lunes, 20 de octubre de 2014

Elementos terrestres



Hay que reconocer que lo de "El Pequeño Nicolás" tiene miga. Y sobre todo gracia. Con qué atención escucha a José María. Real o fingida, qué más da, porque lo más probable es que José María, por mucho que gesticule, no esté diciendo más que los mismos tópicos que El Pequeño Nicolás ya le ha escuchado en cien situaciones semejantes. Me le imagino más bien, en plan Seinfeld, diciendo para sí, jo, que tipo más plasta, y todavía le queda para media hora, lo que tiene que hacer uno para ser alguien. Y José María, claro, caso de percatarse de que tiene alguien al lado, pensará que es un tipo con porvenir porque, de no ser así, sus subalternos no le hubieran puesto ahí. Y también pensará que convendrá dirigirle cualquier tipo de comentario intrascendente pero en plan confidencial, que eso crea lealtades, que nunca se sabe si se pueden necesitar el día de mañana. Y los subalternos, tras las bambalinas, comentando entre ellos, ¿quién es ese? Ni pajolera idea, tío, pero no podíamos haber puesto a otro que represente mejor el papel. 

¡Menudo elemento El Pequeño Nicolas! Puedo suponer que tiene una madre adicta a las peluquerías y revistas del corazón. Y un padre policía, bedel o cualquier profesión de esas que exige mucha reverencia a los superiores. En cualquier caso seguro que ambos han echado el resto para mandarle a un buen colegio y a una buena universidad. Porque hay que haberse codeado con gente con clase para saber estar a la altura de las circunstancias con semejante aplomo. En el fondo, el único problema de este chico, seguramente, es que no supo cumplir con los plazos para dar a sus padres lo que sus padres querían de él. Tuvo prisa y eso exige trampas. Ahora le tacharán de psicópata, seguro. Que si se creía que era lo que representaba y todas esas cosas. Pero no, yo creo que simplemente es un jugador de los que arriesgan mucho... y ha perdido. Por el momento.

Por lo demás, una cosa ha quedado bastante clara, que menudo manga por hombro son esas agencias de gestión de recursos públicos que llaman partidos políticos. No sé, quizá si funcionasen como sociedades anónimas con sus accionistas y tal... porque, claro, rendir cuentas sólo cada cuatro años ante los electores es como lo de dame pan y llámame borrego, que pase lo que pase yo me sigo alimentando. Mejor, se me ocurre, que las rindiesen ante ante la asamblea de accionistas que cuando está la propia pasta en juego la gente hila mucho más fino. 



Ahora que para elemento gracioso ese tal Alberto Isla. Ya sólo por haber inventado la adicción a las hijas de tonadillera merecería un puesto de honor en el selecto club de los "cuan largo me lo fiáis". Claro que Gloria Camila, la hija de la que fuera "La Más Grande" por lo visto se le ha resistido y ese es un baldón que empaña un tanto su parcour. Esperemos que Jorge Javier no se lo tenga en cuenta y le siga llevando a sus pedagógicos programas que este país crispado necesita espejos trasparentes en los que mirarse. Él, siempre con la sonrisa puesta y su morral lleno de munición desactivadora de tensiones superfluas: "Si tú lo dices", "También es verdad", "Ya te digo", "Lo siguiente". Siempre la frase adecuada para desarmar al impertinente. Y, luego, para redondear, cuenta minucias sobre la vida en Cantora, esa especie de Olimpo popular por donde las diosas circulan todo el día en pijama, sin pintar y con pantuflas de pelo largo. 

Alberto Isla, estudios primarios, loco del Rocío, los caballos, Triana, el Sevilla y, por supuesto, taurino. ¡Hay quién dé más! ¿Qué necesidad tiene de servir copas en un bingo si las puede servir en Cantora? Así, cual Ganímedes, asciende a semidios y a vivir del cuento por los restos. Hay que servir para eso y mucha envidia es lo que hay. 

Los elementos terrestres, siempre los hubo, los hay y los habrá. Y gracias a ellos no sólo hemos tenido tema para conversar alrededor del fuego en las largas noches del invierno oscuro, también nos han ayudado a desentrañar los entresijos de nuestro yo frustrado... en fin, qué aburrido, y peligroso, sería el mundo sin ellos.  

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