Años después, siendo yo niño, recuerdo haber oído hablar de descomunales peleas en las tardes de romería. Claro, venían cientos de foráneos en bicicleta o caminando por las trochas de los montes y los del lugar se veían obligados a salvaguardar la cabaña local por cualesquiera que fuese el método sin andarse con remilgos. Pero pronto se dejó de oír hablar de tales hazañas y seguramente tuvo que ver con ello el hecho manifiesto de que en vez de ristras de bicicletas a la entrada del pueblo hubiese largas filas de coches aparcados en las cunetas. El coche, claro, había borrado como por ensalmo las fronteras entre los diferentes valles y había acercado a sus habitantes a los usos de la capital. El "¿acometéis?" y "ya estoy salida" se había trasformado en un simple ¿bailáis? seguido de la correspondiente mirada de aceptación o rechazo.
Así es que por mucho que nos disguste tantas veces el uso y abuso que se hace de los coches no por eso podemos olvidar lo mucho que debemos a semejante artilugio. Sobre todo en lo que hace a su papel de palanca civilizadora. El coche, al proporcionar en cierto grado a sus usuarios el don de la ubicuidad les da un toque de divinidad que les exime, entre otras cosas, de la necesidad de andar por ahí marcando el territorio. Por razones elementales: lo ilimitado de la ubicuidad y las limitaciones del aparato urinario no se compaginan muy bien que digamos.
Pensaba en estas cosas porque hoy voy y leo que en el país de los cedros, por donde las andanzas de Gilgamés y Enkidu, todavía no saben lo que son los coches ni para qué sirven o cosa por el estilo. Y es que, por lo visto, una familia de un valle druso se ha enterado de que un tipo del valle de al lado, sunita por más señas, andaba cortejando a una de sus mujeres y, entonces, ni cortos ni perezosos, han agarrado al sunita y le han cortado el pene. A grandes males, grandes remedios, han debido de pensar con su muy humana cabeza. En fin, uno no sabe porque lo que es coches en Líbano parece que los hay a montones, pero se ve que allí necesitan algo más para divinizarse lo suficiente como para dejar de marcar el territorio. Digo yo que si Alá ayudase un poco, alomejò...
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