaldy III



Bien, de acuerdo que es la avidez de los negociantes la que nos permite tener casa, ropa y comida siempre asequible. Casa, ropa y comida, nadie necesita más para vivir. Sin embargo una sociedad que se limitase a cubrir sólo las necesidades elementales de sus miembros mucho me temo que volvería a la edad de piedra. Para evolucionar hay que sofisticarse, lo cual, si no estoy equivocado, es convertir en necesidades lo que sólo son deseos prescindibles. Tiene un precio, claro, pero también es lo que puede dar, si se hace bien, un sentido trascendente a la vida. 

Trascenderse o no trascenderse, esa es la cuestión. Dicen que las filosofías orientales tradicionales relativizan el ser y pasan de lo de trascenderse. A la vista de lo que hay hoy día por aquellos pagos deben quedar pocos adeptos de esas religiones. La realidad es que aquí y allá, por todos los rincones del mundo mundial, todo quisque se quiere hacer notar, es decir, trascenderse. No hay deseo que supere a ese. Y unos tratan de satisfacerlo de una manera y otros de otra, que esa es la gran diferencia entre las personas, pero por lo general siempre es consumiendo, o sea, dando pábulo a la avidez de los negociantes. 

Y esa es la máquina del progreso, que por extraño o estrafalario o peligroso que sea un deseo, si lo tienen un  número suficiente de personas, siempre encontrarán un empresario que se las ingeniará para poder satisfacérselo. Pero esto sólo es un primer paso. El siguiente es el no esperar el empresario a que las personas creen sus propios deseos. Hay que ingeniárselas para fabricárselos. Sólo hay que financiar una pélicula de Holywood para que millones de personas deseen ir a Hawaii a ver una puesta de sol sobre un mar por donde casualmente pasa una barquita a vela de las tradicionales. Y allí está el empresario con su resort en el que hay miradores en los que incluso están marcadas las horas a las que se pone el sol mientras pasa la barquita y, por demás, con las exposiciones que hay que dar a la cámara para que la foto salga perfecta. Total, que tu vas, sacas la foto perfecta y, luego, de vuelta, intentas transcenderte enseñando la foto a los amigos. Que lo consigas o no, ese es otro cantar. 

El caso es que los deseos prescindibles, sean de cosecha propia o sean inducidos, si insistes en satisfacerlos, crean muy pronto adición y ahí es donde, creo, tenemos la otra pata del capitalismo, en la avidez del adicto que juraría suele sobrepasar en importancia a la del empresario. Y no es sorprendente que así sea, el adicto se hace reconocer por adición. Se trasciende con ella. Si deja su adición no es nadie. Se desmorona. 

Pues bien, yo nunca he leído nada sobre el papel que juega la avidez del adicto en el desarrollo del capitalismo. Sin embargo apostaría cualquier cosa importante a que es la clave de bóveda de todo el sistema capitalista actual. Y también la clave de este discurso apocalíptico en boga que amenaza con achicharrarnos a todos como no paremos de consumir. Una contradicción horrible a la que nadie se atreve a ponerla el cascabel. 

La cosa no se crean que tiene mucha gracia porque el adicto no es por lo general persona que disfrute de la vida. Tiene un orgasmo cada vez más pequeño cada vez que se mete el chute y al instante ya se muere por otro. Se deja el pellejo si hace falta por conseguir los medios de procurárselo. En el mejor de los casos estrecha sus horizontes hasta límites patológicos. Usando una conocida parábola de la literatura de ciencia ficción diríamos que se convierten en épsilons que son personas sin sustancia alguna que sobreviven, incluso felices, gracias a su adicción al soma, una droga sin efectos secundarios de la que tienen toda la que necesiten con solo pedirla. La única diferencia con los épsilons de la realidad es que el soma del que disponen estos tiene unos efectos secundarios detestables, sobre todo en forma de frustración.
  
En fin, imagínense la catástrofe que se produciría si a la gente le diese por consumir de forma sensata. Si a la gente le quedase tiempo para pensar. Si en vez de acumular cosas acumulase conocimientos. No sé, pero esto de la economía es complicado de narices, así que lo mejor va a ser dedicarse a la puramente vital, la de las propias energías, porque, si no, me parece a mí que chungo. 

Perdón por el desahogo. Y ya me voy de Kilkcardy, se lo prometo.   

jueves, 16 de octubre de 2014

Kirkcaldy II



Ayer pegó un bajón la Bolsa. De hecho lleva bajando unos cuantos días en los que se han perdido todas las ganancias que se habían hecho a lo largo del año. Había analistas que venían advirtiendo de que era inevitable una próxima bajada, pero eso quiere decir poco porque hasta el más torpe sabe que todo lo que sube baja y viceversa. Y llevábamos una larga temporada subiendo. De hecho, se había subido tanto que ya era como en la alta montaña que falta oxígeno y no se puede avanzar si no te pones la mascarilla. En este caso la mascarilla a los mercados se la estaban poniendo los Bancos Centrales que no paraban de dar a la manivela de fabricar billetes con lo que el dinero estaba, o está, excepcionalmente barato. Pero eso se ve que ya no funciona. Porque es que esto de la economía es la vida misma, o sea, que son tantas las variables que influyen en su desarrollo que, quitando las situaciones extremas en las que hasta el menos avisado opina y acierta, es más fácil predecir el futuro utilizando la bolita mágica que no con lo que dicen es ciencia. 

Anyway, yo ya hace meses que me retiré del juego. Gané por un lado lo que había perdido por otro así que doy gracias a la Fortuna por dejarme continuar siendo rico después de haber estado tentándola, que ya se sabe que no le gusta un pelo. Reconozco que ha sido exiting. Jugar es arriesgar y arriesgar te lleva a intentar comprender los entresijos de lo que esta más acá de lo puramente azaroso. La pequeña parte que puedes controlar si estudias. Así es que durante el tiempo que me duró la locura leí con avidez artículos y libros sobre el tema, empezando por el que les comentaba ayer, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. Pues bien, una cosa les puedo asegurar al cien por cien, aunque sólo haya sido por la lectura de éste libro la cosa mereció la pena y mucho. Que lo sepan. 

Total, que entre unas cosas y otras sigo sin tener ni idea, como los más avezados por otro lado, pero eso no quita para que la experiencia vivida haya mejorado en cierto grado mi habilidad para la quiromancia especulativa en lo que a la economía se refiere. Ahora, puedo largar con mayor conocimiento de causa y, si me apuran, puedo conseguir algún malabarismo sintáctico con visos de originalidad. Por lo demás, cuando de lo que se trata es de detalles meramente técnicos, digamos que los engranajes del sistema, mis conocimientos son pedestres, es decir, como de andar por casa. Y por tal es que comprendo que por mucho que quisiera, a la hora de la verdad, nunca podría pasar de ser el jugador  que he sido, o sea, de mesa camilla los domingos por la tarde después del chocolate. 

Pero, a lo que íbamos, que la bolsa ha bajado y eso, grosso modo, es achacable a que la economía se estanca. ¿Se estanca? ¡Quién lo diría! Pero sí, las cifras no engañan. Si las empresas no ganan no pueden pagar dividendos. Si no pagan dividendos los accionistas se llevan la pasta a otro lado. Si no hay pasta no se puede innovar. Si no se innova no se puede competir. Si no se puede competir vienen los demagogos a decir que si se cerrasen los mercados se solucionaría todo. Y la pobre gente inculta, que es la que en definitiva recibe las tortas, tiende a creérselo todo. Y en esas estamos, con los ricos poniendo su dinero a resguardo en bonos alemanes y americanos del norte hasta que a la gente inculta se le pase el berrinche y pase por el aro, es decir, acepte sueldos más bajos. Y aún así, nunca habrá ya sitio para todos los de esa clase de gente porque la innovación entre otras cosas consiste en sustituirlos por máquinas. Y más que se les sustituiría de puro fácil que es si no fuese porque da miedo dejarlos por ahí sueltos y a merced de los demagogos.

Acumulación, crisis, innovación, las tres fases del ciclo económico que les decía ayer. Pues bien, la innovación en estos momentos nadie discutiría que es frenética, lo mismo que la crisis y no digamos la acumulación. Las tres fases conviven entre sí sin mayores problemas. Nos mostraba el documental de ARTE las espantosas condiciones de vida de los obreros que montan los nuevos cachivaches de Appel. En China claro está. Appel innova con la sana intención de luego acumular, pero, claro, si sus obreros viven como viven ¿quien le va a comprar los cachivaches? O les mejora el sueldo o pronto va a ver como se le echa encima la crisis. Eso ya lo vio Ford cuando contradiciendo a todos sus asesores financieros subió el sueldo a sus empleados para convertirlos así en consumidores. Obreros consumidores, eh ahí la solución que tan buen resultado dio cuando lo del New Deal. Evidentemente, entonces no había chinos. Porque ¿qué pasaría si les suben el sueldo a los chinos? Muy fácil suponerlo: que a los de Appel ya no les saldría a cuenta fabricar en China y todos esos obreros que ahora viven mal vivirían mucho peor. En fin, que todo esto de la economía es un continuo sinvivir que consiste en robarle un poco de tiempo al competidor a sabiendas de que más pronto que tarde te atrapará. Lo que dura, dura, como en el chiste del polvo. 

Por hoy ya está bien. Mañana más, que me queda lo mejor. 

miércoles, 15 de octubre de 2014

Kirkcaldy



Para un chino de cierta posición ir a Kirkcaldy es algo así como para un europeo ir, no sé, pongamos que a Nazaret. El documental sobre historia de la economía que pasaron ayer por ARTE comenzaba con unos jóvenes chinos de paso por Kirkcaldy para hacerse fotos delante de la casa natal de Adam Smith. Para nosotros, vino a decir uno de ellos al ser interpelado, La Riqueza de las Naciones es como para ustedes la Biblia. De alguna manera, se me ocurre, así se cierra el círculo. Me explico. 

La publicación de su Teoría de los Sentimientos Morales le dio a Adam Smith gran prestigio intelectual por todo el reino y a ello fue debido que un aristócrata de entre los más poderosos le propuso que fuese el tutor de su hijo durante un viaje por Europa. A cambio, claro está, de una generosa recompensa. Así fue como durante su estancia en Francia conoció a los fisiócratas, es decir, a los primeros teorizadores con fuste de la economía. Pues bien, uno de estos fisiócratas, un tal Quesnay, era un gran estudioso de la cultura china y gran admirador de Confucio cuyos preceptos morales sirven en gran medida de sustento a sus teorizaciones económicas. O sea, Confucio, Quesnay, Adam Smith y de vuelta a los chinos peregrinando a Kirkcaldy. 


   

Supongo que ya habrán oído hablar de lo de la avidez como motor del comercio y su mano invisible como regulador de los mercados. La avidez es a la economía lo que la gravedad al movimiento de los astros. Por tanto, no pongan trabas a la avidez y dejen comerciar entre sí a las personas de una nación y, también, a las de unas naciones con las de otras y verán como todo va mucho mejor, dice Smith a los gobernantes. Y claro, eso es la competencia entre las partes que exige darle al coco para producir más y más barato que el competidor. Y entonces es cuando Smith cuenta lo de la fábrica de alfileres. Si cada obrero hace una sola parte del alfiler, en una semana se harán más y mejores alfileres que los que harían los mismos obreros en un año encargándose cada uno de ellos de hacer todo el alfiler. Eso es lo que se conoce como la división social del trabajo, pero, ¡ojo!, advierte Smith, pasarse ocho o diez horas al día haciendo siempre los mismos gestos, a la vez que da precisión, y productividad, puede deshumanizar. No se me ocurre que se puede hacer para evitarlo, pero no lo pierdan nunca de vista, remata.

Sea como sea y pese a quien pese, se llame Le Pen o Iglesias, el caso es que la libre competencia entre personas y naciones y, también, la división social del trabajo, reinan por doquier y son los pilares de lo que se conoce como capitalismo. Capitalismo, o sea, acumulación, crisis e innovación y vuelta a empezar. Ahora, por ejemplo, parece que se está saliendo de la crisis a golpe de innovación y ya apuntan por ahí los Elon Musks y similares que empiezan a acumular. 

Así es que, como les decía, la cadena ARTE cumpliendo con su función de esclarecedora de conciencias está estos días dedicada en cuerpo y alma a desentrañar los intríngulis de la economía porque no es para menos. Porque, no sé si lo sabrán, pero en Francia tienen un problema, y bien gordo, que es precisamente de orden económico. Hubo una gran acumulación que hizo creer que en adelante todo el monte iba a ser orégano. De resultas la gente se durmió en los laureles y los chinos, es un decir, les comieron los mercados. Al no vender todo lo que producían, inevitablemente, llegó la crisis. Las cuentas no les cuadran. Toca innovar. Para lo cual hace falta dinero para invertir. ¿De dónde sacarlo? Y aquí es donde se pone de manifiesto una vez más el alma partía entre Descartes y Pantagruel que tienen todos los franceses. O casi todos. Así, todos están de acuerdo en dos cosas, digamos, un poco contradictorias. Una: es absolutamente necesario hacer reformas estructurales, que es la forma eufemística de decir que a algunos se les va acabar el chollo, para que el dinero del Estado vaya en la buena dirección. Otra: que las hagan pero que no empiecen por mi casa. ¡C´est drole! 

Total, que el otro día ponían dos periodistas franceses a España como coartada justificatoria de su inmovilismo respecto de lo de que se les acabe el chollo a unos cuantos muchos. El periodista alemán que les acompañaba en el debate había citado las reformas españolas y el resultado que estaban dando. Entonces los dos periodistas franceses se le tiraron al cuello con el típico: ¿sí, pero a costa de qué? Y se explayaron a gusto sobre todas las miserias que al parecer se ven por las calles españolas desde que el Sr. Rajoy llegó al poder. Bueno, dijo entonces el alemán, así, como haciéndose perdonar la vida, pero es que ustedes creen que se pueden arreglar las cosas sin que alguien lo pase mal. Sí, sí, por supuesto que se puede. Y siguieron explayándose con la típica verborrea del intelectual de izquierdas que en definitiva lo único que propone a ciencia cierta es cerrar los mercados, o sea, autarquía para que nos entendamos... levantase la cabeza el bueno de Adam y muriérase de risa. 

En fin. Continuará.    

martes, 14 de octubre de 2014

Los delirios colectivos



Ya sabemos que los delirios individuales suelen ser muy aparatosos y si son colectivos, ya, ni te digo. Es lógico, porque que una persona vea burros volando es cosa de llamar a los loqueros, lo cual sirve para tener a los vecinos entretenidos un rato, pero cuando son muchos los que los ven, entonces, a quien hay que llamar es a las cámaras de televisión para que exploten el filón.

"Estos delirios colectivos se establecen dentro de grupos de personas fácilmente sugestionables, por lo que son más frecuentes entre los enfermos mentales, personalidades primitivas, con un nivel educativo escaso, con pensamiento mágico, y entre las personas que padecen un trastorno de tipo histérico", dice el autor. O sea, que lo difícil es que la vida no sea un continuo delirio colectivo porque quitas enfermos mentales, personalidades primitivas, mal educados, pensamiento mágico e histéricos y no te queda prácticamente nadie. 

Y así es como realmente es el mundo, un puro delirio mires para donde mires. Los hay estrafalarios y de apariencia racional, simpáticos y antipáticos, inofensivos y peligrosos, pero eso sí, hay que reconocer que gracias a ellos la vida adquiere tensión. A veces demasiada y luego pasa lo que pasa, que el globo pincha y los burros caen al suelo y empiezan a rebuznar.  

O sea que prepárense para una larga sesión de rebuznos por la parte de levante un poco al norte. Eso sí, discretamente parapetados tras la cortina como para que no se note demasiado de donde viene el enrenou

lunes, 13 de octubre de 2014

Au bord de gouffre



"AUNQUE lo pueda parecer a primera vista, el desafío secesionista catalán tal vez no sea hoy la principal amenaza de España. El gran problema de la nación, el que la ha vuelto vulnerable, desesperanzada y frágil, es su propia debilidad interna. La falta de cohesión social, la indecencia moral de la corrupción, la alarmante trivialidad intelectual, la ausencia de valores colectivos, el fracaso de la educación, el auge de la demagogia y la wikipolítica; todo eso es lo que ha provocado la quiebra estructural de un país que en su arrogancia de nuevo rico llegó a creerse sólido." Al autor de semejante párrafo de un artículo aparecido en uno de los principales periódicos del país sólo le faltó añadir para redondear un ¡toma castaña! 

Desde luego que quién lo diría que todo esté tan rematadamente mal porque creía yo que se había acabado el jolgorio que venimos padeciendo, aquí, a las puertas de casa como quien dice, desde hace tres meses y, ¡qué va!, todo el fin de semana hemos tenido un montón de coches tirando pedorretas con motivo de no sé que clase de evento, eso sí, "de Cantabria", porque ahora toda la chocarrería ambiental tiene que tener por necesidad denominación de origen. Y así es que ya voy oyendo por aquí la palabra Cantabria con la misma insistencia con la que oía Cataluña cuando vivía allí y, eso, mucho me temo, no es otra cosa que la señal incontrovertible de que hay que salir ya por pies en busca de nuevos horizontes... Dios me dé salud, que ya sé que es mucho pedir a estas edades, para intentarlo. 

El caso es que ayer por la noche estuve escuchando los debates que tenían lugar en varias televisiones francesas y en todos ellos se daba por supuesto el estar la nación francesa au bord du gouffre. Al borde del abismo para que nos entendamos. Sostenía Cohn-Bendit, gurú mediático, y de todo lo demás, donde les haya, que había fracasado en todo lo que se había propuesto en esta vida. Quizá, me decía yo, es lo que les suele pasar a todos los que aspiran a ser Dios... a Dios Gracias. Por lo demás, seguí pensando, la causa de que todos estos payos anden tan mohínos no puede ser otra que el estar sufriendo una caída progresiva de sus emolumentos, que no nos engañemos, es la circunstancia que más contribuye a ver el futuro más oscuro que trabajando en el carbón, como decía Molina. 

Ahora, en serio, ¿pero es que ustedes ven que las cosas estén tan mal, tan desestructuradas, tan mierdas en una palabra, como nos dan a entender todos esos periodistas? Hombre, qué duda cabe que hay muchas cosas que cantan. Y no te digo ya si el que las escucha es viejo que, por la propia naturaleza de las cosas, tiene una propensión incontrolable a magnificar los inconvenientes del presente para así quitar dramatismo a su inminente e inevitable salida y no precisamente por el foro.  Y como los viejos, los venidos a menos, que no hay nada que más rabia produzca. La rabia, esa lente a través de la cual todo se ve asqueroso. Y así, esas cosas que parecían la quintaesencia del buen gusto cuando yo las hacía porque tenía los medios para hacerlas, ahora, cuando yo no puedo y son otros los que las hacen me parecen también la quintaesencia de la horterada, la decadencia, indigencia moral y lo que quieran, que anda que no da motor la rabia para el lenguaje denigratorio. 

En resumidas cuentas, que es imposible que por muy sana que sea la economía de un país se pueda seguir pagando a las interminables legiones de periodistas y tertulianos con la misma largueza que se hacía cuando eran cuatro gatos. De resultas de lo cual ahí que les tenemos pensándolo dos veces antes de coger un taxi. Ellos, que antaño empezaban la mitad de sus artículos contándonos lo que opinaba de la actualidad el taxista que les había traído a la redacción. El taxista, o sea, un ignorante como ustedes señores lectores que ahora les voy a decir yo lo que tienen que pensar para que piensen como Dios manda. Pues bien, se acabó lo que se daba, ahora se va a la redacción en metro y se come de menú y eso no da para sentirse superior, lo cual como que te tiene todo el día encabronao y echando pestes.  Y eso es todo lo que pasa, que a los encargados de formar la opinión social, si es que eso existe, les va mal en la vida, y no por nada sino porque son demasiados a chupar de la misma teta. 

Por lo demás, pese a quien pese, nos empezaremos a preocupar cuando vayamos a MERCADONA y las estanterías estén medio vacías. ¡Ya te digo!

sábado, 11 de octubre de 2014

El Banquete


B

Ayer, comida en casa de Paco. A las siete y media o así levantamos el campo más por discreción que porque lo pidiese el cuerpo. Es lo que suele pasar cuando el anfitrión da de lleno en la excelencia. El anfitrión y el resto de los comensales, que hubiésemos estado allí cuatro o diez horas más y, presumo, la animación no hubiera decaído un ápice. Tratamos de todo lo habido y por haber en lo referente a las grandes cuestiones del espíritu y algunas otras de orden más prosaico como la candente actualidad observada ya sea a través de los medios de comunicación ya sea con los propios ojos.

Total, que salimos de allí pletóricos de energía positiva y nos vinimos andando para casa que en el caso de la mía está justamente al otro extremo de la ciudad. Unos seis u ocho kilómetros para que nos entendamos que me vinieron de perlas no sólo para corregir los excesos calóricos habidos sino también para que el aterrizaje en la desnuda cotidianidad fuese suave ya que la tropa se fue desmembrado a medida que avanzábamos por las concurridas avenidas de la ciudad. Llegué a casa relajado y sin más noticia corporal que un cierto recalentamiento de las plantas de los pies poco digno de mención. Al pasar por el portal, movido sin duda por algún geniecillo maligno, hice lo que nunca suelo hacer, mirar en el buzón: ¡sorpresa! El cartero había dejado un aviso para que fuese a recoger una carta certificada enviada por la Audiencia Provincial. Bueno, como a estas alturas de la vida tengo la conciencia bastante tranquila me lo tome con bastante frialdad, pero eso no ha quitado para que en los habituales intervalos insomnes de la noche haya tenido inquietantes cavilaciones sobre mi más inmediato futuro. Así que esta mañana, tan pronto han abierto las puertas de Correos me he precipitado dentro... no se preocupe me ha dicho la funcionaria nada más ver que la carta era de la Audiencia, ayer entregamos más de doscientas, seguro que es para formar jurados. Efectivamente, me citan para formar jurado y me dan quince días para hacer alegaciones si no quiero participar. Me lo voy a pensar porque lo de coprotagonizar "doce hombres sin piedad" es muy tentador.  

Anyway, lo que de todo lo hablado ayer más me ha seguido rondando el pensamiento es ese decalage, no sé si preocupante o cómico, entre la realidad mediática y la realidad a secas. Porque es que hay demasiada gente que a mi juicio se está tragando el anzuelo de la realidad mediática con lo cual son arrastrados hacia a un estado de indignada deserción muy apropiado para justificar la dejación de las propias responsabilidades caso de no quererlas asumir. Por lo demás, la realidad a secas es que esa misma gente vive si no como Dios, que suele ser que sí, sí con la facilidad que da una conciencia de seguridad a prueba de imprevistos Estado mediante. Y así es que a la menor inquietud asomando por el horizonte se unen todos al coro de los imprecadores respecto del gobierno de turno responsable de todo lo malo y de nada de lo bueno. 

Por poner un ejemplo de lo que sostengo, ahora mismo están los medios crucificando con una saña inaudita a unos señores que utilizaron tarjetas de crédito de un banco que dio en quebrar. Lo primero que habría que preguntarse es si cuando lo hicieron estaban cometiendo delito o no. Porque eso mismo de lo que les acusan se lo he visto yo hacer a miles de mis colegas y en grado superlativo y que yo sepa nadie les ha acusado de nada nunca. Un día se cortó el grifo, por lo menos el que había a la vista del respetable, y eso fue todo. Y no era a cargo de una empresa privada sino del mismísimo Estado al que le era repercutido por los laboratorios médicos el coste vía medicamentos. Ya puestos, digo yo, a crucificar, también se les podría exigir a todos esos miles de médicos que devolviesen el importe de sus viajes alrededor del mundo que fueron muchos y a cuerpo de rey. Pero no, ahora toca a los del banco quebrado y venga y dale hasta que la chusma segregue todo su odio y resentimiento que es que parece que nunca tiene límite. 

Con lo del caso Excalibur más de lo mismo. Se están poniendo todos los medios para solucionarlo y, de paso, se está aprendiendo a manejar algo de lo que no se tenía experiencia. Por supuesto que se han dado traspiés como en toda iniciación, pero tomando buena nota y corrigiendo. Del mismo modo, por cierto, que se han conseguido todos los logros que han llevado a la sanidad pública al lugar envidiable en el que está. Difícil de entender en cualquier caso por la chusma, la mediática y la otra, que es que para ellos es como si los funcionarios del Estado en vez de con conocimientos adquiridos por medio del estudio y la experimentación, debieran actuar echando mano de la varita mágica que se supone les fue entregada al firmar el contrato de enganche. Pasará todo en cuatro días, Dios quiera que de buena forma, y nunca más se sabrá porque las fieras ya estarán olfateando carne fresca en otro sitio.

Pasará como ya parece que pasó lo de los catalinos, que hay que ir a las páginas interiores de los periódicos para saber algo de cómo se están lamiendo las secuelas de su pasado protagonismo de cartón piedra. En fin, así es la dinámica democrática que no cesa: por un lado el alarmismo tremebundo que exige derechos y por el otro la vida envidiable que rechaza obligaciones. Y viva la Pepa. 

¡Jo!, por cierto, qué bien cocina Paco.

viernes, 10 de octubre de 2014

La petit province


Hay mucho revuelo en la capital de la petit province a causa del despliegue barandillistico que las autoridades están llevando a cabo por la frontera norte que da al mar. Ayer al mediodía a falta de mejor ocupación me acerqué por allí a echar una ojeada. Coincidí en el lugar con un grupo de personas que a todas luces andaban merodeando en plan inspección institucional. Como acababa de comer y me sentía seguro les solté al tresbolillo algunas majezas sobre barandillas y barandas. Hubo algunos que se mostraron encantados y me siguieron la corriente. Otros, pusieron cara de mala leche y se apartaron del lugar. La cosa duró dos o tres minutos porque inmediatamente me di cuenta de que estaba creando tensión innecesaria y me retiré por el foro.

Yo, la verdad, no sé por qué la gente se toma esas instalaciones tan en serio. Sin duda tiene que ser por una mezcla de tenerlo todo resuelto y una flagrante falta de sentido del humor. Porque aquello tiene gracia y mucha. Recuerda a esas instalaciones que hacen los niños en los jardines cuando juegan a indios y cowboys. Tipo Fort Apache para que me entiendan. Y por otra parte tiene pinta de ir a convertirse en arqueología carajonera en menos de lo que tarden en llegar cuatro temporales del noroeste que no será mucho. El viento y el agua harán su trabajo y, el resto, la necesidad de calentarse durante las largas noches del invierno oscuro de cierto vecindario del lugar.  



El caso es que las autoridades han dicho que el objetivo que se persigue es resaltar los valores paisajísticos así como dinamizar el entorno. O sea, el típico truco del almendruco. Invertir unos pocos euros en crear todo el empleo de bajo valor añadido que se pueda. Pan para hoy. Mañana todos calvos. Y mientras tanto los escondrijos llenos de mierda y los vertidos incontrolados siguen campando por doquier. Se lo puedo asegurar porque suelo pasear por allí con frecuencia y no por nada sino porque en ciertas épocas del año es el único lugar tranquilo que queda en la ciudad. 

En fin, ahora en serio, con lo poco que costaría facilitar algún paso dificultoso, retirar la mierda, despejar muros y cercas, arrasar las bidonvilles de veraneo cuya visión deprime al más pintao... cosillas así que costarían tres duros y que son, en resumidas cuentas, lo que hacen, o hicieron ya hace mucho tiempo, las comunidades cuya economía se sustenta, más que en los camareros, en los ingenieros.