La publicación de su Teoría de los Sentimientos Morales le dio a Adam Smith gran prestigio intelectual por todo el reino y a ello fue debido que un aristócrata de entre los más poderosos le propuso que fuese el tutor de su hijo durante un viaje por Europa. A cambio, claro está, de una generosa recompensa. Así fue como durante su estancia en Francia conoció a los fisiócratas, es decir, a los primeros teorizadores con fuste de la economía. Pues bien, uno de estos fisiócratas, un tal Quesnay, era un gran estudioso de la cultura china y gran admirador de Confucio cuyos preceptos morales sirven en gran medida de sustento a sus teorizaciones económicas. O sea, Confucio, Quesnay, Adam Smith y de vuelta a los chinos peregrinando a Kirkcaldy.
Supongo que ya habrán oído hablar de lo de la avidez como motor del comercio y su mano invisible como regulador de los mercados. La avidez es a la economía lo que la gravedad al movimiento de los astros. Por tanto, no pongan trabas a la avidez y dejen comerciar entre sí a las personas de una nación y, también, a las de unas naciones con las de otras y verán como todo va mucho mejor, dice Smith a los gobernantes. Y claro, eso es la competencia entre las partes que exige darle al coco para producir más y más barato que el competidor. Y entonces es cuando Smith cuenta lo de la fábrica de alfileres. Si cada obrero hace una sola parte del alfiler, en una semana se harán más y mejores alfileres que los que harían los mismos obreros en un año encargándose cada uno de ellos de hacer todo el alfiler. Eso es lo que se conoce como la división social del trabajo, pero, ¡ojo!, advierte Smith, pasarse ocho o diez horas al día haciendo siempre los mismos gestos, a la vez que da precisión, y productividad, puede deshumanizar. No se me ocurre que se puede hacer para evitarlo, pero no lo pierdan nunca de vista, remata.
Sea como sea y pese a quien pese, se llame Le Pen o Iglesias, el caso es que la libre competencia entre personas y naciones y, también, la división social del trabajo, reinan por doquier y son los pilares de lo que se conoce como capitalismo. Capitalismo, o sea, acumulación, crisis e innovación y vuelta a empezar. Ahora, por ejemplo, parece que se está saliendo de la crisis a golpe de innovación y ya apuntan por ahí los Elon Musks y similares que empiezan a acumular.
Así es que, como les decía, la cadena ARTE cumpliendo con su función de esclarecedora de conciencias está estos días dedicada en cuerpo y alma a desentrañar los intríngulis de la economía porque no es para menos. Porque, no sé si lo sabrán, pero en Francia tienen un problema, y bien gordo, que es precisamente de orden económico. Hubo una gran acumulación que hizo creer que en adelante todo el monte iba a ser orégano. De resultas la gente se durmió en los laureles y los chinos, es un decir, les comieron los mercados. Al no vender todo lo que producían, inevitablemente, llegó la crisis. Las cuentas no les cuadran. Toca innovar. Para lo cual hace falta dinero para invertir. ¿De dónde sacarlo? Y aquí es donde se pone de manifiesto una vez más el alma partía entre Descartes y Pantagruel que tienen todos los franceses. O casi todos. Así, todos están de acuerdo en dos cosas, digamos, un poco contradictorias. Una: es absolutamente necesario hacer reformas estructurales, que es la forma eufemística de decir que a algunos se les va acabar el chollo, para que el dinero del Estado vaya en la buena dirección. Otra: que las hagan pero que no empiecen por mi casa. ¡C´est drole!
Total, que el otro día ponían dos periodistas franceses a España como coartada justificatoria de su inmovilismo respecto de lo de que se les acabe el chollo a unos cuantos muchos. El periodista alemán que les acompañaba en el debate había citado las reformas españolas y el resultado que estaban dando. Entonces los dos periodistas franceses se le tiraron al cuello con el típico: ¿sí, pero a costa de qué? Y se explayaron a gusto sobre todas las miserias que al parecer se ven por las calles españolas desde que el Sr. Rajoy llegó al poder. Bueno, dijo entonces el alemán, así, como haciéndose perdonar la vida, pero es que ustedes creen que se pueden arreglar las cosas sin que alguien lo pase mal. Sí, sí, por supuesto que se puede. Y siguieron explayándose con la típica verborrea del intelectual de izquierdas que en definitiva lo único que propone a ciencia cierta es cerrar los mercados, o sea, autarquía para que nos entendamos... levantase la cabeza el bueno de Adam y muriérase de risa.
En fin. Continuará.
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