sábado, 31 de enero de 2015

A dangerous method II



Dice un tipo que no me acuerdo como se llama, ni falta que hace, que el autobiógrafo es como el torero, es decir que sólo merecerá la pena lo que escribe si pone en riesgo su vida. Esto vendría a confirmar por contraposición las tesis del Dr. Johnson -de este sí que me acuerdo- para quien la autobiografía es un gran ejercicio de reflexión sobre uno mismo que puede reportar grandes beneficios personales, pero siempre a cambio de que uno sea absolutamente sincero, lo cual exige, primero, no tener la menor veleidad respecto de publicar lo escrito, segundo, tener algún amigo al tanto de lo que estás escribiendo para que, caso de que se te ocurra abandonar este mundo de repente, se apresure a cogerlo y quemarlo no vaya a caer en manos poco adecuadas. 

Dos concepciones, pues, que coinciden en lo esencial, la sinceridad, y difieren en el exhibicionismo del autor: fundamental para uno, indeseable para el otro. To be or not to be exhibicionista parecería ser la cuestión.

Partiendo del principio de que escribas lo que escribas siempre estás haciendo algo de autobiografía, es decir, dando a conocer algún que otro rincón de tu yo más íntimo, si ya te pones a la tarea con la intención de desvelarte ante ti mismo de principio a fin, reflexionando sin tapujos tanto sobre lo que fue divertido como lo que fue doloroso... entonces esa es, se me antoja, la tarea más titánica, y rentable, que puede acometer cualquier ser humano. Eso es exactamente lo que les comentaba ayer a propósito de "A dangerous method". Un método peligroso. Freud y Jung nos dan un montón de pistas para que cuando reflexionamos sobre nosotros mismos no nos vayamos por las ramas y apuntemos directos al meollo de cada cuestión. Hurgar en carne viva como quien dice, con todo lo que eso duele y, también, salpica. Reconocerse primero con todas las debilidades, incluso las más abyectas y, después, más difícil todavía, aceptarse tal y como te has descubierto. Y también las salpicaduras que van poblando de cadáveres las cunetas del camino que es la vida. 

En definitiva, no creo que haya viaje que se le pueda comparar en cuanto al bagaje con el que de él se regresa. Luego ya, está la actitud del torero que gusta de exhibir los cadáveres que fue dejando por las cunetas como si fuesen trofeos. O la del prudente a lo Dr. Johnson que se contenta con los hallazgos que le han servido para serenar su vida. Dos actitudes en cualquier caso de complicada calificación. Si bien la una es exhibicionista, también es valiente y generosa -los Diarios de Gide, por citar un sólo ejemplo-. La otra, sí, prudente, pero también pacata y egoísta -los cadáveres de las cunetas no se sienten ofendidos, pero, salvo el asesino, nadie aprende nada-. La verdad, todavía no sé a cuál de las dos opciones apuntarme.  

jueves, 29 de enero de 2015

A dangerous method



Ayer pasaron por ARTE "A dangerous method", una película que recrea la relación que mantuvieron Sigmund Freud y Carl Jung, sin duda dos de las mentes más preclaras y, sobre todo, revolucionarias de la modernidad. Por aquel entonces, a principios del XX, había un desfase insoportable entre el conocimiento que se tenía de las leyes que rigen el universo exterior y las de nuestro propio universo interior. La recomendación socrática  "conócete a ti mismo" llevaba siglos en panne, como dicen los franceses. Las consecuencias eran manifiestas en forma de histerias y demás trastornos de la conducta porque, a causa del meteórico desarrollo social, cada vez había más gente disponiendo de tiempo libre para dedicarse a fantasear con sus deseos inconfesables. 

Esto es lo que quiero, pero me tengo que aguantar porque si lo hago la sociedad me expulsará de su seno. Mejor volverse, o hacer que te vuelves, loco y así, aunque sea en el manicomio, algo tocas pelota. Pero cuáles eran esos deseos o pulsiones y por qué eran por entonces tan mal vistos. ¿Qué razones había? ¿Cuales podían ser las consecuencias sociales de su banalización? Una serie en cascada de cuestiones a las que los dos genios intentaron buscar respuestas utilizando todo el rigor que les proporcionaba una formación privilegiada. Y, por supuesto, enfrentando la enemiga de una sociedad que veía peligrar en ello las sagradas convicciones que la habían estabilizado durante siglos. 

Digamos que lo mismo que supuso para el conocimiento del universo exterior los descubrimientos de Galileo, Copérnico, Kepler y Newton, fue para el conocimiento de nuestro universo interior las atrevidas conjeturas que lanzaron al aire Freud y Jung. Porque no nos engañemos, la diferencia entre poder usar los números en el universo exterior y no poder hacerlo en el interior hace que lo que en uno pueden ser certezas en el otro sólo pueden ser conjeturas. Una diferencia brutal, por tanto, a la hora de intentar avanzar por uno u otro territorio. 

Y por esto que les digo es que podamos poner a la sonda Roseta en la superficie de un cometa que está a 4oo.ooo millones de kilómetros de distancia y que, además, se mueve a 400.000 kilómetros por hora y que sin embargo no podamos pasar de la sospecha cuando indagamos en los porqués de que la gente haga lo que hace que tantas y tantas veces no son más que tonterías que le perjudican. Pero, en fin, miremos por el lado bueno lo de avanzar a ciegas por nuestras galaxias interiores. Gracias a ello podemos decir digo donde dijimos Diego sin dejar de sentir en ambos casos el placer estético de la brillante conjetura. 

miércoles, 28 de enero de 2015

Tomatito



Cuando uno mira a su alrededor cree ver por todas partes riqueza y no sólo de la material. Sin embargo, para los articulistas del órgano de los puros de corazón, antiguo periódico independiente de la mañana, las cosas están que dan asco. He leído a un tal Santos Juliá que ve como se desmoronan todos los logros sociales conseguidos con mucho esfuerzo durante los años de democracia. Lo del esfuerzo siempre me hace partirme de risa y lo de los años de democracia, también. También leí a un tal Fernando Vallespín que se lamenta amargamente porque según su particular percepción la injusticia en el mundo no hace sino crecer. No comprende que se pueda permitir que los hijos de los ricos tengan más oportunidades en la vida que los hijos de los pobres. Sí, desde luego, es una pena, pero entre las mayores satisfacciones de la vida está la de poder dar a los hijos mayores oportunidades que las que los vecinos dan a ls suyos. Con los hijos, qué le vamos a hacer, llevamos la injusticia en el alma. No hace falta tenerlos para comprender eso a poco que dejes de leer por unos días el órgano de marras que les decía. 

Para mí, el concepto de riqueza cambió radicalmente el día que escuche una entrevista a Tomatito. Le preguntaron que qué haría si fuese rico. Yo ya soy rico, contestó, así que pregunte por lo que hago. El chaval vive en un chalé en Almería rodeado de los suyos y de vez en cuando se va por ahí a tocar la guitarra. Tanto lo uno como lo otro le gusta una barbaridad así que ¿cómo no se va a considerar rico? Y no sé, pero apostaría que, aparte de enseñarles a tocar la guitarra, manda a sus churumbeles al mejor colegio de la ciudad. Va en la sangre, y no sólo de los gitanos, querer lo mejor para los hijos. Que luego se acierte es otro cantar. 

Ricos como Tomatito yo los veo por todas las partes en este país. El otro día comía yo con mis hermanos en el restaurante Lara de la Corredera Baja de San Pablo y allí parecía que todos eran millonarios. Buena comida, bien servida, ambiente tranquilo y la agradable sensación de poder pagarlo sin nada poner en peligro. Cuando salimos a la calle, más millonarios por doquier. Demorándose al sol de enero departían con los amigos y engullían aperitivos. No parecía importarles que haya tanta gente por todas partes pasándolo fatal. Quizá sea que no leen el órgano global y no se enteran y así cualquiera. 

Pues sí, a mi me cuesta entender de donde sale tanta gente que quiere votar a Podéis. Quizá, caigo ahora, es que hay más gente de la que parece que no tiene hermanos para ir a comer al Lara ni amigos con los que tomar el aperitivo demorándose al sol de enero. Y luego, ya no te digo si suplen esa carencia leyendo el órgano global independiente de la mañana, así, no falla, encabronados y que todo se vaya a tomar pol saco. Desde luego que qué injusta es la vida con algunos. Es normal que quieran vengarse.

domingo, 25 de enero de 2015

Obras son amores

 
 
Ayer un joven me cedió su asiento en el metro. Es la primera vez que me pasa cosa semejante, pero no me sorprendió porque se me debía notar en la cara el cansancio que llevaba. Tampoco me pareció raro; a la siguiente parada otro joven cedió su asiento a una señora de mi edad más o menos. Me he percatado estos días de que semejante cortesía es cosa mucho más frecuente de lo que a primera vista pudiera parecer. Obras son amores y no las buenas razones.

El caso es que, por las diversas circunstancias de la vida me estoy viendo compelido estos días a ver las cadenas españolas de televisión . Y así, a vista de pájaro, me ha parecido percibir que hay en todas ellas un denominador común: el afán por exhibir superioridad moral. Por definición, se diría, el que tiene el privilegio de expresarse en esos medios, aunque acabe de salir de la cárcel, hará gala de sus virtudes no sólo teologales sino también cardinales y las de cualquier otro tipo que a ustedes se les puedan ocurrir. De puro buenos, inteligentes y guapos que se ven a si mismos, uno piensa que, sin duda, alguna sustancia mágica han debido de fumar antes de salir a los platós. O, a lo mejor, es simplemente debido a la intensidad lumínica que dicen hay en esos sitios. Un misterio en cualquier caso.

Tampoco es que uno no comprenda ciertos sencillos trucos de manipulación de conciencias atormentadas por el fracaso. A uno que le dicen Gran Wyoming, o cosa por el estilo, que no para de fustigar a los que les va bien en la vida precisamente porque son impuros y sobre todo culpables de mi mala situación en la vida. Si no fuese por esos, bien sure, el mundo sería mucho mejor y yo no sería un mierda... cagüen, viva el nihilismo que a todos nos iguala en el caos. No, no son esos tipos listos o, según como se mire, simplemente sinvergüenzas. Es la gente normal que accede por lo que sea las cámaras y no puede reprimirse de echar su sermoncito. Una concursante del "rosco", un suponer, que antes de empezar aprovecha la oportunidad que le da el simpático presentador para que abra su alma al respetable. ¡Y qué alma, Dios Mío! Diamante en bruto. Y, entonces, automáticamente, empiezas a sospechar que la sonriente concursante no va a dar una en el clavo porque una persona que ha tenido que gastar tanto tiempo para llegar a ser tan buena no le ha podido quedar casi nada para aprender algo de utilidad. Y, efectivamente, no da una en el clavo no por nada sino porque las matemáticas no engañan y physics work

Pero, ayer por la noche, ya, la repera. Un pájaro con el que al parecer compartí colegio, salesiano por más señas. Claro, yo fui a aquel colegio de mayor a purgar mis pecados mientras que él llevaba allí desde niño aprendiendo a no pecar. Y así ha salido que, un poco más, y Dios le tiene que ceder el puesto. De Revilluca hablo, el de Cantabria. Mientras el viva, vino a decir, nadie deberá sentirse responsable de sus propias equivocaciones porque para eso está él que tiene el don de transferir responsabilidades hacia las altas instancias que como todo el mundo sabe, y por la propia naturaleza de las cosas, no pueden ser nunca trigo limpio. El que él formase parte en su día de esas altas instancias e hiciese de las suyas como el que más, eso, pelillos a la mar, que para eso está el oportuno entrevistador de memoria selectiva que nunca permitirá que un recuerdo intempestivo le estropee un buen espectáculo... el de un ser anodino, mitad Paco Martínez Soria, mitad Pepe el del Banco, ejerciendo de entre bufón y espada vengadora. En fin, viéralo Charlie Rose y arrancárase los ojos.

Por lo demás, ya digo, volviendo al mundo real, lo que cuenta es que los jóvenes, cada vez más, ceden su asiento a los viejos. Ahí no hay prevención alguna a destiempo que pretenda ocultar malicias. Son simplemente obras que se ajustan a razón. Amores en definitiva. 

sábado, 24 de enero de 2015

La metáfora sardónica

 
"El camí cap a la independencia". Así reza el título de un artículo aparecido en el órgano oficial de la burguesía catalana. El camino hacia la independencia. ¿Quién no va a estar de acuerdo con eso después de ver la foto que ilustra el artículo. Procurar la máxima independencia posible para los discapacitados, que nunca será mucha, está entre las más loables tareas que podemos llevar a cabo como personas y como colectividad.

Ahora bien, ¿es mera casualidad ese título o pura mala idea? Porque después de la turra que nos han venido dando los últimos años La Vanguardia y compañía con lo de la independencia de Cataluña reconocerán conmigo que el articulito en cuestión tiene algo de metáfora sardónica. De mal gusto. Escatológico, vamos. Cataluña, pueblo discapacitado, hacia su independencia. Porque no puede ser, pienso, que los autores del informe no distingan entre la mucho más apropiada en este caso autosuficiencia y la imposible independencia. 

Ya digo, tiene que ser una metáfora sardónica. Es decir con esa intención desviada de quien tiene perdido el sentido.  “Ser independent vol dir poder prendre les decisions nosaltres mateixos, tenir recursos a l’abast i no dependre d’una família, una residència o estar sota tutela. Som adults”. ¡Fantastic!, como decía el borracho Richard Burton en "La Noche de la Iguana". Resulta que los discapacitados catalanes quieren para ellos respecto de su entorno lo mismo, con pelos y señales, que quieren los independentistas catalanes respecto de los españoles. Discapacitados e independentistas, en fin, una y la misma cosa. Al menos eso es lo que parece querernos dar a entender La Vanguardia. Se han debido caer del caballo en su camino hacia Itaca. 

viernes, 23 de enero de 2015

Numancia

 

Todavía conservo un vago recuerdo de los dibujos a plumilla que ilustraban la enciclopedia que se utilizaba en la escuela a la que asistí hasta los nueve años. Como aquellos eran los años que eran, que parecía que nunca se tenía suficiente patria, se hacía un uso inmoderado de todo lo que parecía pudiese servir para engrandecerla. Así, de entre aquellos dibujos, había no pocos exaltando las diversas supuestas gestas que a lo largo de la historia habían llevado a cabo los más preclaros hijos del solar patrio, desde Viriato a los defensores del Alcázar de Toledo, pasando naturalmente por la Resistencia Numantina. Numancia era, creo, un torso desnudo que emergía de entre las ruinas con el brazo en alto y blandiendo una lanza. Al final, nos contaban, prefirieron morir todos antes que convertirse en esclavos. Mentira.

La Resistencia Numantina, algo así como el junco que prefiere triscar antes que cimbrarse con el viento. La historia está llena de hechos similares que siempre se presentan como heroicos por más que la mayoría no fuesen otra cosa que cerrazón ante el progreso. Quizá aquellos caudillos íberos tuviesen algo que perder en Numancia pero, desde luego, para sus súbditos lo más probable es que todo hubiese sido ganar pasando a ser ciudadanos del Imperio. Claro que también hay que tener en cuenta la muy humana preferencia por lo malo conocido antes que lo bueno por conocer. En definitiva, el miedo al cambio que ya es terror si ese cambio supone menos pastoreo y más responsabilidad individual.

Sea como sea, hoy, al ver a Amparo Nosevá apoyada en el quicio de su ventana con la mirada no se sabe si desafiante o simplemente tozuda hacia las orugas que avanzan, me he acordado de Numancia y he sentido piedad. Todos esos movimientos de ciudadanos fracasados que han buscado el alivio a sus rabias y frustraciones encandilando a la pobre vieja para que les sirva de ariete en sus estériles luchas contra imaginarios gigantes... o padres castradores. Quedará Amparo magullada, bien sure, y se irán de rositas los instigadores, aunque, eso sí, con su frustración intacta a la busca de otros ámbitos propicios a la infección. 

El problema de Amparo es que se puso un día a vivir in the middle of nowhere y muchos años después los elefantes decidieron pasar por allí. Si no se aparta la arrollan. Bien, no ha sido de un día para otro, ha tenido 16 años para ir haciéndose a la idea. Todos los días hay gente que está en las mismas y se aparta sin hacer ruido para que la vida siga y el mundo avance en teoría hacia mejor... que estemos equivocados o no, ese es otro asunto, pero, en cualquier caso, mejor cimbrearse que quebrar por la mitad. No, como íbero no me siento orgulloso de Numancia, ejemplo donde les haya de lo que no hay que hacer. Porque las raíces, sí, puede que hasta cierto punto estén bien, pero donde estén las alas...  

miércoles, 21 de enero de 2015

Al alba

 
 
Mi amigo del alma Pedro A. sostiene con insistencia que Madrid es una ciudad cutre. El caso es que yo tengo en muy alta estima todas sus valoraciones y, ésta en concreto, me suele dejar siempre que se la escucho bastante descolocado porque yo, lo confieso, dentro de un orden, adoro Madrid. El otro día, en la tertulia mañanera de La Cañía volvió a repetirlo y yo le pregunté que en qué se basaba para semejante valoración. En fin, como no podía ser de otra manera, respuestas vagas. Y es que mi pregunta fue bien tonta porque sé de sobra que uno juzga la feria en función de cómo le fue en ella. O, más simplemente, el estado de ánimo que le acompañó los días que duró la visita. Lo de situación, luego opinión que dijo el sabio.

Anyway, madrugo y me acerco al Silma para el primer desayuno. El café con leche en vaso me parece el mejor del mundo. El ambiente tiene algo de somnoliento. De vez en cuando el camarero dispara breve y conciso a algún habitual que engulle su tostada silencioso. "Han soltado a Bárcenas". No hay reacción aparente, pero todo el mundo ha levantado la mirada y ha esbozado una sonrisa. Otra cosa bien distinta hubiese sido una alusión a Ronaldo. Ahí, toda la tela del mundo por cortar.

Todavía se ven estrellas por poniente cuando salgo del Silma. Por el lado de Moratalaz apuntan las primeras luces. Es la hora mágica. Se nota en el aire la energía acumulada tras el descanso nocturno. Las bocas del metro no dan abasto. El tráfico es inmisericorde. La calle bulle de gente secretamente esperanzada. Hoy puede ser un gran día.

La gran metrópolis, ¿cómo puede ser cutre? Agotadora en todo caso si la afrontas con mentalidad de visitante. Porque es evidente que ver dos cosas cada día, dos días seguidos, es como lo de los árboles que no dejan ver el bosque. Al menos ese es mi problema. Por así decirlo, hasta que no me he aburrido, y mucho, en un sitio concreto, no tengo ni idea de lo que ese sitio es... para mí. Lo siento, pero es mi intuitiva creencia en el poder demiúrgico del aburrimiento. Por eso me esfuerzo tan poco en combatirlo. Diría más, incluso coqueteo con él como si fuese el diablo que tienta a Fausto. 

En fin, Madrid, en provincias se piensa mucho en ti... y no siempre bien. Quizá porque no les dio tiempo a aburrirse cuando lo visitaron. 

martes, 20 de enero de 2015

Educación espartana



Un tipo que se llama José Antonio Marina escribe hoy un artículo en uno de esos periódicos al uso que titula: Por qué hay que enseñar valores éticos en la escuela. Lo primero que se me ha ocurrido al leer semejante obviedad es preguntarme si es que acaso hay algún sitio en donde no sea necesario enseñarlos. Llevamos años con la misma mandanga y hay que ver cómo les ha cundido el tiempo a todos los José Antonios que viven de ese cuento. Ahora, con motivo de las reacciones que han tenido algunos escolares en los colegios franceses a propósito del atentado de Charli Hebdo, se levantado todo un ejercito de iluminados que opinan por las diversas televisones y demás medios acerca de la necesidad de esa enseñanza. 

El caso es que nuestro José Antonio, como buen teórico de provincias, basa su argumentación con un bombardeo inmisericorde de nombres propios. Este dice tal, el otro dice cual, como en un intento de matizar lo que no es más que habas contadas: o estás todo el día machacando a la gente con la necesidad de tener en cuenta a el otro o automáticamente se olvidará de que existe y tratará de tirar por la vereda más fácil y rentable para él caiga quién caiga. 

Así que, para mí no hay otra, tiene que machacar todo quisque a todo quisque. En la familia donde más, por supuesto. Después, en la escuela, en absolutamente todas las actividades que allí se desarrollan sin que se precise una específica dedicada a tal efecto. No hablemos ya de la vida vecinal en la que se suele dar un concepto de la tolerancia rayano en la imbecilidad con tal de llevarse bien con todos a costa de soportar un incivismo asesino que instala al personal en la queja que no cesa. Por no hablar, claro está, de la pedagogía de las buenas costumbres que se supone es deber de todas y cada una de las personas que tienen algún tipo de autoridad sobre otras. Y, luego, la madre de todos los corderos éticos, la policía en el amplio sentido de la palabra; sin ella y su capacidad de sancionar el fiasco, apaga y vamos... y no por nada sino porque hasta la más santa y justa de todas las personas tiene sus momentos de flaqueza y sólo el miedo a las consecuencias de sus deslices les puede contener. 

Así que ya está bien de dar la tabarra. De la República de Platón para acá nadie ha dicho nada nuevo que merezca la pena a efectos educativos. Educación espartana y ¿qué más? La verdad, no se me ocurre nada. 

lunes, 19 de enero de 2015

Rumbo al norte



Ayer, a primera hora de la tarde me vi en la tesitura de tener que hacer tiempo por el centro de la ciudad. Como caían chuzos, en vez de pasear que es lo mío, opté por buscar un lugar donde poder acomodarme. Sentado, con un té, mirando ora por la ventana, ora al kindle, me las prometía felices el tiempo que me quedaba para la cita. Así fue que entré en el Suizo. No pude avanzar ni dos metros y eso que estaba medio vacío. Recordé al instante que tienen fama las paellas que hacen los domingos allí. No es que fuese nauseabundo, pero ese intenso olor de las comidas sazonadas con grasas saturadas justo después de haber comido, a mí, personalmente, me revuelve las tripas. Es algo que me viene de cuando de estudiante en Valladolid tenía que transitar por los pasillos del antiguo Hospital Clínico. Hubiesen tenido ustedes que soportar aquel olor a medio berza cocida, medio formol y hubiesen quedado marcados para los restos como yo lo estoy. Por no hablar de si se les hubiese ocurrido ir de paseo por las orillas del Tormes a la altura de Villamayor. Justo allí hay un chamizo en el que tratan los residuos grasos de las matanzas, que en Salamanca ni les digo las que se hacen, para convertirlos en la sustancia que da sabor y consistencia a las galletas que se fabrican en media España. Pues bien, si el día está sereno, no hay quién respire en dos kilómetros a la redonda. En fin, lo del Suizo no es para tanto, pero cuenta tenida de que debe de haber bogavantes por medio, no es aconsejable dejarse caer por allí a la hora de la sobremesa los domingos. 

Total que me decidí por el Fripsia que está allí al lado. Justo me había sentado y pedido cuando caí en la cuenta de que aquello era insoportable. Había sólo dos o tres mesas ocupadas pero el ingente despliegue de pantallas emitía fútbol a todo volumen y, para mayor regocijo de no sé quién, con el predominio de los graves. Me retumbaba el tórax como en un concierto de los Sex Pistols. Le pedí clemencia al camarero, pero fue en vano. Me dijo que a la gente le gustaba así. ¿A qué gente? Pues a la gente. Pues hasta más ver. Pagué y me fui. Bajo una lluvia casi torrencial crucé la plaza y entré en el Pombo. Allí el problema era un grupo de unos diez veinteañeros que departían en una esquina. Si Esténtor era capaz de meter el ruido de cincuenta, estos diez, si no de quinientos si por lo menos de cuatrocientos cincuenta. Bebí el te y salí zumbando rumbo a lo desconocido. 

En realidad nada de lo que sorprenderse, son nuestras más relumbrantes señas de identidad, pensaba cuando miraba por la ventana empañada del autobús. Somos un pueblo dionisiaco, o sea, que, como decía Erasmo, o bebes o te vas. También nos lo dejó claro Eurípides en sus Bacantes, pero no voy a entrar en detalles. En fin, da igual, porque ni es alegría todo lo que mete ruido ni está uno tan sólo en sus apreciaciones. Y lo digo porque andaba yo hace un rato aprovechando el lapsus entre chaparrón y chaparrón para estirar un poco las piernas cuando de pronto mi vista ha caído sobre un cartelito que había en un parterre del Parque del Dr. Mesones. Monumento a los que hablan en voz baja. Santander creativa, etc., etc., rezaba su leyenda. Un monumento minimalista, bien sure, como debieran ser todos los fabricados con dinero público. Ahora sólo falta que cumpla su función de pedagogía de valores. Con una sola persona que se fije en él cada día ya irá rodando la bola. Y saben lo que eso significa... cada vez más al Norte.   

domingo, 18 de enero de 2015

Puto aburrimiento



Ya tengo leído un 60% de "Soumission", la última novela de Houellebecq. La voy a acabar, pero, la verdad es que me está empezando a cansar. En realidad, en éste, como en casi todos los libros, lo interesante esta en el primer 10%. El resto es repetición y relleno más o menos afortunado. Quizá por haber caído en tal cuenta es por lo que cada vez leo menos y no digamos ya novela que es puro entretenimiento infantil, es decir, para mentes poco evolucionadas. 

Sin embago con Houellebecq tengo una relación extraña. Más o menos la misma que tuve en su día con Baroja. Y es que, bien pensado, vienen a ser el mismo personaje, Shopenhauer, evolucionado por los años. Baroja, el de la primera mitad del siglo XX y Houellebecq el de la primera mitad del XXI. El primero desentraña el pesimismo de los pocos señoritos de por entonces y el segundo el de las ingentes masas de aseñoritados de la actualidad. 

Han corrido turbulentos ríos de tinta a causa de Soumissión. Se debe al artificio, quizá oportunista, que usa el autor para exponer su tesis. El hecho de haber utilizado el fantasma del islam sin duda no es inocente, pero en absoluto constituye el meollo de la narración. El meollo, bien sure, es el puto aburrimiento. El puto aburrimiento de los señoritos, en concreto, y su desesperada carrera en busca de alivios. 

No por casualidad el protagonista es un profesor de universisdad especialista en Huysmans, un autor frances de finales del XIX, discípulo conspicuo de Shopenhauer y gran teorizador, precisamente, del puto aburrimiento. Este autor se hizo célebre, por lo visto, con una novela de titulo "A Rebours", A Contrapelo, en la que propone combatir ese mal insidioso haciendo exactamente lo contrario de lo que hace todo el mundo. Frente a la extenuante y estéril dispersión de la absoluta libertad, la dulce y rentable limitación del sometimiento al rito. Y para eso, el mejor, si no único camino, la conversión a cualquier fe.

Así, tras llegar a semejante conclusión, fue que Huysmans se convirtió al catolicismo y acabó sus días en un monasterio benedictino. Así, el protagonista de Soumissión se convierte al islam... bueno, me falta ver como lleva lo de la poligamia y, sobre todo, lo de la abstención alcohólica, por no hablar de lo de postrarse cinco veces al día mirando a La Meca. En fin, conociendo al personaje, la cosa promete. 

sábado, 17 de enero de 2015

Comportamiento impropio?



Tergiversando un poco una canción que por aquel entonces se solía cantar en las noches de borrachera, ahora podríamos berrear que "cuando las ganas de joder aprietan ni a los buzones de correos se respeta". Viene esto a cuento de la noticia que hoy aparece en todos los periódicos:


"Los efectos del alcohol hacen estragos de muchas maneras: física, mental y moralmente. Ese es quizá el caso provocado por la conducta de Paul Bennett, de 45 años, hace un año, cuando tras haber bebido en exceso comenzó a tener un comportamiento impropio al restregarse contra un buzón de correos con los pantalones bajados, con claras intenciones sexuales."

Como no podría ser de otra manera tan sorprendente innovación es de matriz inglesa. Manchesteriana en concreto. Bien es verdad que las autoridades inglesas con ese distanciamiento apolíneo que las caracteriza se han apresurado a sancionar al inventor obligándole a indemnizar a la víctima con 50 libras e inscribiéndole en un Registro de Delicuentes Sexuales. ¡Nonsense! ¿A quién ha hecho daño Paul Bennet con su innovadora actitud? Y 50 libras me parecen excesivas para reparar los estragos que, caso de haber tenido la aventura final feliz, se hubieran podido producir. 


Anyway, se dan cuenta del potencial económico del hallazgo. Y más ahora que nuestro país se va a ver precisado a rellenar el nicho de empleo que va a ser vaciado por la nueva ley en trámite en el Parlamento que pretende acabar con las prácticas animalistas. Lo ha dicho alto y claro un diputado catalán: España no puede seguir siendo un paraíso del turismo animalista. Si lo sabrá él siendo de donde es. Ya saben que en Barcelona toda actividad es bona si la bolsa sona.  

En resumidas cuentas, que los perros -ya me parecía a mí que tanto cariño tenía que ser por algo más serio que la simple compañía- en adelante van a poder estar más tranquilos. Y las cabras y ovejas también. Por contra, habrá que instalar buzones de correos en todas las esquinas de los pueblos de la costa para que las hordas low-cost puedan dar debido acomodo a sus pulsiones primordiales. Así es la vida, un continuo vaciarse y rellenarse los nichos de empleo. Siempre tratando, eso sí, que la sustitución conlleve un cierto compromiso con la sostenibilidad. Son los tiempos. 

viernes, 16 de enero de 2015

Pastafarismo



En el colegio de curas en el que me eduqué, por decir algo, teníamos los alumnos una propensión natural a teñir nuestro lenguaje de anticlericalismo humorístico. Así en el famoso refrán en el que pare la abuela nosotros hacíamos parir al obispo. Éramos pocos y parió el obispo, decíamos. Me he acordado de esto por lo que ayer me pareció una gran parida por parte del muy mediático Obispo de Roma que por la puerta asoma... a todas horas, bien sure.  

Yo, esto, la verdad, me lo estaba esperando, porque no conocí en la vida argentino -no me acusen de xenófobo, por favor- que no estuviese afectado de incontinencia verbal, lo cual, si bien en un principio, si hay cierta inteligencia, puede procurar simpatía, a la larga, inevitablemente, por la propia naturaleza de las leyes estadísticas, lleva a lamentables meteduras de pata que ponen al descubierto la desnudez, en este caso del Obispo. 

No es que el Obispo haya justificado la violencia de los yijadistas, Dios nos ampare, pero no le ha extrañado nada -no comparte, pero comprende, para que nos entendamos- porque la libertad de expresión tiene para él, y por tanto para todo el mundo mundial, un límite que son las creencias religiosas de la gente. No se pueden hacer chistes con eso porque se ofende en lo más hondo de su corazón, que no cerebro, a los creyentes. 

Uno no es que minusvalore el papel apaciguador de las pulsiones asesinas de la chusma que las creencias religiosas tienen. Pero, a la vez, tampoco puedo olvidar el monstruoso papel que ha jugado la gestión de esas creencias en los momentos más siniestros de la historia. Sin ir más lejos cuando yo era niño. Y por eso quizá sea, por lo que padecí su arbitrariedad, que me sea muy difícil evitar la conciencia crítica respecto de todo lo que huela a incienso. 

Comprendo que el Obispo de Roma está cogido en este caso entre dos fuegos. Por una parte, es evidente que la mayoría de los cristianos, no digo ya católicos, dejados llevar de su natural impulso lo más probable es que se pusiesen a matar moros, que bien que se lo están mereciendo con las barbarides que ejecutan unos pocos pero apoyan otros muchos. Por su parte los musulmanes están rabiosos de santa indignación, que es como decir poseídos de idiocia, porque los cristianos, de momento, contestan mayormente a sus matanzas caricaturizándoles. Difícil dilema para el Obispo, desde luego, así que no es de extrañar que haya buscado salirse por peteneras que, como todo el mundo sabe, son muy vistosas, pero también son augurio de mal fario. 

Vale, querido Obispo, no hagamos caricaturas, o no blasfememos como dice usted, pero entonces cómo quiere que aliviemos la tensión de nuestros espíritus, ¿poniendo la otra mejilla acaso? No, ni usted mismo se lo cree. Usted sabe perfectamente que la única alternativa posible al humor es el ojo por ojo y, eso, ¡vade retro!

Yo comprendo a la perfección la preocupación del señor Obispo porque, como es inteligente y culto, tiene que saber que nada como el agua del humor para apagar el fuego de las creencias. Porque el humor es el colmo de la racionalidad ya que hace aflorar desde las profundidades del inconsciente nuestro verdadero ser, operación sin la cual más pareceremos borregos que otra cosa. 

Concluyendo, Señor Obispo, que comprendo su salida, pero en absoluto la comparto. Porque tiene usted que comprender que, en este caso concreto objeto de sus declaraciones, no nos hemos estado riendo de un idiota sino de unos asesinos. Y eso es lo primero que hubiese debido tener en cuenta antes de abrir el pico... pero claro, siendo argentino...

jueves, 15 de enero de 2015

Nada en demasía



En realidad, ahora que caigo, todas las formas de la literatura no son otra cosa que pura teoría de los sentimientos. Dicho de otra manera es un vano intentar conocerse mejor a uno mismo, tanto el que la produce como el que la consume, para ver si así se suplen las carencias que impiden el pleno disfrute de la vida. Es el "Conócete a ti mismo" en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos. Claro que también  estaba allí el "nada en demasía" que a efectos prácticos parece mucho más rentable y sin embargo nadie parece dar un chavo por él. 

Una vez, cansado de tanto rodeo, pensé que sería mejor ir directamente al meollo y me puse a leer el libro de un autor mejicano al que le había escuchado una conferencia en el Centro Anthropos de Via Augusta. El libro se titulaba algo así como "teoría de los sentimientos" y no sé si era cosa notable o no, pero lo que sí recuerdo es que me tuvo más de un mes obsesionado con la matización o delimitación de los conceptos que se usan para denominar lo que se siente en cada momento. Los estados de ánimo si quieren. La verdad es que acababa de leer por entonces a María Zambrano y parecía como que tenía cogida carrerilla con esos temas. No olvido un viaje en autobús por aquellos días de Barcelona a Madrid en el que quiso el destino que el viajero a mi lado fuese argentino y, por ende, muy dado a la especulación psicológica. Así que el tipo no paró hasta que supo de qué iba mi libro y, una vez enterado, tuvimos ya tema hasta la llegada y mil horas más que hubiese durado el viaje. Porque es que hay que ver lo dan de si estos asuntos que no por importantes dejan de tener sus bordes extremadamente borrosos. 

Una idea de lo borrosos que son los sentimientos la da la manera diferente que cada idioma tiene para expresarlos. Pongamos que usted quiere excusarse con alguien por alguna molestia que le ha causado de forma involuntaria, o, quizá, solidarizarse con él por alguna desgracia que le acabe de sobrevenir. Un español le dirá lo siento, un inglés, I´m sorry, un francés, je suis désolé. Lo siento. ¿Qué es lo que sientes? Convendría matizarlo porque no creo que sentir para un español sea sinónimo de pena. De hecho, con más frecuencia de lo que se suele admitir, diría yo, lo que se siente por el mal ajeno es regocijo. Y no digo ya si el dañado es el jefe o cualquier otro por el que albergamos sentimientos negativos como la envidia, desprecio, animadversión, etc.. Por su parte, el I´m sorry, estoy apenado, es el típico producto de la precisión anglosajona. Lo estaré o no lo estaré, por las mismás razones que un español, pero mi lenguaje no dejará resquicios para el pleito. Lo del francés, por su parte, visto desde nuestra perspectiva es de coña. Desolado, algo así como tirado por los suelos de pura pena porque se ha chocado involuntariamente contigo al cruzar una puerta. A esa gente les va como de molde lo que le dijo en cierta ocasión el Dr. Johnson a su joven amigo James Boswell: acostumbrate querido James a no usar grandes palabras para cosas pequeñas. 

Como no les quiero cansar con ejemplos sólo añadiré uno que siempre me pareció enjundioso. La diferente manera de expresar el sentimiento amoroso de un español y un catalán. El uno dirá te quiero, el otro, t´estimo. Te quiero es tanto como decir te deseo, j´ai envie de toi, traducido al francés, que, no sé por qué, asimilan allí el deseo con la envidia. Por su lado, t´estimo, tiene su parte de aprecio, pero también de evaluación de ese aprecio. O sea, que es como si un catalán no amase porqué sí a secas sino por el precio que asigna a lo amado. Sin duda tiene algo de racional que le va muy bien a un asunto en el que, por lo general, se cometen tantas tonterías. 

En resumidas cuentas, que armar una guerra por las palabras ya es tener ganas de armarla. Muy otra cosa es armarla por los números. Ahí sí que es fácil ponerse de acuerdo. Porque los números son hechos y a lo hecho, pecho, que dice la sabiduría popular. Por eso conviene no engañarse, detrás de esa indignación asesina que muestran ciertas personas al escuchar ciertas palabras o ver ciertas viñetas no hay otra cosa que su incapacidad para cuadrar números. No les salen las cuentas y no pueden aceptar que es por su sola culpa. Porque por su sola culpa se atiborran de hijos que, luego, no hay forma de alimentar. Y entonces te dicen que les faltas al respeto porque se lo recuerdas. Faltar al respeto, ¿qué significa eso? ¿Qué te están poniendo frente al espejo de la realidad? Y no te gusta como te ves porque, claro, quién se va a ver guapo teniendo siete hijos por ahí comiéndose los mocos. ¡Faltar al respeto, lo que nos faltaba! Tío, no te bajes los pantalones al entrar en casa y déjate de rollos. 

martes, 13 de enero de 2015

Creencias



Hace días leí en algún sitio: "Poner en duda las creencias de una persona es como poner en duda su dignidad, su prestigio y su poder. Y cuando estas creencias se basan sólo en la fe, son crónicamente frágiles."  Inmediatamente me pareció algo sobre lo que merecía la pena pararse a reflexionar. Al fin y al cabo, las fragilidades crónicas, bien que de tipo orgánico, constituyeron buena parte de mis preocupaciones cuando ejercía como neumólogo. Por eso sé perfectamente lo que cuesta mantenerse tieso cuando uno es ultrasensible a la menor alteración ambiental del tipo que sea. 

El caso es que es innegable que para transitar por la vida con cierta seguridad necesitamos un buen taco de creencias para que den sustento a nuestras reacciones ante las situaciones mas cotidianas de la vida. Lo que es correcto o incorrecto, permisible o detestable, loable o denigrable, cada cual tiene su particular escala. Porque cualquiera comprenderá que no nos podemos parar a reflexionar cada vez que la vida nos exige una reacción más o menos inmediata. 

A partir de semejante premisa, lo que conviene preguntarse es cómo construye cada cual su paquete de creencias, su escala de valores, sus mecanismos de respuesta. Y qué papel juega en esa construcción ya sea la fe ya sea la razón... que no se crean que resulta fácil diferenciar tantas y tantas veces lo que es de Dios de lo que es del Cesar. 

Quizá la forma más fiable de verificar lo que de razón o fe tienen nuestras creencias sería atender al grado de conmoción interior que nos produce que alguien nos las contradiga. Nadie se ofenderá, por ejemplo, porque le digan que lo de que la suma del cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa es una chorrada. Simplemente, pensará que es un ignorante al que no merece la pena responder. Pero, ¡ay! si según a quién le dices que no crees en Dios, te pude costar la vida. Sin duda hay una relación inversamente proporcional entre la violencia de la reacción y la racionalidad de la creencia cuestionada. Cuando la fragilidad es crónica hay que ser radical en la protección so pena de desmoronamiento. Es como cuando tienes una bronquitis crónica que una simple corriente de aire o una cierta tensión emocional te arrastran irremisiblemente hacia la UVI. De ahí que sea tan importante dejar de fumar, no es por nada. 

Dejar de fumar o, en lo que ahora nos ocupa, de creer. Una cuestión fundamentalmente peliaguda. Porque cómo discierno yo en la mayoría de mis creencias lo que le deben a la fe y lo que le deben a la razón. Por ahí hay que empezar e ir expurgando aquellas en las que la matriz fe es ineluctable. De esta forma ya nos habremos sacado de encima una losa que nos hará parecer menos tontos de lo que parecíamos. Después, para seguir avanzando por el difícil camino del enriquecimiento interior nos debemos confrontar con aquellas creencias de dudosa procedencia. ¿Me puedo yo fiar, por ejemplo, de mi experiencia para construir una convicción? Según la dimensión de esa experiencia, supongo. Y aquí tenemos otra de las grandes contradicciones de la vida, que cuanto mayor es la experiencia que tienes de algo más escéptico te sueles mostrar respecto a la pretensión de abarcar ese algo. Así que lo recomendable, sostendría yo, sería aplicar por sistema el beneficio de la duda a todas las creencias de dudosa procedencia, con lo que, seguramente, no sólo dejaríamos de parecer tontos sino que hasta, alomejó, parecíamos algo listos.

Expurgar unas, dudar en las otras y sustentarse con firmeza en las que se basan en la ciencia. El problema es que eso, por razones obvias, nada une más que la ficción, suele condenar al ostracismo. ¿Pero quién dijo que el ostracismo sea aburrido?  

lunes, 12 de enero de 2015

Artillería ruin



Leo hoy una noticia tonta que me hace pensar. Pues bien, ahora resulta que toda aquella leyenda sobre la rapiña de la mujer de Franco en las joyerías de la nación no tiene el menor fundamento. La señora, sí, tenía pasión por las joyas, pero las pagaba a tocateja y si su marido, que por lo visto era bastante tacaño, decía que no, pues ajo y agua. Curioso. Con lo bien que encajaban esas historias en la maquinaria de denigración del sistema. ¿Quién se hubiese atrevido entonces a decir que eran mentira? Se contaban con tantos pelos y señales que se diría que media España estaba en las joyerías en cuestión contemplando el esquilme. En fin, la maledicencia, el infundio, la difamación, la mentira en definitiva, al servicio de la causa. Quizá por ello le fue tan mal a la causa, por servirse de tan ruin artillería. 

La causa. Siempre parece haber una causa por la que se justifican las mentiras. Así, volviendo al tema tristemente de moda estos días, tengo entendido que en el libro sagrado de los musulmanes hay una sura, que así llaman a los versículos, en la que se insta a mentir a los infieles si así se puede sacar algo de ellos. La mentira, pues, como arma, y por eso quizá es que su causa, en contra de lo que parece a primera vista, esté tan pachucha. Porque convendrán conmigo que el mundo musulmán en general, quitando los palacios de los jeques y cuatro cosas más ligadas siempre a la acaparación de unos pocos, es un verdadero asco. Todo el día olfateándose el ojete unos a otros. No me extraña que no necesiten perros.  

Es que, además, como es bien sabido, antes se coge a un mentiroso que a un cojo. También, ayer, para no ser menos que París y seguir cogiendo como los franceses el rábano por las hojas, hubo manifestación en Madrid. Y los moros, ¡cómo no con la que se juegan!, acudieron. Y lo hicieron con una pancarta que deja pocas dudas sobre su talante zapateril, es decir, sandio: Ni yijad ni cruzadas. ¿Cruzadas? A qué se refieren señores. Ah, sí, claro, la equidistancia. Si no sabremos nosotros de eso con todo lo que la hemos padecido estos últimos años a causa de la madre de todas las causas, la nacionalista... tampoco a estos les sirvió de mucho la mentira... aunque siguen insistiendo. El cretino catalán dijo ayer en París que estaba allí por defender la libertad de expresión y de hacer política. ¡Joer, es que no da puntada sin hilo, el tipo ese! Tan oprimido como le tenemos. 

La mentira, la langue de bios, toda esa ingenuidad que no hace sino prolongar los sufrimientos. Afortunadamente nos quedan los americanos. Tendrían que haber escuchado anoche las televisiones europeas en general y las americanas en particular para ver en donde reside la diferencia entre una sociedad infantilizada y otra adulta. Si fuese por los tertulianos de la CNBC ya se habría hecho lo que a todas luces hay que hacer a toda prisa: cambiar a los responsables de la seguridad francesa y dejar ya de una vez la mandanga esa de no hacer las amalgamas. Los yijadistas asesinos, efectivamente, aprendieron ese oficio en las mezquitas de París, y las autoridades francesas estaban por activa y pasiva informadas de que andaban sueltos a la espera de la orden de actuar que les tenía que venir de otra mezquita. Así que, no digo ya juzgarles por dejación de funciones con grave perjuicio público, pero sí darles una patada en el culo que les haga pasarse el resto de su vida cagando por la boca como diría Harry el Sucio. 

domingo, 11 de enero de 2015

Cuidado con las muletas.



Uno no sabe qué pensar de este muchacho. Pedro Sánchez, me refiero. Ayer, o anteayer, dijo con toda la vehemencia inherente a la falta de pruebas verificables, que el Sr. Rajoy vulnera la Constitución un día sí y al otro también. Hombre, así, a primera vista, parece una acusación bastante seria. Y ese es el problema, que una acusación en apariencia tan grave de persona tan principal, a la hora de la verdad, se diría, no tiene mayor trascendencia que los gritos de un hooligan en un partido de fútbol. El principal y el bufón se han hecho indistinguibles a efectos de lenguaje. Nos hemos acostumbrado a esto y uno se pregunta si ello será bueno, perjudicial, o ni lo uno ni lo otro, para la salud moral, o incluso mental, de la nación. 

Desde niños hemos venido escuchando que las palabras se las lleva el viento. Bien, en cierta medida es verdad, como también lo es que en ocasiones matan. Por eso, lo de la libertad de expresión, tan en boga en estos días por razones de todos conocidas, merecería, más que un sacar pecho enfisematoso en su defensa, una reflexión por parte de todos los capacitados para reflexionar que, juraría, no son tantos. 

La libertad de expresión como derecho fundamental. Bien, de acuerdo, ¿pero entra el insulto dentro de ese derecho? ¿Y la insidia? Por no hablar de la difamación. Y la befa y el escarnio. Y luego, ¿cómo se toma según quién los dardos que se le arrojan? Porque esa es otra. Pasa de ello, contesta con la misma moneda, recurre a las instancias judiciales o, sencillamente, se toma la justicia por su mano. Se venga, por así decirlo. 

Anoche había un curioso debate en la BBC. Como todos los fines de semana el moderador se rodea de cuatro periodistas de procedencia varia  para comentar los últimos acontecimientos. Ayer había dos, digamos que occidentales, uno indio y una señora argelina, a pelo descubierto, todo hay que decirlo. Pues bien, como al final todo aquello quedó en un debate sobre los límites de la libertad de expresión, pudimos ver la dolorosa soledad de la argelina que, si por un lado condenaba sin aparentes paliativos a los asesinos, por el otro, de alguna manera, les atenuaba el delito al denunciar la extralimitación expresiva de los asesinados que, para ella, el que fuesen bufones ni añadía ni quitaba peso a su argumento. 

Desgraciadamente la inmensa mayoría de los mortales, aparte de no distinguir entre bufones y principales, están discapacitados para entender la diferencia que existe entre una creencia, religión, y un hecho demostrado, ciencia. Es más, a muchos, si diesen en comprender esa diferencia se les vendría el mundo abajo. Sería como la constatación de que se han estado comportando como unos perfectos imbéciles. De ahí, seguramente, del miedo a llegar a esa constatación, las reacciones por lo general violentas de los creyentes cuando se les coloca frente al espejo de la realidad. Se sienten vejados. 

Así que distingamos. Dejemos para los principales la corrección política. Y que los bufones hagan su fundamental trabajo. Sin ponerles límites de ningún tipo, bien sure, porque si lo hiciésemos su trabajo perdería automáticamente el carácter de fundamental. Bien es verdad que al bufón de vez en cuando el principal le mide las costillas con su bastón. Pero eso es otra cosa bien diferente a que venga cualquier mindundi a acallarle. Ahora bien, defender nuestra postura no quiere decir que vayamos a perder de vista el mundo en el que vivimos. Porque para muchos mortales la religión es la muleta que les permite caminar erguidos. Si te mofas de la religión, tan fácilmente mofable por otro lado, para ellos es como si a un cojo le pegas patadas en la muleta que le sustenta. Para ellos no tiene la menor gracia como tampoco la tienen las películas de Buñuel. Así que, ojo al parche, porque los que caminan con muletas no suelen estar para bromas. Por eso es tan conveniente tener bien protegido al bufón.  

sábado, 10 de enero de 2015

Guantanamera



Una de las cosas más chuscas, o ridículas, que le puede pasar a cualquiera en este mundo es la de ir por ahí con pretensiones de superioridad sobre sus congéneres. Desde luego que esto es algo de lo que ninguno está libre, empezando, por supuesto, por mí que seguramente lo hago a calderadas. Ejemplos de está estúpida actitud, tanto individual como colectivamente, los hay para dar y tomar, así como, también, de las nefastas consecuencias que de ello se han derivado y derivan. Para mí que tal actitud es algo inherente a la condición humana y muy difícil de soslayar cuando se conjugan las circunstancias de una inteligencia normalita con un sentimiento inconsciente de decadencia. Es como si fuese un mecanismo de compensación: como ese pecho que saca el enfisematoso... perdón por la deformación profesional.

Como saben, soy adicto, entre otras, a las cadenas de televisión francesa. Y estos días, como no podría ser menos, están que se salen. Y hay un amplio abanico de opiniones, desde el honrado y principal que prefiere sostenella y no enmendalla hasta el traidorcillo que suscita interrogantes de lo más molestos. Desde el "este es el precio que hay que pagar por nuestro elevado concepto de la libertad, más elevado que el de cualquiera, bien sur" hasta el "más que indicios de que algo no se ha hecho bien". 

Porque la cruda realidad es que tanto los servicios secretos americanos como lo argelinos habían puesto reiteradamente sobre aviso a sus colegas franceses de que esos dos yijadistas que andaban sueltos por suelo francés no eran de fiar. Es más, uno de ellos acababa de cumplir menos de un año de prisión para una condena de cinco años. Pero, ya digo, americanos y argelinos les van a decir a los franceses... ¡hasta ahí podríamos llegar! 

Si pusiésemos una encima de otra las horas que han dedicado los medios franceses a condenar sin el menor paliativo lo de Guantánamo, yo qué sé a donde podría llegar la altura de semejante monumento a la estulticia. Tan seguros de sus razones, por Dios. La dichosa superioridad moral que, cómo no, es la natural consecuencia de una superioridad a todos los niveles, pero sobre todo el intelectual. ¡Ellos han inventado todo lo bueno! Incluso, estoy cansado de oírlo, lo de Silicon Valey no sería posible sin los ingenieros franceses, los mejores del mundo, a dónde vamos a parar. La verdad, muchas veces cuando les escucho no puedo dejar de pensar si en el fondo los franceses no serán sino catalanes camuflados.

Porque el caso es que, guste o no, hay una guerra en la que todos los días hay un montón de muertos. Afortunadamente, hasta ahora, la inmensa mayoría los pone el enemigo. Pero eso no quiere decir que siempre vaya a ser así ni mucho menos que haya que confiarse. Y por tal es que no sea preciso haber leído a Sun Tzu o Carl von Clausewitz para saber que lo primero que hay que hacer cuando uno está en guerra es abrir un Guantánamo en donde sea para poner a buen recaudo, y de paso sacarles toda la información posible, a todos los sospechosos de enemistad. Porque si es que alguna situación hace bueno ese refrán que dice que más vale "un por si a caso" que "dos pensé qué", esa es la de la guerra. Pero claro, ya se sabe que la superioridad, sobre todo la moral, ciega. Y ciego ya, batacazo seguro. 

En fin, sólo nos queda esperar que la sangre sirva para que la letra entre. 

viernes, 9 de enero de 2015

Divagaciones



De tanto leer y escuchar estos días sobre la losa musulmana me he enterado de cosas que me están dando en qué pensar. Por ejemplo, que entre las cosas que te pueden llevar a la cárcel en Arabia Saudí está el tener perros en casa. ¿Curioso, no? Y no es que ahora vaya yo a coger, agarrar y pedir el ingreso en la cofradía islámica por semejante prueba, a mi muy particular gusto, de exquisitez estética y moral. Y ésta es una, pero supongo que habrá muchas otras cuando tanto atractivo tiene para tanta gente y tantas aportaciones notables hicieron en su día al mundo los adeptos de esa religión. 

Bien es verdad que en estos tiempos que corren el islám se ha convertido en una pesadilla para el mundo y, sobre todo, para las clases medianamente ilustradas de los países que adaptan sus leyes a los preceptos coránicos. Algo, por cierto, muy parecido a lo que en otras épocas históricas ha pasado con cualquiera de las otras religiones. Hay que tener en cuenta lo útil que le puede resultar al poder en curso arrogarse  la representación de Dios en la Tierra para así hacer de su capa un sayo sin tener que dar cuentas a nadie. 

Pero las tornas cambian. Si en la Edad Media el mundo cristiano andaba a garrotazos el musulmán era un prodigio de tolerancia y amor por el saber. Córdoba, Bagdad, Damasco eran los emporios del conocimiento. Salvaron el legado del mundo clásico. Importaron los números decimales de la India. Desarrollaron el álgebra. Luego, bien entrado ya el segundo milenio, los cristianos empezaron a levantar cabeza, pero conviene recordar las dificultades con las que lo hacían. Por menos de nada venían los ayatolas y te quemaban por decir como funciona el corazón o circulan los planetas. Unos suben, otros bajan y otros, a la chita callando, van extendiendo sus raíces. Sólo una cosa es segura, que lo que cuentan las leyendas sobre una supuesta convivencia armónica entre las diferentes religiones monoteístas es, eso, leyendas para crédulos románticos. La realidad es bien otra, que siempre han andado a la greña por aquello de ser muy difícil, por no decir imposible, diferenciarlas del poder político. Poder que como todo el mundo sabe siempre trata de afianzarse por medio del dominio de sus rivales. 

Y así estamos ahora, con el mundo musulmán levantando de nuevo la cabeza y, por tanto, enseñando los dientes para sacudirse la humillación acumulada durante el largo periodo de dominación cristina. Los cristianos, por contra, parecen tener bastante con adorar a sus mascotas y dorarse al sol de las cálidas playas tropicales. La decadencia es manifiesta. No hay que ver más que la insistencia con la que estos días aciagos las autoridades francesas apelan a aquella mítica convivencia armónica de marras. La únidad de todos los franceses alrededor de las leyes republicanas... que son laicas, dicen, y por tanto no hacen de menos a nadie.

¡Y un jamón con tres chorreras!, piensan los musulmanes. Las leyes republicanas emanan de la cultura judeocristiana que nada que ver con la nuestra. Así que, bien, haremos como que hacemos caso, pero nuestro objetivo lo tenemos claro: leyes coránicas para todos. La guerra continua y cada vez con mayor equilibrio de fuerzas por razones obvias: con los perros es imposible reproducirse. 

Da pena, la verdad, ver las chorradas que están haciendo estos días los franceses. Se cogen de la manita, hacen dibujitos... como los párvulos en la guardería. En su estulticia, o decadencia, están tan convencidos de su superioridad que no hacen nada de lo que hay que hacer para defenderse, o sea, sacar el garrote a pasear y no tener miedo a los inevitables efectos colaterales que siempre serán menores que las consecuencias de la inacción. El buenismo cristiano, en definitiva, que no es otra cosa que el delirio de la superioridad moral. Amor infinito como la expresión más depurada del nihilismo letal... ¡ay, aquellas nefastas gracietas de los revolucionarios sesentayocheros! ¿Qué haréis si los rusos os imponen su sistema?, nos inquirían nuestros experimentados mayores. Aprender ruso, contestábamos. Claro, si ya sabíamos por Lenin que ¿libertad para qué? Para nada, por supuesto. 

En resumidas cuentas, que son muy pocos en este mundo los que pueden vivir sin Dios, es decir, huérfanos de una teoría salvadora. Exige demasiado esfuerzo. Más cómodo envainársela y someterse. Y esto no va a cambiar nunca, pienso. Así que, allá cada cual.  

jueves, 8 de enero de 2015

Wolinski




Llego a casa fatigado después de un día glorioso a la campagne, me repanchingo y enciendo la tele. Allí está la noticia del día, omnipresente, como todo lo monstruoso. Unos islamistas han entrado en la sede de la revista Charli Hebdo y han matado a doce personas, entre ellas al director de la publicación y cuatro de sus más notables dibujantes, Wolinsky el Falócrata incluido. 

Como siempre pasa en semejantes ocasiones las autoridades aparecen por todas partes llamando a la unidad. No sea que los odios se desborden y la gente se ponga a tomar la justicia por su mano. Ne faisons plus de l´amalgame, repiten como autómatas las mentes apaciguadoras. No mezclemos unas cosas con otras. No creemos confusión. Si no sabremos nosotros, los sufridos españoles, de estás estrategias después de aguantar treinta años la mierda vasca. Una cosa son los radicales islamistas y otra los musulmanes. Una cosa son los vascos y otra los de ETA. Ne faisons plus de l´amalgame.

Pues bien, ahora resulta que nos vamos a caer de un guindo. Porque es que, si bien es verdad que son cuatro piraos los capaces de apretar el gatillo, lo de cargar las armas es cosa de la multitud de indeseables que piensan que la acción de los piraos les va a beneficiar de alguna manera. Yo no me meto, pero disfruto a dos carrillos de los beneficios fiscales concedidos con tal de conseguir apaciguamiento. Y sí, al final los de ETA dejaron de matar, pero siempre nos quedará la duda de si no lo hubiesen dejado mucho antes si la sociedad vasca en general hubiese recibido otro tipo de apaciguamiento, tal que la misma medicina que nos estaban haciendo tragar al resto de los españoles. Bueno, y seguimos tragando lo que ellos no tragan por tal de que no vuelvan a las andadas. No me convence, la verdad. 

Con la morangada tres cuartos de lo mismo. Como si no supiésemos que lo que se predica en las mezquitas es mayormente odio al infiel. El infiel, sinónimo de individuo libre, la más terrible de todas las condiciones humanas. El individuo libre, condenado a vivir sin referencias fijas: las va construyendo y cambiando a medida que avanza por el camino de la vida. Es muy duro eso. Condena a la soledad y la melancolía. Y de rebote, el sueño de la vuelta al útero materno. Hay que ser valiente para resistirse a eso. 

La morangada, como la cristianada o la judiada, no quieren abandonar el útero, las dichosas referencias que construyen sus vidas como si fuesen productos manufacturados. Cada día, cada hora, cada minuto tiene marcado su afán por la tradición. Es la pura sumisión que todo lo resuelve. Bien que lo ha visto el depresivo Houellebecq para escándalo de todos los incapaces de reconocerse en su propio sometimiento, la dichosa progresía que Dios confunda. 

En fin, no sé, cuando leí "The God Delusion" de Richard Dawkins suscribí de la primera a la última palabra. Dios, que duda cabe, es un espejismo, pero... no nos engañemos la esperanza que suscitan los espejismos es lo que hace llevadera la travesía del desierto que es la vida de la inmensa mayoría que detesta luchar... los pacifistas, animalistas y demás caramelistas que sueñan la vie en rose.

En resumidas cuentas, que uno trata de apaciguar su espíritu por medio de sesudas lucubraciones cada vez que el fanatismo deviene en tragedia. Y algo se consigue, por más que la lucidez no nos deje abandonar la idea de que detrás de una vendrá otra y otra porque es la consecuencia natural de estar el mundo mayormente poblado por cobardes.  

miércoles, 7 de enero de 2015

Soumission



Hoy es el gran día. Se pone a la venta Soumission de Michel Houellebecq. A las nueve y cuarto ya le tenía en mi Kindle. No lo puedo remediar, soy un fan suyo desde que leí su "Ampliación del campo de batalla". Porque, precisamente, esa y no otra es la función de un creador, escoja la herramienta que escoja, ampliar el campo de batalla, es decir, dar nuevas alas al lenguaje para que se introduzca en los vericuetos de los temas que son tabú. De ahí, de esa enorme dificultad, que sean tan pocos los verdaderos creadores, los que el filtro del tiempo no sólo deja incólumes sino que incluso les aumenta el brillo. 

Confieso que es muy atrevido por mi parte suplantar el papel del tiempo y lanzarme sin paracaídas a santificar en vida a Houellebecq. Pero algún riesgo hay que tomar en esta vida y el de escoger muletas para adentrarse en esos temas tabús que les decía es, quizá, de los pocos que merecen la pena. No por nada sino porque, supuestamente, es de esos temas inatendidos de donde brota la ansiedad, la inquietud, los miedos y demás manifestaciones del malestar que hace la vida personal y colectiva un puro caminar con el culo prieto.

Bueno, las espectativas ante la nueva obra no sólo son mías. Hace días que se viene hablando de ello con profusión. Y anoche, vísperas del alumbramiento, pude ver la entrevista que le hacía Pujadas en el telediario de France 2. Sólo oírle hablar ya te pone. Como sin ganas, apenas audible, entre dientes, con la mirada perdida, atusándose de vez en cuando su mugrienta cabellera rala, suelta dardos con la misma precisión que las mismísima Diana. 

Efectivamente, ni creo que Marine le Pen necesite valedores para ganar adeptos. Ni tampoco que el islám vaya a parar de crecer en adeptos... por la propia naturaleza de las cosas. En un mundo tan aburrido, si alguien viene y te organiza la vida, cinco veces al día a la mezquita para rezar y cinco mujeres para pasar las noches... ¡ya te digo! Y las mujeres entre polvo y polvo a jugar a la cocina. A ver quién se resiste a eso. 

En fin, ya me relamo.