Todavía conservo un vago recuerdo de los dibujos a plumilla que ilustraban la enciclopedia que se utilizaba en la escuela a la que asistí hasta los nueve años. Como aquellos eran los años que eran, que parecía que nunca se tenía suficiente patria, se hacía un uso inmoderado de todo lo que parecía pudiese servir para engrandecerla. Así, de entre aquellos dibujos, había no pocos exaltando las diversas supuestas gestas que a lo largo de la historia habían llevado a cabo los más preclaros hijos del solar patrio, desde Viriato a los defensores del Alcázar de Toledo, pasando naturalmente por la Resistencia Numantina. Numancia era, creo, un torso desnudo que emergía de entre las ruinas con el brazo en alto y blandiendo una lanza. Al final, nos contaban, prefirieron morir todos antes que convertirse en esclavos. Mentira.
La Resistencia Numantina, algo así como el junco que prefiere triscar antes que cimbrarse con el viento. La historia está llena de hechos similares que siempre se presentan como heroicos por más que la mayoría no fuesen otra cosa que cerrazón ante el progreso. Quizá aquellos caudillos íberos tuviesen algo que perder en Numancia pero, desde luego, para sus súbditos lo más probable es que todo hubiese sido ganar pasando a ser ciudadanos del Imperio. Claro que también hay que tener en cuenta la muy humana preferencia por lo malo conocido antes que lo bueno por conocer. En definitiva, el miedo al cambio que ya es terror si ese cambio supone menos pastoreo y más responsabilidad individual.
Sea como sea, hoy, al ver a Amparo Nosevá apoyada en el quicio de su ventana con la mirada no se sabe si desafiante o simplemente tozuda hacia las orugas que avanzan, me he acordado de Numancia y he sentido piedad. Todos esos movimientos de ciudadanos fracasados que han buscado el alivio a sus rabias y frustraciones encandilando a la pobre vieja para que les sirva de ariete en sus estériles luchas contra imaginarios gigantes... o padres castradores. Quedará Amparo magullada, bien sure, y se irán de rositas los instigadores, aunque, eso sí, con su frustración intacta a la busca de otros ámbitos propicios a la infección.
El problema de Amparo es que se puso un día a vivir in the middle of nowhere y muchos años después los elefantes decidieron pasar por allí. Si no se aparta la arrollan. Bien, no ha sido de un día para otro, ha tenido 16 años para ir haciéndose a la idea. Todos los días hay gente que está en las mismas y se aparta sin hacer ruido para que la vida siga y el mundo avance en teoría hacia mejor... que estemos equivocados o no, ese es otro asunto, pero, en cualquier caso, mejor cimbrearse que quebrar por la mitad. No, como íbero no me siento orgulloso de Numancia, ejemplo donde les haya de lo que no hay que hacer. Porque las raíces, sí, puede que hasta cierto punto estén bien, pero donde estén las alas...
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