viernes, 24 de octubre de 2014

Epigenética



Sin duda, uno de los mayores problemas que tiene la humanidad es la facilidad con la que se manipulan las conciencias. Afortunadamente, al provenir por lo general el esfuerzo manipulador de diversas fuentes encontradas entre sí, el efecto tiende a neutralizarse y aquí no pasa nada. Pero hay veces en que la diversidad se reduce a dos, capuletos y montescos, con la consiguiente polarización y peligro de acabar a tortas. Y no digo, ya, cuando todas las fuentes coinciden en machacar sobre la misma tecla. Entonces, si te queda un poco de sentido común, agarra lo imprescindible y sal corriendo en busca de aire. 

La facilidad con la que se manipulan las conciencias, decía. Ahora, cuando tanta gente se dedica a investigar los mecanismos por los que dentro del cerebro pasan unas cosas y no otras, la neurociencia que le dicen, vamos y nos enteramos de que el ser humano no decide prácticamente nada, un 10% o así, de forma consciente. Casi todo lo que hacemos, pongamos un 90%, nos viene ordenado por el insconsciente que es la madre de todas esas pulsiones encaminadas a comer para sobrevivir y sobrevivir para perpetuar la especie. Digamos que esas pulsiones, comunes a todo ser vivo, están marcadas en el código genético y nada se puede hacer voluntariamente para modificarlas. Lo que pasa, y ésta es por lo visto una de las grandes vías de investigación del presente, lo que llaman la epigenética, es que esas pulsiones se modifican en su forma de manifestarse en función del medio ambiente. Los genes son los mismos, pero su expresión puede cambiar por pequeños cambios químicos inducidos por nuestras propias experiencias. Esos cambios, a la larga, se trasmiten a la especie y es lo que hace que la especie evolucione. 

Éste, dirá alguien, ha oído campanas y no sabe donde. Efectivamente todo eso de la epigenética me viene tan grande que me pierdo por completo dentro de ella, pero eso no quita para que lo poco que he entendido venga como de molde para confirmar muchas de las sospechas que me han ido surgiendo a medida que vivía. Así, poco a poco me fui dando cuenta de que en realidad lo de pensar es un lujo que sólo está al alcance de cuatro suicidas. El común de los mortales se limita a adaptarse a la ideología que mejor le viene a sus particulares circunstancias para poder alimentarse y reproducirse. Por tal es la facilidad con la que el personal responde ante cualquier hecho complejo. Sólo necesita dar al botón de la ideología. La experiencia les dice que así todo es mucho más fácil. Son las leyes de la economía vital. 

Me explico. Ahora tenemos ese caso tan mediatizado de la auxiliar de enfermería que pilló el ébola. Pues bien, a D. G. parece que todo se solucionó de la mejor forma posible. Pero ahí, al parecer, no va a acabar todo: su marido, enfermero él, ya está sacando las cosas de quicio con la excusa del honor mancillado y la esperanza, supongo, de sacar tajada. Extrapolemos un poco y hagamos de ella una enfermera y de él un médico: ¿creen ustedes que entonces hubiera habido esa deriva reivindicativa encubierta? No lo creo, francamente. Y no es cuestión de ser mejor o peor persona, es simplemente ser enfermero o ser médico. La enorme diferencia de horas de estudio y de ejercicio de responsabilidades, epigenética o no mediante, hace que, ante una misma situación, la mente se dispare en direcciones si no opuestas si divergentes. A tal respecto les recomiendo que lean la entrevista a Fernando Simón, portavoz del comité especial para la crisis del ébola, que hoy publica ABC. Él ya había ganado antes de que le nombrasen portavoz así que buena gana de acalorarse. La seguridad que le da su merecida preeminencia hace que Apolo hable por él. La claridad que da el distanciamiento, en definitiva. 

En fin, que nos debiéramos tomar las cosas que pasan con más calma porque al fin y al cabo, mayormente, no está en nuestra mano actuar de otra manera a como actuamos. Sólo, como les decía, disponemos de un 10% de libertad frente a un 90% de determinación. Así que esto tiene poca salida que no sea procurar que ese 10% tenga la mayor cantidad posible de conocimiento de las leyes que rigen la naturaleza. Pero, en cualquier caso, no se hagan ilusiones, la epigenética ordena que el 90% sea gente que acude presurosa a comer las paellas de Vicente. Perdón, creo que se me ha ido la bola.  

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