martes, 21 de octubre de 2014

Deflación



Ayer llamé desde mi fijo a Movistar para hacerle una gestión a María. La cosa estuvo resuelta en poco más de un minuto, tiempo más que suficiente para que el empleado que me estaba atendiendo hiciese de paso una evaluación completa del contrato que tengo con la compañía. Se dio cuenta de que me podía fidelizar por un año a cambio de un poco de carnaza. Le dije que sí, porque ya está uno en plan de ir a por todas. Por el simple hecho de no darme de baja en un año y sin pagar un céntimo más de lo que pago, 60 € al mes, iva incluido, tendré ochenta canales de cine y series. El desideratum. Lástima que la cabeza ya no dé para tanto. 

Por otra parte, ayer también, estaba escuchando en BMF Business a un par de empresarios con más que notables dotes para la pedagogía. La conclusión que saque de todo aquello fue que lo de la temida deflación no es una amenaza sino una realidad muy presente ya. Las cosas cada vez cuestan menos y ni aún así se consiguen vender. Por un lado, cada vez es más fácil producir. Por otro la gente ya está saturada de cosas. Y por si eso no fuera ya bastante, va la gente joven y le da por la economía colaborativa, toda una bomba. Y así es que yo ahora pago por telefónos, fijo y móvil, internet y tv privada, mucho no, muchísimo menos de lo que pagaba hace veinte años por mucho menos. Y eso hablando ahora todo lo que me da la gana, que si hubiese hablado lo mismo hace veinte años no hubiera habido dinero en el mundo para pagarlo. 

Lo que no comprendo por más que me lo expliquen es por qué es tan nociva la deflación. A lo mejor, como dicen, es fatal para el capital especulativo, que tampoco lo entiendo. Pero qué puede haber de indeseable en que a mí me vengan tantas cosas por el cablecito de cobre por 60 € al mes. O que por 40 € llene el carrito en MERCADONA y tenga comida para toda la semana. O que por 20 € vaya a Madrid utilizando la economía colaborativa. 

Pensando en estas cosas uno llega a ciertas conclusiones. Que, quizá, todos estos problemas que aquejan a la humanidad bien pudieran ser en no pequeña medida debidos al desfase entre la innegable efectividad del empresariado y no menos innegable incapacidad de los políticos para legislar de acuerdo con el mundo real. La realidad de los unos y la ficción de los otros deja en medio a una sociedad que lo mismo que está ahíta de placeres está paralizada de angustia por lo incierto del futuro inmediato. 

Mantenerse en la ficción, ese es el problema. Ayer contaba un periodista italiano en el programa 28´ de ARTE que lo de salvar a la banca en la reciente crisis, ni Mario Draghi, ni BCE, ni leches, han sido la Camorra y similares con sus ingentes cantidades de dinero líquido las que han solventado el asunto. No sé, porque estas cosas se dicen y pueden resultar muy plausibles, pero luego está la presentación de pruebas que nunca se produce. Haría falta para ello que los políticos abandonasen la ficción. ¿De donde saldría todo ese dinero si la cocaína no fuese la reina del cielo? Pues bien, los políticos nunca hablan de la cocaína en el Parlamento por más que la lógica más elemental nos haga suponer que muchos acuden allí después de haberse puesto hasta el culo de la misma.

En fin, creo que en el próximo futuro con deflación o sin ella tienen que pasar cosas interesantes. Avances tecnológicos mediante, la realidad empresarial se tiene que imponer sobre la ficción política. La prueba fehaciente de lo que digo es que cada vez más políticos de los que quisieron llevar la ficción a las empresas están en la cárcel o a las puertas de ella. Al final, ya lo verán, los partidos políticos serán empresas anónimas controladas por consejos de administración. No veo otra solución.   

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