Ayer era el día con motivo de celebración por antonomasia. La Tierra acaba de completar una vuelta alrededor del Sol y comienza un nuevo ciclo. Es un hito importante que anuncia el resurgimiento de la naturaleza adormecida. Los días se alargarán, la tierra se calentará y los granos que guarda en su seno germinarán para proporcionarnos el pan nuestro de cada día. Por así decirlo, es la fiesta de la renovación, nuevos propósitos, incluso de la enmienda, vida nueva en definitiva.
Y la gente, claro está, no lo deja pasar por alto. A las cinco de la tarde me trasladé al centro y costaba transitar por las calles abarrotadas de gente con copa en ristre. Se notaba que la fiesta ya hacía rato que había comenzado. A buen seguro, pensé, para la hora de las uvas, Saturno ya se habrá comido a la mitad de sus hijos. Tan blanditos como estarán, macerados por la celebración.
Evidentemente, hay poca inocencia en todo esto. Semejante debauchery tiene poco de espontáneo. Es un movimiento meticulosamente orquestado por las autoridades que no dejan pasar una, y si no se la inventan, para convocar Saturnales. Y, desde luego, no lo hacen por capricho. En una sociedad como la nuestra en la que, por diversos motivos que no vienen ahora al caso, se dan entre las personas enormes diferencias de renta, una forma fácil y eficaz de redistribuirla es precisamente la fiesta. La industria de la fiesta que, llevada a semejante grado de desarrollo, seguramente degrada a la sociedad, se come a sus hijos, pero por el camino redistribuye la renta y aquí paz y el que venga detrás que arree.
Por estas cosas que les cuento supongo que será que cuanto más desigual es una sociedad más fiestas organiza. Lo cual, por supuesto, obliga a aguzar el ingenio, porque no es de recibo, que diría el sindicalista, organizar una fiesta sin antes haber encontrado un motivo de celebración. Y así es como ha surgido una nueva profesión, la de inventor de motivos. No sirve cualquiera para eso. Se necesita un cierto don profético. O grandes conocimientos de psicología de masas. Calculen ustedes, por ejemplo, la sagacidad del inventor de la tomatina. Cómo pudo intuir que a la gente le guste tanto tirarse tomates entre sí. Un genio, sin duda, que ha sacado a su pueblo y toda la región circundante del marasmo económico.
En fin, Saturno, ya te digo, nunca se sacia.
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