sábado, 31 de enero de 2015

A dangerous method II



Dice un tipo que no me acuerdo como se llama, ni falta que hace, que el autobiógrafo es como el torero, es decir que sólo merecerá la pena lo que escribe si pone en riesgo su vida. Esto vendría a confirmar por contraposición las tesis del Dr. Johnson -de este sí que me acuerdo- para quien la autobiografía es un gran ejercicio de reflexión sobre uno mismo que puede reportar grandes beneficios personales, pero siempre a cambio de que uno sea absolutamente sincero, lo cual exige, primero, no tener la menor veleidad respecto de publicar lo escrito, segundo, tener algún amigo al tanto de lo que estás escribiendo para que, caso de que se te ocurra abandonar este mundo de repente, se apresure a cogerlo y quemarlo no vaya a caer en manos poco adecuadas. 

Dos concepciones, pues, que coinciden en lo esencial, la sinceridad, y difieren en el exhibicionismo del autor: fundamental para uno, indeseable para el otro. To be or not to be exhibicionista parecería ser la cuestión.

Partiendo del principio de que escribas lo que escribas siempre estás haciendo algo de autobiografía, es decir, dando a conocer algún que otro rincón de tu yo más íntimo, si ya te pones a la tarea con la intención de desvelarte ante ti mismo de principio a fin, reflexionando sin tapujos tanto sobre lo que fue divertido como lo que fue doloroso... entonces esa es, se me antoja, la tarea más titánica, y rentable, que puede acometer cualquier ser humano. Eso es exactamente lo que les comentaba ayer a propósito de "A dangerous method". Un método peligroso. Freud y Jung nos dan un montón de pistas para que cuando reflexionamos sobre nosotros mismos no nos vayamos por las ramas y apuntemos directos al meollo de cada cuestión. Hurgar en carne viva como quien dice, con todo lo que eso duele y, también, salpica. Reconocerse primero con todas las debilidades, incluso las más abyectas y, después, más difícil todavía, aceptarse tal y como te has descubierto. Y también las salpicaduras que van poblando de cadáveres las cunetas del camino que es la vida. 

En definitiva, no creo que haya viaje que se le pueda comparar en cuanto al bagaje con el que de él se regresa. Luego ya, está la actitud del torero que gusta de exhibir los cadáveres que fue dejando por las cunetas como si fuesen trofeos. O la del prudente a lo Dr. Johnson que se contenta con los hallazgos que le han servido para serenar su vida. Dos actitudes en cualquier caso de complicada calificación. Si bien la una es exhibicionista, también es valiente y generosa -los Diarios de Gide, por citar un sólo ejemplo-. La otra, sí, prudente, pero también pacata y egoísta -los cadáveres de las cunetas no se sienten ofendidos, pero, salvo el asesino, nadie aprende nada-. La verdad, todavía no sé a cuál de las dos opciones apuntarme.  

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