jueves, 29 de enero de 2015

A dangerous method



Ayer pasaron por ARTE "A dangerous method", una película que recrea la relación que mantuvieron Sigmund Freud y Carl Jung, sin duda dos de las mentes más preclaras y, sobre todo, revolucionarias de la modernidad. Por aquel entonces, a principios del XX, había un desfase insoportable entre el conocimiento que se tenía de las leyes que rigen el universo exterior y las de nuestro propio universo interior. La recomendación socrática  "conócete a ti mismo" llevaba siglos en panne, como dicen los franceses. Las consecuencias eran manifiestas en forma de histerias y demás trastornos de la conducta porque, a causa del meteórico desarrollo social, cada vez había más gente disponiendo de tiempo libre para dedicarse a fantasear con sus deseos inconfesables. 

Esto es lo que quiero, pero me tengo que aguantar porque si lo hago la sociedad me expulsará de su seno. Mejor volverse, o hacer que te vuelves, loco y así, aunque sea en el manicomio, algo tocas pelota. Pero cuáles eran esos deseos o pulsiones y por qué eran por entonces tan mal vistos. ¿Qué razones había? ¿Cuales podían ser las consecuencias sociales de su banalización? Una serie en cascada de cuestiones a las que los dos genios intentaron buscar respuestas utilizando todo el rigor que les proporcionaba una formación privilegiada. Y, por supuesto, enfrentando la enemiga de una sociedad que veía peligrar en ello las sagradas convicciones que la habían estabilizado durante siglos. 

Digamos que lo mismo que supuso para el conocimiento del universo exterior los descubrimientos de Galileo, Copérnico, Kepler y Newton, fue para el conocimiento de nuestro universo interior las atrevidas conjeturas que lanzaron al aire Freud y Jung. Porque no nos engañemos, la diferencia entre poder usar los números en el universo exterior y no poder hacerlo en el interior hace que lo que en uno pueden ser certezas en el otro sólo pueden ser conjeturas. Una diferencia brutal, por tanto, a la hora de intentar avanzar por uno u otro territorio. 

Y por esto que les digo es que podamos poner a la sonda Roseta en la superficie de un cometa que está a 4oo.ooo millones de kilómetros de distancia y que, además, se mueve a 400.000 kilómetros por hora y que sin embargo no podamos pasar de la sospecha cuando indagamos en los porqués de que la gente haga lo que hace que tantas y tantas veces no son más que tonterías que le perjudican. Pero, en fin, miremos por el lado bueno lo de avanzar a ciegas por nuestras galaxias interiores. Gracias a ello podemos decir digo donde dijimos Diego sin dejar de sentir en ambos casos el placer estético de la brillante conjetura. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario