sábado, 11 de octubre de 2014

El Banquete


B

Ayer, comida en casa de Paco. A las siete y media o así levantamos el campo más por discreción que porque lo pidiese el cuerpo. Es lo que suele pasar cuando el anfitrión da de lleno en la excelencia. El anfitrión y el resto de los comensales, que hubiésemos estado allí cuatro o diez horas más y, presumo, la animación no hubiera decaído un ápice. Tratamos de todo lo habido y por haber en lo referente a las grandes cuestiones del espíritu y algunas otras de orden más prosaico como la candente actualidad observada ya sea a través de los medios de comunicación ya sea con los propios ojos.

Total, que salimos de allí pletóricos de energía positiva y nos vinimos andando para casa que en el caso de la mía está justamente al otro extremo de la ciudad. Unos seis u ocho kilómetros para que nos entendamos que me vinieron de perlas no sólo para corregir los excesos calóricos habidos sino también para que el aterrizaje en la desnuda cotidianidad fuese suave ya que la tropa se fue desmembrado a medida que avanzábamos por las concurridas avenidas de la ciudad. Llegué a casa relajado y sin más noticia corporal que un cierto recalentamiento de las plantas de los pies poco digno de mención. Al pasar por el portal, movido sin duda por algún geniecillo maligno, hice lo que nunca suelo hacer, mirar en el buzón: ¡sorpresa! El cartero había dejado un aviso para que fuese a recoger una carta certificada enviada por la Audiencia Provincial. Bueno, como a estas alturas de la vida tengo la conciencia bastante tranquila me lo tome con bastante frialdad, pero eso no ha quitado para que en los habituales intervalos insomnes de la noche haya tenido inquietantes cavilaciones sobre mi más inmediato futuro. Así que esta mañana, tan pronto han abierto las puertas de Correos me he precipitado dentro... no se preocupe me ha dicho la funcionaria nada más ver que la carta era de la Audiencia, ayer entregamos más de doscientas, seguro que es para formar jurados. Efectivamente, me citan para formar jurado y me dan quince días para hacer alegaciones si no quiero participar. Me lo voy a pensar porque lo de coprotagonizar "doce hombres sin piedad" es muy tentador.  

Anyway, lo que de todo lo hablado ayer más me ha seguido rondando el pensamiento es ese decalage, no sé si preocupante o cómico, entre la realidad mediática y la realidad a secas. Porque es que hay demasiada gente que a mi juicio se está tragando el anzuelo de la realidad mediática con lo cual son arrastrados hacia a un estado de indignada deserción muy apropiado para justificar la dejación de las propias responsabilidades caso de no quererlas asumir. Por lo demás, la realidad a secas es que esa misma gente vive si no como Dios, que suele ser que sí, sí con la facilidad que da una conciencia de seguridad a prueba de imprevistos Estado mediante. Y así es que a la menor inquietud asomando por el horizonte se unen todos al coro de los imprecadores respecto del gobierno de turno responsable de todo lo malo y de nada de lo bueno. 

Por poner un ejemplo de lo que sostengo, ahora mismo están los medios crucificando con una saña inaudita a unos señores que utilizaron tarjetas de crédito de un banco que dio en quebrar. Lo primero que habría que preguntarse es si cuando lo hicieron estaban cometiendo delito o no. Porque eso mismo de lo que les acusan se lo he visto yo hacer a miles de mis colegas y en grado superlativo y que yo sepa nadie les ha acusado de nada nunca. Un día se cortó el grifo, por lo menos el que había a la vista del respetable, y eso fue todo. Y no era a cargo de una empresa privada sino del mismísimo Estado al que le era repercutido por los laboratorios médicos el coste vía medicamentos. Ya puestos, digo yo, a crucificar, también se les podría exigir a todos esos miles de médicos que devolviesen el importe de sus viajes alrededor del mundo que fueron muchos y a cuerpo de rey. Pero no, ahora toca a los del banco quebrado y venga y dale hasta que la chusma segregue todo su odio y resentimiento que es que parece que nunca tiene límite. 

Con lo del caso Excalibur más de lo mismo. Se están poniendo todos los medios para solucionarlo y, de paso, se está aprendiendo a manejar algo de lo que no se tenía experiencia. Por supuesto que se han dado traspiés como en toda iniciación, pero tomando buena nota y corrigiendo. Del mismo modo, por cierto, que se han conseguido todos los logros que han llevado a la sanidad pública al lugar envidiable en el que está. Difícil de entender en cualquier caso por la chusma, la mediática y la otra, que es que para ellos es como si los funcionarios del Estado en vez de con conocimientos adquiridos por medio del estudio y la experimentación, debieran actuar echando mano de la varita mágica que se supone les fue entregada al firmar el contrato de enganche. Pasará todo en cuatro días, Dios quiera que de buena forma, y nunca más se sabrá porque las fieras ya estarán olfateando carne fresca en otro sitio.

Pasará como ya parece que pasó lo de los catalinos, que hay que ir a las páginas interiores de los periódicos para saber algo de cómo se están lamiendo las secuelas de su pasado protagonismo de cartón piedra. En fin, así es la dinámica democrática que no cesa: por un lado el alarmismo tremebundo que exige derechos y por el otro la vida envidiable que rechaza obligaciones. Y viva la Pepa. 

¡Jo!, por cierto, qué bien cocina Paco.

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