jueves, 18 de julio de 2013

Lo que tiene conservarse humano

 
 
Contaba mi padre que estando él por los años treinta del siglo pasado ejerciendo de médico en un pueblo de montaña, se daba el caso de no poder abandonar la localidad bajo ningún concepto las tardes de los domingos y días de fiesta. El motivo del impedimento no era otro que el tener lugar esos días señalados un baile en la plaza del pueblo. Y claro, por aquel entonces, baile y palos entre los lugareños y los foráneos todo era una. Bastaba con que un par de foráneos se acercasen a un par de lugareñas y les dijesen: "¿acometéis?" Y si ellas por ventura respondían "ya estoy salida", entonces, estaba asegurada la trifulca con las correspondientes brechas en la cabeza que tenía que suturar mi padre. Por lo que nos contaba, no hubo domingo ni fiesta de guardar mientras ejerció en aquel pueblo que no tuviese faena.

Años después, siendo yo niño, recuerdo haber oído hablar de descomunales peleas en las tardes de romería. Claro, venían cientos de foráneos en bicicleta o caminando por las trochas de los montes y los del lugar se veían obligados a salvaguardar la cabaña local por cualesquiera que fuese el método sin andarse con remilgos. Pero pronto se dejó de oír hablar de tales hazañas y seguramente tuvo que ver con ello el hecho manifiesto de que en vez de ristras de bicicletas a la entrada del pueblo hubiese largas filas de coches aparcados en las cunetas. El coche, claro, había borrado como por ensalmo las fronteras entre los diferentes valles y había acercado a sus habitantes a los usos de la capital. El "¿acometéis?" y "ya estoy salida" se había trasformado en un simple ¿bailáis? seguido de la correspondiente mirada de aceptación o rechazo.

Así es que por mucho que nos disguste tantas veces el uso y abuso que se hace de los coches no por eso podemos olvidar lo mucho que debemos a semejante artilugio. Sobre todo en lo que hace a su papel de palanca civilizadora. El coche, al proporcionar en cierto grado a sus usuarios el don de la ubicuidad les da un toque de divinidad que les exime, entre otras cosas, de la necesidad de andar por ahí marcando el territorio. Por razones elementales: lo ilimitado de la ubicuidad y las limitaciones del aparato urinario no se compaginan muy bien que digamos.

Pensaba en estas cosas porque hoy voy y leo que en el país de los cedros, por donde las andanzas de Gilgamés y Enkidu, todavía no saben lo que son los coches ni para qué sirven o cosa por el estilo. Y es que, por lo visto, una familia de un valle druso se ha enterado de que un tipo del valle de al lado, sunita por más señas, andaba cortejando a una de sus mujeres y, entonces, ni cortos ni perezosos, han agarrado al sunita y le han cortado el pene. A grandes males, grandes remedios, han debido de pensar con su muy humana cabeza. En fin, uno no sabe porque lo que es coches en Líbano parece que los hay a montones, pero se ve que allí necesitan algo más para divinizarse lo suficiente como para dejar de marcar el territorio. Digo yo que si Alá ayudase un poco, alomejò...

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