Desde niños hemos venido escuchando que las palabras se las lleva el viento. Bien, en cierta medida es verdad, como también lo es que en ocasiones matan. Por eso, lo de la libertad de expresión, tan en boga en estos días por razones de todos conocidas, merecería, más que un sacar pecho enfisematoso en su defensa, una reflexión por parte de todos los capacitados para reflexionar que, juraría, no son tantos.
La libertad de expresión como derecho fundamental. Bien, de acuerdo, ¿pero entra el insulto dentro de ese derecho? ¿Y la insidia? Por no hablar de la difamación. Y la befa y el escarnio. Y luego, ¿cómo se toma según quién los dardos que se le arrojan? Porque esa es otra. Pasa de ello, contesta con la misma moneda, recurre a las instancias judiciales o, sencillamente, se toma la justicia por su mano. Se venga, por así decirlo.
Anoche había un curioso debate en la BBC. Como todos los fines de semana el moderador se rodea de cuatro periodistas de procedencia varia para comentar los últimos acontecimientos. Ayer había dos, digamos que occidentales, uno indio y una señora argelina, a pelo descubierto, todo hay que decirlo. Pues bien, como al final todo aquello quedó en un debate sobre los límites de la libertad de expresión, pudimos ver la dolorosa soledad de la argelina que, si por un lado condenaba sin aparentes paliativos a los asesinos, por el otro, de alguna manera, les atenuaba el delito al denunciar la extralimitación expresiva de los asesinados que, para ella, el que fuesen bufones ni añadía ni quitaba peso a su argumento.
Desgraciadamente la inmensa mayoría de los mortales, aparte de no distinguir entre bufones y principales, están discapacitados para entender la diferencia que existe entre una creencia, religión, y un hecho demostrado, ciencia. Es más, a muchos, si diesen en comprender esa diferencia se les vendría el mundo abajo. Sería como la constatación de que se han estado comportando como unos perfectos imbéciles. De ahí, seguramente, del miedo a llegar a esa constatación, las reacciones por lo general violentas de los creyentes cuando se les coloca frente al espejo de la realidad. Se sienten vejados.
Así que distingamos. Dejemos para los principales la corrección política. Y que los bufones hagan su fundamental trabajo. Sin ponerles límites de ningún tipo, bien sure, porque si lo hiciésemos su trabajo perdería automáticamente el carácter de fundamental. Bien es verdad que al bufón de vez en cuando el principal le mide las costillas con su bastón. Pero eso es otra cosa bien diferente a que venga cualquier mindundi a acallarle. Ahora bien, defender nuestra postura no quiere decir que vayamos a perder de vista el mundo en el que vivimos. Porque para muchos mortales la religión es la muleta que les permite caminar erguidos. Si te mofas de la religión, tan fácilmente mofable por otro lado, para ellos es como si a un cojo le pegas patadas en la muleta que le sustenta. Para ellos no tiene la menor gracia como tampoco la tienen las películas de Buñuel. Así que, ojo al parche, porque los que caminan con muletas no suelen estar para bromas. Por eso es tan conveniente tener bien protegido al bufón.
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