Sin embago con Houellebecq tengo una relación extraña. Más o menos la misma que tuve en su día con Baroja. Y es que, bien pensado, vienen a ser el mismo personaje, Shopenhauer, evolucionado por los años. Baroja, el de la primera mitad del siglo XX y Houellebecq el de la primera mitad del XXI. El primero desentraña el pesimismo de los pocos señoritos de por entonces y el segundo el de las ingentes masas de aseñoritados de la actualidad.
Han corrido turbulentos ríos de tinta a causa de Soumissión. Se debe al artificio, quizá oportunista, que usa el autor para exponer su tesis. El hecho de haber utilizado el fantasma del islam sin duda no es inocente, pero en absoluto constituye el meollo de la narración. El meollo, bien sure, es el puto aburrimiento. El puto aburrimiento de los señoritos, en concreto, y su desesperada carrera en busca de alivios.
No por casualidad el protagonista es un profesor de universisdad especialista en Huysmans, un autor frances de finales del XIX, discípulo conspicuo de Shopenhauer y gran teorizador, precisamente, del puto aburrimiento. Este autor se hizo célebre, por lo visto, con una novela de titulo "A Rebours", A Contrapelo, en la que propone combatir ese mal insidioso haciendo exactamente lo contrario de lo que hace todo el mundo. Frente a la extenuante y estéril dispersión de la absoluta libertad, la dulce y rentable limitación del sometimiento al rito. Y para eso, el mejor, si no único camino, la conversión a cualquier fe.
Así, tras llegar a semejante conclusión, fue que Huysmans se convirtió al catolicismo y acabó sus días en un monasterio benedictino. Así, el protagonista de Soumissión se convierte al islam... bueno, me falta ver como lleva lo de la poligamia y, sobre todo, lo de la abstención alcohólica, por no hablar de lo de postrarse cinco veces al día mirando a La Meca. En fin, conociendo al personaje, la cosa promete.
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