De tanto leer y escuchar estos días sobre la losa musulmana me he enterado de cosas que me están dando en qué pensar. Por ejemplo, que entre las cosas que te pueden llevar a la cárcel en Arabia Saudí está el tener perros en casa. ¿Curioso, no? Y no es que ahora vaya yo a coger, agarrar y pedir el ingreso en la cofradía islámica por semejante prueba, a mi muy particular gusto, de exquisitez estética y moral. Y ésta es una, pero supongo que habrá muchas otras cuando tanto atractivo tiene para tanta gente y tantas aportaciones notables hicieron en su día al mundo los adeptos de esa religión.
Bien es verdad que en estos tiempos que corren el islám se ha convertido en una pesadilla para el mundo y, sobre todo, para las clases medianamente ilustradas de los países que adaptan sus leyes a los preceptos coránicos. Algo, por cierto, muy parecido a lo que en otras épocas históricas ha pasado con cualquiera de las otras religiones. Hay que tener en cuenta lo útil que le puede resultar al poder en curso arrogarse la representación de Dios en la Tierra para así hacer de su capa un sayo sin tener que dar cuentas a nadie.
Pero las tornas cambian. Si en la Edad Media el mundo cristiano andaba a garrotazos el musulmán era un prodigio de tolerancia y amor por el saber. Córdoba, Bagdad, Damasco eran los emporios del conocimiento. Salvaron el legado del mundo clásico. Importaron los números decimales de la India. Desarrollaron el álgebra. Luego, bien entrado ya el segundo milenio, los cristianos empezaron a levantar cabeza, pero conviene recordar las dificultades con las que lo hacían. Por menos de nada venían los ayatolas y te quemaban por decir como funciona el corazón o circulan los planetas. Unos suben, otros bajan y otros, a la chita callando, van extendiendo sus raíces. Sólo una cosa es segura, que lo que cuentan las leyendas sobre una supuesta convivencia armónica entre las diferentes religiones monoteístas es, eso, leyendas para crédulos románticos. La realidad es bien otra, que siempre han andado a la greña por aquello de ser muy difícil, por no decir imposible, diferenciarlas del poder político. Poder que como todo el mundo sabe siempre trata de afianzarse por medio del dominio de sus rivales.
Y así estamos ahora, con el mundo musulmán levantando de nuevo la cabeza y, por tanto, enseñando los dientes para sacudirse la humillación acumulada durante el largo periodo de dominación cristina. Los cristianos, por contra, parecen tener bastante con adorar a sus mascotas y dorarse al sol de las cálidas playas tropicales. La decadencia es manifiesta. No hay que ver más que la insistencia con la que estos días aciagos las autoridades francesas apelan a aquella mítica convivencia armónica de marras. La únidad de todos los franceses alrededor de las leyes republicanas... que son laicas, dicen, y por tanto no hacen de menos a nadie.
¡Y un jamón con tres chorreras!, piensan los musulmanes. Las leyes republicanas emanan de la cultura judeocristiana que nada que ver con la nuestra. Así que, bien, haremos como que hacemos caso, pero nuestro objetivo lo tenemos claro: leyes coránicas para todos. La guerra continua y cada vez con mayor equilibrio de fuerzas por razones obvias: con los perros es imposible reproducirse.
Da pena, la verdad, ver las chorradas que están haciendo estos días los franceses. Se cogen de la manita, hacen dibujitos... como los párvulos en la guardería. En su estulticia, o decadencia, están tan convencidos de su superioridad que no hacen nada de lo que hay que hacer para defenderse, o sea, sacar el garrote a pasear y no tener miedo a los inevitables efectos colaterales que siempre serán menores que las consecuencias de la inacción. El buenismo cristiano, en definitiva, que no es otra cosa que el delirio de la superioridad moral. Amor infinito como la expresión más depurada del nihilismo letal... ¡ay, aquellas nefastas gracietas de los revolucionarios sesentayocheros! ¿Qué haréis si los rusos os imponen su sistema?, nos inquirían nuestros experimentados mayores. Aprender ruso, contestábamos. Claro, si ya sabíamos por Lenin que ¿libertad para qué? Para nada, por supuesto.
En resumidas cuentas, que son muy pocos en este mundo los que pueden vivir sin Dios, es decir, huérfanos de una teoría salvadora. Exige demasiado esfuerzo. Más cómodo envainársela y someterse. Y esto no va a cambiar nunca, pienso. Así que, allá cada cual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario