En cualquier caso, vete a explicarle tú a un menestral al final de la jornada lo que es el pensamiento sinecdótico. O la comprensión lectora. O el curso de la historia. La diferencia entre el todo y la parte. Entre lo literal y lo simbólico. Entre los romanos y el romanticismo. Lo más probable es que se cague en tu padre. Y con razón. Porque, la realidad es que uno con todas sus elaboradas teorías es incapaz de caer en la cuenta de que está tan atrapado en la trampa nietzscheana, si no más, que el camarero de marras a la hora de opinar. Así, esa facilidad para relativizar el caos, o verle su parte positiva, cuando uno siente que no va a afectar en absoluto a la buena vida que se pega.
Por eso es tan delicado opinar. Y es fundamental ser consciente delante de quien lo haces. Porque puede servir para congeniar, pero, también, no pocas veces, es la mejor pista que puedes dar al enemigo sobre de qué pie cojeas y, sobre todo, cómo andas de ánimo. Todo lo cual no quita para que la actitud general al respecto sea de necia imprudencia. Y es que no paramos de opinar, unos más que otros, bien es cierto, porque en nuestra inocencia pensamos que es un formidable sustituto del mucho más trabajoso actuar para convencer. Así que... mejor me callo. Y hago.
Si todos los camareros del mundo dejaran de currar, el mundo seguiría más o menos; si todos los rodrigos ratos desaparecieran de un plumazo, apága y vámonos. la prueba del nueve...
ResponderEliminarahí hay un nudo gordiano que no hay espada que desate. El día que esa convicción llegue a la sociedad el mundo estará mucho más allá de Star Treck.
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